sábado, 16 de diciembre de 2017

Cristina Guerra. "La solitaria luz de las estrellas".


La solitaria luz de las estrellas. Cristina Guerra
1ª edición Círculo Rojo, 2017
426 páginas

A veces, uno cree que las cosas dignas de ser contadas les suceden a otros, que lo cotidiano de la existencia no merece mayor atención de nadie, ni de uno mismo. Lo malo es que esta percepción se extiende, no se limita a la propia vida e influye sobre lo que se piensa acerca de quienes nos rodean, cuyo transitar a nuestro lado no difiere en exceso del nuestro. Imaginemos, por ejemplo, una tarde veraniega cerca del ocaso en cualquier calle de cualquier ciudad. Paseamos y nos llega, al pasar al lado de una terraza, el rumor de una conversación de un grupo de mujeres y hombres jóvenes tomándose cualquier consumición. Quizá hablen de cine, o de la guardia de un hospital, o planeen un viaje a una casa rural de otro amigo… Nada trascendente. Nada fuera de la tranquilidad aburrida de un día cualquiera…
Evitemos tan ingenuo pensamiento. Como se encarga de demostrar desde las primeras páginas Cristina Guerra en La solitaria luz de las estrellas, la aparente y anodina cotidianidad atesora novelas dignas de contarse, por tanto dignas de ser leídas.
Pero las historias que se narran en el libro —hay más de una—, no llegarían al corazón del lector del modo en que lo han hecho, si la autora las hubiera escrito de otro modo, pues la novela de cualquier vida, no puede ser contada de cualquier manera. Para que el lector se vea atrapado e intrigado, conmovido e interesado por cuanto se le narra, no vale hacerlo de cualquier manera. Como tantas veces digo, apropiándome de la idea de otros, la literatura no es sólo lo que se cuenta, sino cómo se cuenta, de ahí la razón de ser de los escritores. No todos estamos capacitados para tal misión, como bien sabe la humanidad desde sus balbuceos. Cristina, como podían sospechar muchos desde hace años, pertenece a la raza de los escritores que tienen muchas vidas que contar y tiene la capacidad de hacerlo. Sabe trasladar al papel escrito los diferentes modos de hablar; sabe mirar y descubrir lo esencial de lo que le rodea; sabe que, tras la mayoría de biografías, como poco, hay magníficos retales para confeccionar buenas historias; le ayuda —y lo demuestra ajena a la pedantería— su formación y cultura cinematográfica, musical, pictórica, teatral, viajera, etcétera; su mirada sobre el género humano distingue los infinitos matices de las personas, ajenas casi siempre el negro y al blanco; su amor a la literatura es desbordante y contagioso como hemos experimentado la mayoría de sus miles de exalumnos quienes hemos escuchado fascinados sus clases. Semejante bagaje hasta ahora no se había fundido en el crisol de una novela editada, pero es tan amplio, hondo y poderoso, que el primer fruto público está en pura sazón. Para quienes ya habíamos leído algunas otras de sus novelas cortas, no hay sorpresa. Hemos confirmado de nuevo que sólo la enseñanza de la lengua y literatura le ha apasionado más que escribir… Lo que nos ha hurtado el placer de su lectura.
La solitaria luz de las estrellas, en cierto sentido, es una novela coral, pues, aunque la protagonista indiscutible sea Camino —joven periodista nacida en una capital de provincias que ejerce su profesión en Madrid—, no está sola y cuantos comparten con ella la vida (familiares, amigos, novio…) tienen mayor trascendencia que la de meros comparsas. Camino no es un altísimo monte en medio de un valle sin límite; forma parte de una cordillera donde descuellan junto a ella Alfredo, Gonzalo, Pepe, Maripi, tía Enriqueta, Almudena, Francisco, Santiago, Teresa… Es decir, Camino crece a la vista del lector en la medida en que cuantos aparecen junto a ella son más de carne y hueso y esto sólo se puede conseguir si tienen importancia y espacio en el texto. Además, la vida de Camino es un relato de amistad, de cómo la verdadera amistad se convierte en el arma más eficaz y poderosa para salvar del abismo al ser humano…, casi siempre al menos.
La novela se estructura a través de tres voces narrativas, que aportan al lector tres perspectivas distintas, y tres modos diversos de avanzar en el relato. La voz que narra en tercera persona, con la neutralidad y capacidad infinita propias del narrador omnisciente, desvela el pasado de Camino, su vida en su pequeña ciudad de nacimiento, los primeros tiempos de estudiante universitaria, el amor con Alfredo, sus primeros empleos tan inestables y mal pagados como es bien sabido, sus miedos, sus deseos, sus pensamientos más escondidos… La voz que habla en primera persona, es el relato de Gonzalo sobre Camino y el grupo de amigos, sobre el tiempo más inmediato, el tiempo, por así decir, en que transcurren los hechos que desencadenan la necesidad de convertir en novela aquello que sucedió. Y la tercera voz, aún más íntima —también en primera persona— que se corresponde a un monólogo interior y a una especie de memorias angustiosas que Cristina Guerra dosifica al lector. Los capítulos se suceden alternando los recuerdos de Gonzalo —el último en llegar al grupo de amigos de la mano de Camino y de forma casual—, con el relato en tercera persona y de vez en cuando —la novela arranca con uno de estos fragmentos— con la aparición del texto cada vez más desgarrado de las memorias que se inician en la infancia y a medida que pasan las páginas muestran al lector un espíritu atormentado.
Cristina Guerra. Foto Antonio de la Torre. Norte de Castilla
El estilo de Cristina es de fraseo corto y fluido. Quiero decir que no se trata de superposición de frases que producen el efecto de hachazos sobre las ideas, sino que prefiere la sintaxis sencilla, que facilita al lector la comprensión de la idea. (¿Azorín, Baroja, Delibes… al fondo?). La desenvoltura y equilibrio entre narración, descripción y diálogo es admirable y también aporta amenidad a la lectura, un cambio de paisaje que hace menos monótono el viaje. Acaso —y esto es sólo una suspicacia de quien esto escribe—, este estilo delate a la lectora defraudada por tanto libro escrito sin pensar en el pobre lector, tantas veces sometido a tortura en vez de a placer. Si la literatura es el cómo más que el qué, tampoco conviene olvidar que el cómo sin un qué de entidad se quedaría en fuegos artificiales, esteticismo vacuo, el famoso coro de grillos que cantan a la luna, denostado por el poeta.
La solitaria luz de las estrellas —título que apunta a la melancolía—, se inspira en unos versos de Vicente Aleixandre. Este título en sí mismo es la clave y la llave que explica a la perfección el sentido de la novela. Son tan importantes que hasta en dos ocasiones, al menos, se trascriben: «No quiero que vivas en mí como vive la luz, / con ese aislamiento de estrella que se une con su luz, / a quien el amor niega a través del espacio / duro y azul que separa y no une / donde cada lucero inaccesible / es una soledad que, generalmente, envía su tristeza». La solitaria luz de las estrellas es una novela en cierto modo paradójica pues es una himno a la verdadera y profunda amistad, pero, al mismo tiempo, no deja de ser un himno un poco elegíaco, pues viene a decir que, en el fondo, la soledad es implacable o invencible.
Y no sólo la soledad.
En esta novela —tan pegada a la esencia de lo cotidiano para demostrar que en lo cotidiano anida la literatura— aparecen con crudeza —pero sin regodeos ni desmesuras— el dolor, la enfermedad, el sufrimiento en todas sus variables, la muerte; incluso el horror más ajeno a lo habitual, ese horror que ocupa tantos minutos de los telediarios, salpica el relato. La novela de Cristina Guerra ni huye ni goza con ellos, simplemente los registra, porque suceden, porque nos llegan, porque hay épocas en que nos atoran el alma hasta hacerla respirar en fango.
Pero por suerte, y de esto también se saca cumplida conclusión tras la lectura de La solitaria luz de las estrellas, los seres que nos rodean de modo cotidiano no son viles. Quiero decir que en esta novela no hay buenos ni malos, en el sentido más peyorativo del término. En esta novela hay seres humanos, con sus matices, con sus luces y sombras, con más luces que sombras casi siempre.
Lo malo es que la luz de las estrellas es solitaria. Eso parece que no tiene solución. Y, sin embargo, como la misma vida, la de cada uno, la que no es tan anodina como en apariencia se intuye, la novela no deja un regusto amargo o triste o melancólico. Es la vida. Tiene sentido.

Merecen la pena (la vida y la novela).

lunes, 5 de junio de 2017

Novedades en el rumbo

Desde hace unos meses, se ha producido un viraje en mi vida que, como cualquier alteración en el rumbo, tendrá sus consecuencias.

En fin, no me enrollaré con preámbulos absurdos. La editorial segoviana "Isla del Náufrago" pasa a tenerme como timonel, para entendernos. Desde hace siete años esta Asociación Cultural sin ánimo de lucro estaba dirigida por el médico, escultor y escritor José Antonio Abella. A partir del 15 junio paso a dirigirla.


Con esta imagen tomada hace unos días en uno de los jardines más hermosos de Segovia, hemos ilustrado esta novedad en el blog de la editorial que se acompaña, además de una pequeña nota explicativa. AQUÍ, la podéis leer.