miércoles, 28 de marzo de 2012

Reseña crítica sobre la exposición de Mariano Carabias





Sigo disfrutando de la exposición de mi hermano, "Los hombres que miran al sol". Continúo comprobando que su buen hacer pictórico llega en gran medida a quienes se aproximan hasta el Torreón de Lozoya de Segovia para acercarse a su propuesta. En algunos, incluso, se generan conversaciones y encuentros realmente enriquecedores.

Ahora simplemente os dejo el enlace de El Adelantado de Segovia de hoy mismo, en que aparece la reseña de la exposición, firmada por Rodrigo González Martín, crítico de arte del periódico. Podéis pinchar AQUÍ Y AQUÍ enlazáis con su blog.


Hasta el día 8 de abril permanece en abierta esta muestra. Os esperamos.



El pintor y el bloguero ante el retrato de nuestro
padre (Foto María Jesús Llorens el pasado viernes 23 de marzo)

domingo, 25 de marzo de 2012

III Día Mundial de la Poesía en Segovia. (Crónica atítpica)


Imagen del ciprés plantado por San Juan de la Cruz


Imagen © María Jesús Llorens (24/03/2012)





Y luego el sol de la tarde, a lo lejos, detrás de los muros de las viejas casas, de los viejos edificios, de la vieja iglesia que, como un imán calizo es el vértice del viejo barrio, uno de los más antiguos de la ciudad, próximo quizá a cumplir mil años de nada. Momento de las despedidas, los abrazos, los intercambios de direcciones o de nombres o de letras son el colofón de un día que, como las muñecas rusas, podría tener muchos perfiles sobrepuestos hasta que se alcanza ese núcleo sólido, de hierro, imbatible por el tiempo y las distancias y que, al final, a todos nos une y, acaso, nos explica o, al menos, nos ordena.
El recital ha sido ameno, un éxito. El entorno, la iglesia románica de San Quirce —hoy sede la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, criatura cuyo embrión, la Universidad Popular, plantaron, entre otros, Zambrano, Quintanilla, Machado…—, ayuda en su belleza de líneas puras, en su espacio adecuado. Los poemas han sido leídos más que correctamente (casi todos). Variedad en todo (acentos, voces, ropa, temas, estilos, tonos, metros…). Ilusión, intensidad e incluso emoción. Los interludios musicales de temas renacentistas a cargo de Pablo Zamarrón y Miguel Abad lo justo para oxigenar la atención sin romper la continuidad del acto, como una ilustración sonora que no pretende ser la protagonista y al no pretenderlo acaba siendo un elemento inseparable del recuerdo de los asistentes a un acto que, me parece, ha sido el mejor de los tres hasta ahora celebrados. Es probable que asistir como mero espectador me haya permitido gozar mucho mejor de las dos horas, y es que al no tener que pensar en leer mis pobres versos, podía paladear sin nervios o distracciones los del resto, los de los treinta y ocho poemas seleccionados.
Pero antes, han pasado tantas cosas: tantos versos, tantas sonrisas y risas, tantas conversaciones que se han perdido en un ascenso envuelto de volutas de humo, en la única sala pública que existe para el gremio de fumadores, tantas emociones, tanto sol, tanto asombro…
A pesar del cinismo de este mundo en que vivimos donde la mirada autista es uno de los riesgos más evidentes que nos lleva hacia el precipicio, hay determinados acontecimientos que terminan por enderezar nuestra cabeza y consiguen que nuestra mirada, al fin, se fije en la inmensidad y nos haga comprender (y disfrutar), aunque sólo sea por unas horas, que somos hormiguitas un poco despistadas.
La celebración del III Día de Mundial de la Poesía en Segovia, ha sido una jornada que uno definiría como depurativa, una jornada para encontrar la perspectiva, para recordar dónde estamos, sí, pero para intuir al menos que nuestra gota de poesía es una más (nada menos) de un océano indescifrable, infinito, inabarcable.
El año pasado recorrer el hogar de Antonio Machado en estas tierras, esa humilde pensión de la calle Desamparados, donde tuvo habitación durante doce o trece años, creo que nos ubicó en un punto similar de la geografía. Este año recorrer y escuchar, el territorio hollado por los pequeños pies de Juan de Yepes, también conocido por san Juan de la Cruz, y contemplar el paisaje que sus ojos vieron, pero su alma convirtió en esos versos que a todos nos reviven, ahonda en esa idea: somos una gota, poco más. Sólo eso, nada menos que eso…

Imagen © María Jesús Llorens (24/03/2012)

El sol del mediodía, la brisa cálida, el eco de las campanas de la hora del ángelus, la sierra de sábanas blancas, la ciudad próxima y ajena, junto al esqueleto del ciprés que el plantó, en lo alto del roquedal que hace de espalda a las propiedades conventuales, algunos versos como semillas de infinito… Y entretanto, mis ojos han descubierto las veloces carreras de las hormigas como desorientadas o aturdidas por la visita de tantas personas. Acuclillado nada cambia: el sol, la brisa, el eco, la sierra, la ciudad, el ciprés, el roquedal, los versos… Sólo estoy más cerca de las hormigas que siguen desorientadas, que se mueven entre asustadas o ansiosas o despistadas, quizá hambrientas, quizá buscando el alimento preciso después de la invernada, porque acaso hoy sea el día en que han abierto el túnel de su hormiguero, acaso hoy sea la primera mañana de luz después de tantos días enterradas.
El sol, la brisa, el eco de campanas, la sierra, la ciudad, el esqueleto del ciprés, el roquedal, la semilla de sus versos, las hormigas…

jueves, 22 de marzo de 2012

El Cuadro (Entrada de mi diario del 6 de noviembre de 2011)


Yo estoy con vosotros


Acrílico sobre lienzo. 200 x 110 cm. Octubre 2011
El cuadro se puede contemplar en la exposición
que hasta el 8 de abril se celebra en el Torreón de Lozoya de Segovia


Ya nos íbamos, como quien dice, cuando se acordó Mariano de que no me había enseñado el Cuadro.
Nada más llegar habíamos visto, aunque fuera por encima, cómo había avanzado el trabajo de los últimos meses. Desde mediados de julio, antes de la exposición en Tenerife, no habíamos vuelto a ir por su estudio. Habíamos comprobado que el tamaño pequeño de sus tablas, ha dado paso a un formato mayor, quizá de dos metros por uno, o por uno veinte. No sé calcular con precisión. Un formato que le ha provocado obras dispuestas en vertical, a modo de puertas. Avanza mucho, intensamente, sin ruido, pero con constancia, aprovechando cada hora disponible, cada granito de inspiración.
El cuadro estaba de cara a la pared, oculto a las miradas, tras otro de los tres o cuatro en los que ahora trabaja. Siempre le gusta tener más de uno avanzando o caminando, como si al dejar uno, pudiera pensarlo mejor al ir sobre otro, y viceversa.
Los volúmenes de los rostros y las manos se adensan, adquieren contornos que les acercan a la escultura, a la carne, se apropian de la pesantez propia de los cuerpos que trajinamos nuestros afanes por este planeta. Entretanto, los ropajes se hacen etéreos, leves veladuras de diversos colores que, si acaso, dibujan algunas figuras geométricas más bien caprichosas que invitan o proponen al espectador que piense en el movimiento, en el sutil adorno o estampado que tantas telas tienen. Pero, en realidad, habíamos visto dos o tres lienzos que son aún bocetos, criatura en formación, embrión de lo que ha de ser cuando sea.
Y le dimos de la vuelta. Es ligero, a pesar de sus dimensiones.
El día, como siempre que vamos a Basardilla, se convierte en un viaje al sosiego, un viaje como un brasero para el corazón. La lluvia que parecía caer más cercana a nuestras cabezas, como si las nubes hubieran sido empujadas hacia abajo unos cientos de metros, la luz de fuera siempre fue escasa, una luz cansada, una luz distraída, como con jaqueca, que no impidió, sin embargo, apreciar el trabajo de platero que el otoño está haciendo sobre los fresnos del jardín y de orfebre sobre el resto de los árboles y arbustos. (Realmente la jaqueca era la mía, que se acercó poco a poco, a medida que el vino del Penedés y el cava se pusieron a echar carreras por el circuito de mi venero).
[... / ...]
Y el cuadro me acogía, me llamaba, me invitaba a entrar en su regazo.
Este cuadro tiene muchas referencias a la tradición de la pintura europea desde los tiempos románicos en que el pantocrátor presidía los ábsides de los templos. Y referencias a Velázquez en la luz que nace al fondo de la escena, por la izquierda del espectador, o a Tiziano en la parte del celaje de la derecha, o todo el Renacimiento y lo que vino después –culminado en Velázquez-, con esa perspectiva, que hace mucho tiempo Mariano no utilizaba en sus lienzos, dotándole a éste de un fondo que habitualmente no existe…
Este cuadro, aunque pintará otros mejores, es el que más me ha llegado de su obra, y muchos lo han hecho. Es un cuadro resumen de la teología más humana, de la mística más pura, un cuadro en el que las iglesias –cualquier iglesia- puede comprender que su misión es baldía, salvo para justificar el afán de poseer voluntades y acrecer poder y miserias. Una misión que más tiene que ver con prostituir la verdad que con proponerla.
Si el resucitado que expuso en octubre pasado en Segovia, me impactó y me invitó a pensar en la luz, en la eternidad, éste me ha emocionado hasta la conmoción. Un cuadro ante el que uno puede pasarse horas contemplando la esencia del misterio de la salvación, porque están unidas la luz y la cruz, sin que se vea por ninguna parte ese patíbulo romano, sino sólo algunas de sus consecuencias, como una referencia al pasado ya superada, ya casi anecdótica. Un cuadro en el que uno ve y siente quietud y movimiento al mismo tiempo, en el que uno se siente invitado a entrar, a recorrer ese camino de luz azul que ocupa todo su centro y que desemboca en un horizonte apenas esbozado, un horizonte casi velazqueño de verdes, blancos, amarillos, cárdenos, que a mí me recordaron la entrada a un maravilloso lugar, un lugar del que no querré regresar, casi seguro, suponiendo que a él llegue. Y esas manos, abiertas como las abre un padre al invitar a su hijo pequeño para que acuda a él riendo y saltando, esas manos que son uno de los mejores estudios anatómicos que le recuerdo a Mariano, esas manos donde la señal de los clavos, casi ocultas entre la sombra y el borde de una manga que roza las muñecas, esas manos poderosas y tiernas, firmes y acogedoras… ¡Cuántas veces habré escrito sobre mi deseo de no ser arrojado de esas palmas, o de ser sostenido por ellas! Y ahora están ahí, en ese lienzo, en el que, a pesar de mis hechuras, quepo entero.
Pero mentiría si no dijera que es el rostro quien vence todas mis resistencias, esa cara es la que me llamó desde el fuego de sus ojos negros e intensos y, al mismo tiempo, serenos. Un gesto que es la pura propuesta, la paz y la ternura que sabe a pan o fruta madura recién arrancada del árbol, no al dulzor empalagoso de algunos pasteles que acaba por repugnar. Quizá la palabra sea serenidad absoluta, absoluto equilibrio. No hay contrapartida, quiero decir, no hay amenaza o sufrimiento por ningún lado, no se lee en ningún sitio del cuadro algo así como, 'Si no vienes a mí serás condenado'. No, no hay nada similar. Es pura propuesta, repito.
“Mírame. Ven. Te quiero, así, como tú eres. Acércate que no te pregunto, sólo voy a apuntar el peso de tu sufrimiento. Si estás ahí y lo quieres, ven. Mira, asómate, detrás de mí encontrarás lo que en verdad estás buscando”.

lunes, 19 de marzo de 2012

Los andamios de los pájaros



                              "Míriam"
© Mariano Carabias María, Acrílico sobre tabla. 68 x 60 cm. Principios de 2010

   
             
                 — I —
Su gesto firme, anclado en la retina,
no nació en la ribera de este tiempo,
lleno de contracturas y osamentas,
sino que es singladura inabarcable,
alejada frontera de un abismo.

Brotó nuestro ademán desde las aguas,
el rostro encontró al gesto como un parto de luz,
y por fin esa mueca, rompiendo mil cadenas,
nos convirtió en humanos.

Sobre la juventud de su piel vuela
el perfil de la historia,
rictus firme y sereno de otro siglo,
cuando era prohibición de mitras
sentir la piel volcán en llamas,
cuando era privilegio de orates o poetas
soñar con los amores imposibles,
cuando era peligroso satanás
acariciar las pieles con ternura,
cuando nacer mujer era castigo,
y cuando disentir era el menú preciso
que alimentaba hogueras siempre hambrientas.

Su imagen es icono al desafío,
al sueño de un futuro en que la vida
es presente continuo,
dejando que el pasado
nos tatúe la piel, no la mirada.
Es grave su actitud serena,
un aplomo de siglos decantados
sobre su corta vida,
como un amanecer por estrenar.

                         —II—
Es y no es la criatura que otorgó
a mis brazos su mejor sentido.
Es y no es la muñeca a quien cantaba
romances extraviados en estrellas.
Es y no es esa nuca que tornaba
muelle almohada mi codo.
Es y no es ese llanto torturado,
pesadilla en la mente de la noche.

No me cuesta pensarla
mandando fortalezas de ilusiones,
o palacios de sueños,
o a lomos de caballos de charol
disparando las flechas de la luz.
Incluso la imagino
en mitad de oleajes, sobre la piel del agua,
contemplando los surcos de vidas en el mar,
y también los andamios de los pájaros
sobrevolando anhelos de justicia.
Ya nadie aventará su decisión
difundida en el gesto firme.
Arrostrará la vida y sus galernas,
navegará buscando su destino:
seguir al corazón es lo que importa.

Me detengo en el vuelo del pincel,
descubro como un eco su sonrisa
que en la infancia nutría mis afanes.
Quizá sea de niebla mi mirada,
vencida por el miedo,
o tal vez necesite sajar mis cataratas
que impiden a mi espíritu
mirar con placidez su sonrisa, su cariño.

Sus ojos ya han volado, acaso para siempre,
y se han encaramado al brocal del futuro,
como elevan los pájaros andamios
sobre brisas y vientos y tormentas.

martes, 6 de marzo de 2012

Domingo, 4 de marzo de 2012


Baraquiel. La bendición del amor. 210 x 105 cm Acrílico sobre tabla 2011
(Imagen tomada del catálogo de la exposición 


Exposición en el Torreón de Lozoya de Segovia 

del 2 de marzo al 8 de abril, ambos inclusive)






Amanece el domingo con ganas de lluvia, y sería bueno, incluso hermoso, que estas gotas cansinas que ahora humedecen a trechos el pavimento, no se quedaran solas en su paseo, y fueran acompañadas por muchas de sus hermanas.
Y dado que surge así el primer párrafo podría hablar de la miopía urbanita, aunque se trate de una urbe tan pequeña como Segovia, que con frecuencia pierde la perspectiva de lo que importa… Pero se trataría de una divagación que poco tiene que ver con las emociones que aún palpitan con avidez dentro de mí.
¿O no tanto?
Y es que las últimas dos jornadas, han sido como una recarga de baterías que ya iba siendo necesaria. En realidad la semana completa ha sido algo así, una ingestión de vitaminas para el alma, quizá —como un miope urbanita— se había perdido en sus propio anodino ritmo, olvidándose de los ciclos importantes… Es como si me hubiera faltado algo de lluvia, como si mi embalse ya anduviese bastante escaso y aún no me hubiese percatado, aunque alguna señal ya había percibido uno.
De los días de la semana pasada he dejado rastro en estas páginas, esos encuentros en torno a la amistad y los versos (incluso los míos —cada vez que recuerdo mi lectura en casa de Elvira Daudet con su atenta escucha y la de Paloma—, me pregunto por las razones de mi suerte, por qué este privilegio).
Por ello ahora me centro en estos dos últimos días, cuando la intensidad de la emoción ha encontrado un diapasón más tranquilo, una zancada que ya no es galope, sino trote tranquilo que me ha de llevar lejos, o eso espero.
La exposición de Mariano está siendo en sus primeros días un gozoso momento de reencuentros, de los que me estoy aprovechando con avidez para recargar los acuíferos de mi interior.
Hace seis estaciones, en el principio del otoño de 2010, cuando mi hermano colgó en los muros del Colegio de Arquitectos su anterior exposición segoviana (luego ha habido otra en Tenerife que no pude ver, aunque conozca parte de la obra expuesta), ya pasó algo similar; pero no fue tan intenso, quizá porque mi propia situación personal era diferente, y no había tanta sequía.
Sin embargo en este final del invierno de 2012, la cosa es bien distinta…
¿Influirá en algo el uso de las redes sociales, de la informática en general?
Es incuestionable. Sin ellas quizá algunas de estas personas no habrían llegado del mismo modo. O sí. No lo sé, lo que sé, y puedo constatar, es que ellas lo están facilitando, y están consiguiendo trazar una especie de autopista que consiste en acortar la distancia física. Cada uno vive su trato con Internet como quiere, es evidente, pero a mí me sirve (o quiero que me sirva) para que se puedan mantener amistades, como se mantienen con quienes habitan tu propio entorno.
¿Influirá en algo el tema genérico, y el modo potente de exponerlo, que recorre toda la exposición, como un hilo que sirve de hilván a cada uno de los cuadros y pequeños objetos que llenan sus salas?
Estoy seguro. Es más, creo que es la razón más importante, la razón sin la cual el resto de condiciones no pueden desembocar en lo que están desembocando. La razón que viene a completar el punto de arranque.
Uno cuando accede a la sala de las Caballerizas del Torreón y comienza a contemplar la obra que viene trabajando desde octubre del año pasado, se topa con muchas cosas, pero todas ellas —a poco sensible que se sea, y a poca vida que se haya vivido— conducen a desnudarnos de vanas etiquetas, a plantearnos las cuestiones que realmente importan, aquellas que tienen poco o nada que ver con el ritmo cotidiano que es tan necesario, pero a la vez tan absorbente… Y al sentirse interpelado por estas obras uno comprende dónde está lo importante, dónde está lo esencial; y, a continuación, sucede el prodigio, está sucediendo el prodigio, se desanudan los marasmos, se diluyen los grumos de tierra, y fluye el agua, de pronto, las conversaciones tienen que ver con algo que habitualmente no transita a través de nuestros labios, pero a todos de un modo u otro nos ocupa el corazón.
A mí me emociona mucho recorrer la exposición. Ya lo he hecho cuatro o cinco veces, y van a ser muchas más. El impacto que me produjo la primera, casi en soledad, será irrepetible, pero cada uno de los recorridos me ha hecho descubrir algo nuevo, un matiz que, como un regalo, procuro atesorar.
Sin duda el más importante es hacerlo junto a otros ojos. En este caso los de mis primos, y pronto han de ser los de los amigos que ya espero. Y el encuentro con nuestros primos (el viernes por la tarde, ayer sábado) ha sido esa lluvia tranquila, densa, fina, la que llena despacio los manantiales, la que se cuela profunda y tranquilamente por los surcos de los días, la que terminará enriquecida llegando a mi embalse.
Y también sucede que asistir a este paseo junto a alguien que es —y repito sus palabras— una página en blanco respecto de la obra de mi hermano, ya que la desconocía totalmente, sirve para comprender hasta qué punto todas estas intuiciones o sensaciones antedichas, no son fruto sólo del cariño, que es el grado más alto de subjetividad, ya que es la perspectiva menos objetiva que existe.
No se trata aquí de desvelar lo que a mí no me compete, pero ante determinadas obras casi unánimemente se producen reacciones ajenas a la indiferencia, y limítrofes a la honda emoción. Y quizá sea éste el baremo básico para establecer la calidad artística de una obra.
Y después, como recién salidos de un baño purificador, o saciada la sed de dentro, surge la fiesta, esa alegría que produce el encuentro, el reencuentro y las horas pasan sin sentir, espléndidas.
Recorrer algunas calles de la ciudad, abrazar con los pies los senderos de la Alameda camino del Monasterio donde tantos recuerdos sobrevuelan y se ciernen entre los hermosísimos recovecos de las estatuas de alabastro o las de madera policromada, sirve para rematar una jornada especial, muy especial, densa, muy densa.
No va a ser la única. Y al igual que vivo con intensidad los momentos delicados y complejos, dejadme que viva con el mismo vigor estos días... y espero que no os aburra mucho que os lo siga contando...

sábado, 3 de marzo de 2012

Sendero




Hacerme aurora 
por ser sonrisa.
Hacerme tarde
por ser hoguera.
Hacerme ocaso 
por ser espejo.
Hacerme noche
por ser silencio.
Hacerme tierra 
por ser entraña.