sábado, 26 de enero de 2013

Presentación en Segovia de "Quizá un martes de otoño"

ESTA MISMA ENTRADA APARECE EN EL BLOG QUIZÁ UN MARTES DE OTOÑO QUE PUEDE ENLAZARSE DESDE AQUÍ, O DESDE LA PROPIA CABECERA DE CUALQUIERA DE MIS BLOGS
Ahora que inicio estas líneas, ha amanecido un sábado indeciso, de azules tímidos y grises con indicios imperialistas. Ahora es sábado. Han pasado algo más de sesenta horas desde el momento mágico en que en la Biblioteca Pública de Segovia comenzó el acto de la presentación de Quizá un martes de otoño a cargo de Norberto García Hernanz cuyo texto íntegro tuvo la deferencia de facilitarme y permitir su reproducción, lo que ya está hecho en este enlace.
Fue el amigo Francisco Concepción desde Santa Cruz de Tenerife quien primero avisó sutilmente de lo que podría suceder en lo meteorológico, cuando compartió el anuncio de la fecha del acto en La Esfera Cultural con este título: Quizá un martes de otoño se presenta un miércoles de invierno”. Y es que ya desde el lunes el invierno en toda su crudeza y rigor hizo acto de presencia entre nosotros: la nieve, el frío, la lluvia, el viento convirtieron la jornada previa del martes y la del propio miércoles en días de visitas a las páginas web donde se prevé la evolución meteorológica. Esto, obviamente, me hubiese preocupado muy relativamente en caso de que los posibles asistentes a la puesta de largo de la criatura sólo fueran convecinos. Pero no era así. Aún no me explico muy bien las razones, pero sabía que se acercarían hasta aquí buenas amigas procedentes de diversos puntos de España, como ya sucedió en las otras dos ocasiones previas, cuando se presentó Versos como carne en marzo de 2011 y cuando hicimos lo propio en junio de aquel mismo año con la novela colectiva Oscurece en Edimburgo. Por suerte, ese experto general de frío y nieve no desplegó todo su arsenal, y la amplísima panoplia de armamento que dispone y las carreteras no fueron víctima de su ataque, por otra parte previsible, dadas las fechas del calendario.
Después de las horas previas compartiendo almuerzo, recuerdos e ilusiones con dos buenas amigas, aproximadamente a las seis menos cuarto de la tarde, llamaron al móvil desde el coche en que llegaba la editora Amelia Díez Benlliure acompañada por su mano derecha en la editorial Mónica Serra. Justo en ese momento la nieve hacía acto de presencia, nuevamente, en la ciudad, acaso para recomponer su vestimenta, ya que durante las horas previas se había deteriorado su albura.
Tras las correspondientes vueltas de reconocimiento a una urbe que ellas desconocían, llegaron junto al muro de la Biblioteca. Se podría decir que Urania Ediciones iniciaba en Segovia una especie de minigira que le ha llevado a Asturias en este fin de semana y el lunes remataremos (Eloy Sánchez, Marcelo Díez, Amelia y yo mismo) en Madrid en el Café Literario Libertad 8.
Nunca es fácil explicar qué se siente cuando uno abraza por primera vez a alguien que, sin embargo, ya conoce de hace algún tiempo, a través de este medio que llamamos Internet. No es la primera vez que me sucede (por suerte para nosotros hay un buen puñado de estos recuerdos en el corazón), pero nunca sé concretar con palabras esos instantes en que se corrobora de un vistazo y una sonrisa que todo lo que habías pensado o sentido respecto de esa persona es así. Es una novedad absoluta, pues nunca has estado personalmente junto a ellas, pero al mismo tiempo es una mera confirmación, como una rúbrica de pieles y miradas a una carta ya pasada a limpio, corregida y apenas con una o dos erratas que nadie ve.
Una vez instaladas en el hotel tan próximo, el frío, la nieve, el granizo y el viento se quedaron fuera, haciendo su particular recorrido por calles, plazas, atrios, torres y tejados. Recibí alguna llamada de amigos que no pudieron acercarse a última hora, porque los kilómetros que les separan de la ciudad se antojaban infranqueables a causa de esa repentina descarga furiosa de última hora que en los pueblos próximos a Segovia fue aún más intensa, según me confirmaron después algunos que, a pesar de todo, cruzaron esa intemperie.
Y repito, me refiero a estas inclemencias, porque a pesar de ellas, la sala de la Biblioteca destinada a este acto se llenó e incluso hubo que acercar alguna silla más. 
Aspecto de la sala
Abrió el acto Luis García Méndez, director de la Biblioteca Pública, quien, entre otras cosas comentó que este libro es el primero que se presenta en el histórico edificio.
Todo tiene su explicación, pues la Biblioteca no cuenta con un salón de actos y, por tanto, sus espacios no están preparados para este tipo de circunstancias, de hecho, hubo que modificar toda la sala para adaptarla a nuestra invasión. Y sin embargo, me da la impresión, de que no es ésta la única razón que hasta ahora ha impedido que aquí se presentara algún libro, tiempo y ocasiones ha habido para ello. Ni a mí —por no ir más lejos— se me ocurrió en los anteriores cinco casos esta opción; quiero decir que no hubo oportunidad a que alguien me negara por las razones que fueren la posibilidad, es que ni siquiera lo barajé. ¿Y, sin embargo, qué hay más obvio para presentar un libro que el lugar donde todos los libros esperan a ser leídos, donde se pueden encontrar aquellos volúmenes que en otro lugar son prácticamente imposibles de hallar, el lugar donde, como escribí en la dedicatoria del libro que allí quedó, aprendí que la literatura es emoción? Como sucedió cuando presenté Cuentos de Euritmia en la Casa Museo de Antonio Machado, sin buscarlo previamente, sin esfuerzo, encontré el mejor posible lugar para que este libro echara a caminar por su cuenta, con su vestido de tonos otoñales y cálidos —aunque no ardientes—, ya independiente de mi voluntad, ya autónomo para ser objeto de indiferencia, cariño o diatribas.
Junto a Amelia. Sonrientes.
A continuación Amelia Díez Benlliure, mi editora —qué bien suena decirlo y escribirlo—, explicó con brevedad, concisión y calidez el modo en que nos conocimos en este complejo mundillo de las letras en la Red, y contó lo fundamental de Urania Ediciones: su apuesta arriesgada, valiente y digna de encomio en estos tiempos, por la poesía y por la literatura infantil.
Y uno mientras escuchaba su voz, recordaba aquellas tardes silenciosas en que de vez en cuando leía alguno de sus poemas en su blog que había encontrado porque ambos coincidimos en el blog de un amigo común cubano que vive en Italia (y del que últimamente sabemos poco). Y aquellas otras tardes primaverales, pero de barahúnda poético-bloguera, donde casi al unísono empezamos a sentir vergüenza ajena por el espectáculo al que asistíamos. Y las noches de tertulia de poetas, del grupo Arando Versos en FB. Y esa tarde/noche, nada más entrar en el grupo, en que me propuso, para mi vergüenza, que le enviase tres o cuatro poemas y de este modo, formar parte de un libro colectivo y solidario llamado Arando Versos. Y todo iba encajando. Nada es porque sí. Nada es casual. Todo es causal. Todo, al final, acaba convirtiéndose en una cadena lleva de eslabones, y si uno falla, no existe la cadena. Y si Quizá un martes de otoño lucía en pie en la mesa en la que estábamos Amelia, Norberto y yo, era porque antes habían sucedido estas cosas. Y esa confianza que yo ya tenía con Amelia, me impulsó a enviar a un correo electrónico en el que adjuntaba la quinta lectura revisada del poemario, como respuesta a una petición suya, casi al anuncio de su locura. Nos había dicho, más o menos: “queridos aradores voy a crear mi propia editorial, si alguno de vosotros tiene alguna cosa y quiere…” Si, a pesar de los comentarios favorables de Isolda, Elvira y Paloma, yo no hubiera conocido a Amelia, quizá no lo hubiera hecho, pues, Quizá un martes de otoño es el libro más íntimo de cuantos he escrito. Y para mi sorpresa, emoción y sensación de vértigo, Amelia a los días me respondió al envío diciendo que si yo quería ella editaba el libro. Nunca se puede decir nada de cara al futuro, pero barrunto que será difícil que escriba uno tan en carne viva como éste, por eso cuando respondí que sí, que adelante, ella —ni nadie— sabía que por dentro albergaba esos sentimientos.
Con Norberto en los segundos previos al inicio del acto
Después llegamos al momento central de la velada. Norberto García Hernanz leyó el texto que había escrito y que ya ha sido publicado con su autorización por mí. Respecto de otros conocidos que he ido sumando a lo largo de estos años en Internet, Norberto cuenta con una ventaja apreciable: ambos vivimos en esta ciudad. Esto quiere decir que para el encuentro personal y compartir una charla cara a cara, no es necesario hacer el petate y recorrer un tramo más o menos largo de carretera. Aunque habíamos oído hablar el uno del otro, hasta que no organizó, a través de Internet, el I Día Internacional de la Poesía en Segovia, nuestras vidas no tuvieron ningún punto de encuentro. Él se dedicaba —y se dedica— a su actividad profesional como profesor de Matemáticas en uno de los institutos de la ciudad y a sus aficiones que tienen que ver con muchas ramas de lo humano: el ciclismo, la pintura, el canto coral, la montaña, la poesía… Norberto es un hombre inquieto y algo solitario, como uno. Recuerdo que cuando Amelia y yo empezamos a pensar en fechas concretas para este acto, sólo tuve que pensar en un nombre. Esta es mi suerte. Norberto dijo sí, sin más. Antes incluso de leer el libro, lo cual era asumir un riesgo por su parte. Pero de inmediato quedó subsanado ese pequeño problema. Mientras escuchaba sus palabras, que se pueden leer pues ya las he publicado, me daba cuenta de que el libro ya no es mío en exclusiva. Ya el lector va encontrado su propia lectura, su propio significado, su propio sentido.
Tras sus palabras —que no sé si merezco—, durante más de veinticinco minutos hablé sobre el libro, sobre el modo en que nació, sobre algunas cuestiones que ya he ido dejando esparcidas por estas líneas.
Firmando un ejemplar
Y dio tiempo a leer alguno de sus poemas, a pesar de que es difícil su selección porque, como está dicho, se trata (en el fondo) de un solo poema fraccionado por paso del tiempo, dividido por las señales horarias.
Por último y a pesar de la noche, a pesar del frío, todavía algunos amigos tuvieron la humorada de acercarse y comprar el libro y esperar un poco de turno, tampoco mucho, para que se lo firmase.
El libro ya está en las librerías, el libro ya camina hacia otros lugares alejados más o menos de esta ciudad donde nació como única posible respuesta a un dolor punzante y hondo, una sensación común para la inmensa mayoría de los mortales.
Uno no es distinto de nadie, ni especial. Sufre del mismo modo en que sufren cuantos han compartido, comparten o compartirán condición humana; pero tiene la costumbre de lanzar al exterior a través de la palabra escrita sus sentimientos.
En este caso, además, alguien, Amelia Díez Benlliure, ha considerado que mis versos, podían traspasar la frontera del archivo de mi ordenador.

La editora con la criatura, el día en que
salió de la imprenta

jueves, 24 de enero de 2013

¿Cómo afrontar un nuevo día? Por Isolda Wagner

ESTE RESEÑA DE "QUIZÁ UN MARTES DE OTOÑO" SE DEBE AL CARIÑO DE ISOLDA, NUESTRA ISOLDA. AUNQUE EL PUDOR ES INMENSO NO PUEDO NEGARLE ESTA PÁGINA.
GRACIAS EMOCIONADAS



Imagen extraída de "La Esfera Cultural"


¿Cómo afrontar un nuevo día, cuando sientes que una ola te ha revolcado y sales del agua temblando ante el enorme poder del mar?
Esto es lo es que hace Amando Carabias en “Quizá un martes de otoño” de Urania Ediciones. En la Biblioteca Pública, que tanto ha significado para el autor, le acompañaron, entre otros, la editora, Amelia Díaz Benlliure y su amigo y poeta Norberto García Herranz. Su presentación merece capítulo aparte y no seré yo quien la escriba.
Vuelvo al libro. A veces una palabra, un gesto, determina una nueva etapa.
El poeta despierta de lo que cree una pesadilla; todavía es capaz de amar a quien comparte su lecho.
Pero no es un sueño y se planta frente al espejo y reflexiona. Se le agolpan los porqués y los cuándos y es entonces, de buena mañana, cuando empieza a versar lo que siente. “Este pánico en flor que me ha brotado de madrugada”
Hora tras hora, (recordando al clásico) mezcla sentimientos desconocidos para él con la vida diaria, que debe continuar.
Cada poema encierra las dudas del porvenir y la certeza que adivina. La palabra escritas son su salvación,  su delicado estilo, sus metáforas tan especiales y esos vocablos únicos y propios de Amando.
Se asusta, ¿cómo no? “Intuyo los secretos de una soga ciñendo la garganta del futuro como sombra invernal, acero nítido donde la luz desaparece y calla.”
No olvida, las injusticias que nos rodean hace ya tanto tiempo. “... como un hacha se clava en mi cabeza, una interrogación llena de rabia, ¿por qué no reclamamos que su exclusivo afán sea el servicio a quienes deambulamos el planeta?
Las horas pasan y se deslizan hermosísimos poemas de amor carnal “¿Podrá entender la dama sin médula y sin piel mi desnudez ahíta sepultada en el mar coral de tus entrañas, después de verme llanto tras esa cuchillada que ha vuelto mis latidos negra arena de sangre?
Utiliza todo tipo de versos. Sus endecasílabos tan propios; alejandrinos y, en esta ocasión, manriqueños que quisieran enlazar con su sentir.
Emplea también su excelente prosa poética en algún caso.
Y termina con un “grito en contra del hambre, versos que a ti conduzcan, invisible latido de tu aliento, aunque no existan versos contra el desasosiego, ni siquiera existan hoy quizá un martes de otoño.’
Un poemario; un día completo, lleno de sensibilidad en cada recoveco y donde brillan, tal vez como nunca, sus metáforas.
Es un placer saborearlo de principio a fin con sus horas felices y sus desventuras. Nada de lo que pueda decir, suplirá lo que sienta cada uno de vosotros.
Hoy escribo estas líneas, como amiga; como quien ha desmenuzado cada estrofa; como lectora, pero sobre todo, para agradecer a Amando su confianza en mí. Nunca olvidaré el poema que me regaló hace un tiempo y que podéis ver AQUÍ
Así tenéis un poema extra.
Isolda Wagner


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NOTA DEL AUTOR:
Aún no puedo hacer la pequeña crónica de la presentación. Otros gratos menesteres me reclaman. Sirva esta foto como prueba de que el acto se celebró y que todo salió como mínimo, a las mil maravillas.
Especialísimo agradecimiento a Norberto por la presentación que hizo del libro. Un lujo que pronto compartiré con todos.

Norberto (i) lee, Amelia (d) escucha y sonríe, Amando (c) pues eso, en la  nube
(Foto Mónica Serra)
(Gracias a la biobleta de Segovia por todas las facilidades) 


domingo, 20 de enero de 2013

De rechazos y acogidas


La editora, Amelia Díez Benlliure, con un ejemplar
de "Quizá un martes de otoño"

Cuando uno envía un texto de cualquier género para que sea valorado por alguien cuya misión, además, consiste en decidir sobre su publicación o no, debe saber que se expone al rechazo. Por bien o mal que le siente, el rechazo forma parte de las opciones posibles.
Aunque no soy filósofo, ni lo pretendo, barrunto que la opción de la negativa es la que confiere a la libertad de su valor tan primordial y tan humano, tan específicamente humano. (También cuando elijo libremente un camino, estoy ‘negando’ de facto otro, muchas veces igual de atractivo o más que el escogido).
A lo largo de tantos años dedicado a esta pasión de escribir, he recibido varios rechazos de novelas y poemarios. Decir que me ha resultado indiferente esa negativa sería mentir como un niño, y además sería inútil, porque nadie me creería. Claro que afectan, salvo las paredes de hormigón armado, nadie es inmune a una bofetada.
No sé si es una virtud o un defecto, pero me parece que en ningún caso he pedido explicaciones. Nunca ha sido necesario, porque cuando un manuscrito se me ha valorado negativamente para su publicación, siempre ha ido acompañado de motivaciones que han servido para que entendiera si se habían leído el texto —en cuyo caso, no merecía la pena reincidir en la cuestión—, o simplemente no se lo leerían aunque se lo enviase setenta veces siete —en cuyo caso no merecía la pena reincidir en la cuestión—.
Una vez asumida la primera sensación dolorosa, me quedaban (o me quedan) varias opciones. Soy un poco voluble, lo reconozco, pero hay algo que hasta ahora no me ha sucedido: nunca me he desmoronado del todo cuando me han devuelto alguno de mis libros.
Aunque la primera reacción siempre ha sido un poco dramática, nunca ha salido de mí mismo. Tampoco, al menos hasta el día de la fecha, me ha dado por insistir en exceso. Quizá sea uno de mis errores. No lo sé. Cuando un libro ha sido rechazado, supongo que no reúne los requisitos adecuados para su edición. Lo dejo estar una temporada, como si no existiera, como si tuviera que serenar su contenido. Al cabo de un tiempo le doy otra vuelta.
Es un momento clave. Esta segunda vuelta (que en realidad es una quinta o sexta tras su primera escritura y posteriores correcciones) es la definitiva para que en mi ánimo crezca como libro con posibilidades de publicación o, simplemente, se trate de una criatura fallida, que realmente no tiene otra posibilidad que su almacenaje caritativo en alguno de mis cajones. Cuando se produce el primer caso, vuelve a entrarme el frenesí interior que pocos conocen, porque éste sí lo guardo bien, es uno de mis secretos mejor guardados. Puede suceder que gracias al reposo de los meses, descubra las grietas —según mi entender— por las que el libro hace aguas; puede ser que atisbe otro modo de enfocar la historia —en realidad reescribir el libro—; puede ser que el libro me siga pareciendo publicable con apenas algunos retoques… Da igual, en cualquiera de los tres casos, volveré a intentarlo, volveré a enviar el texto a otro editor. Pero sólo a uno. Si tampoco encuentra la acogida necesaria, salvo que de sus palabras uno deduzca que ni ha abierto la portada, lo dejo definitivamente.
Pienso que no será un libro siquiera digno, o quizá es que no interese a nadie.
En todo caso, no me vengo abajo, no me hundo. Sigo adelante. No me concibo de otro modo que no sea escribiendo. (Que no quiere decir que una escriba siempre de cara al público, eso es otra cuestión). Uno se aleja de los libros escritos años atrás, porque en la mayoría de los casos son reflejos de una etapa concreta de la propia vida. A veces sucede que extrañas circunstancias te devuelven a ellos; pero eso también formaría parte de otra reflexión.
Pero, en caso de segundo rechazo, tampoco estimo que los editores actúen a la ligera. Aunque el único criterio que usen es el de la comercialidad o no de los libros que editan, han tenido un criterio a la hora de admitir un manuscrito o rechazarlo. Y salvo los tontos, no conozco a nadie que se dedique a arrojar piedras contra su tejado. Otra cosa es que acierten o no, pero eso ya es responsabilidad de cada quien. Tampoco interpreto —nunca lo he hecho— que rechazarme un libro signifique rechazarme a mí. Si cada ‘no’ que reciba en esta vida lo entiendo como una afrenta personal, el mundo sería irrespirable para mí.
El poemario Quizá un martes de otoño es una excepción en todo este proceso. Tras el conforme de mis lectores experimentales, tres esta vez —nunca me salto esta parte de mi rutina—, el poemario como se concluyó en su primera redacción, encontró editor, editora en este caso, alguien que en cuestión de días confió en sus posibilidades. Y si el libro se ha alumbrado ahora, ha sido por otras circunstancias, pues estuvo a punto de salir a la luz pocos meses después de haber sido escrito.
Esta singularidad en mi experiencia literaria, me hacer reflexionar retrospectivamente sobre otras cuestiones, pero creo que ahora no vienen al caso, pues, quizá me adentrara mucho en el camino de la melancolía.


Invitación, presentación Segovia (23.01.2013)
Invitación para el acto de Madrid junto a
Eloy Sánchez y Marcelo Díez
(28.01.2013)

viernes, 11 de enero de 2013

Quizá un martes de otoño


Queridos amigos, queridos lectores:
Me encanta que la primera entrada de 2013 en "Pavesas y cenizas" sea para compartir con todos y cada uno de vosotros la próxima llegada al mundo del papel de mi último poemario escrito: Quizá un martes de otoño.
La escritura de cada libro, según mi experiencia, es una aventura diferente. Cada proceso responde a diferentes circunstancias. En este caso  concreto, no lo ‘escribí’, sin más, sino que ‘tuve que escribirlo’ o, de lo contrario, algo se habría podrido en mi interior. Se trata de un libro tan íntimo que sin el empujón que me dieron las opiniones de María Jesús Llorens, Elvira Daudet y Paloma Corrales nunca hubiera salido del recinto del archivo informático donde descansaba una vez escrito.
Tiempo habrá para hablar del contenido del libro. Ahora es el momento de anunciar que aquí está, de recibirlo como se merece la ocasión, de disfrutar de este instante tan especial para cualquiera que escriba, más allá de otras posibles consideraciones.
Cuando me creé la cuenta de Facebook, me encontré de inmediato con muchos amigos a quienes ya conocía por mis cazcaleos y visitas blogueras. Entre ellos con Amelia Díez Benlliure. En ese preciso momento (acaso al segundo día de formar parte de esa red), me invitó a formar parte de un grupo de poetas llamado “Arando versos”. En aquellas semanas se ultimaba la edición de un poemario colectivo con fines solidarios, amparado por la Editorial ACENS, donde entonces colaboraba, Amelia, y que desembocó en el libro Arando versos, donde —casi como hijo pródigo— fui admitido de modo generoso e impagable.
La inquietud, ilusión y amor apasionado por la poesía de Amelia, le hizo dar un paso más, y creó su propia editorial, UraniaEdiciones, cuya apuesta es la poesía y la literatura infantil. O sea, ámbitos del mundo editorial que están emparentados casi con lo utópico.
Urania, en pocos meses, cuenta con un catálogo interesantísimo y que os invito encarecidamente a que consultéis pulsando en este enlace. Allí encontraréis los libros que iré citando. 
Comenzó su andadura con un poemario colectivo y solidario de mujeres poetas, titulado IndignHADAS. En este libro participan algunas buenas amigas que uno ha ido conociendo en estos años. Y porque no sea sólo mi voz o mi opinión, aquí os enlazo con lo que escribió Alena Collar sobre él.
Editorial y editora continuaron su andadura con el libro que abre la colección Astrolabio Manifiesto asténico debido a Eloy Sánchez Gaullart, un poemario hondo y bello que os recomiendo vivamente.
Como he dicho, otro de los pivotes sobre los que gira Urania Ediciones es la literatura infantil. En este ámbito ha editado el cuento Un abrazo de oso escrito por Susanna Isern e ilustrado por Betania Zacarías y Poemas del río y del mar escrito por Marcelo Díaz e ilustrado por Tica Godoy.
Su penúltimo libro editado, Cosecha de Invierno, también es colectivo, también es solidario, pero, en este caso, se trata de relatos cortos. En él también tuve la dicha de ser llamado por Amelia para participar.

Y ahora, cuando se inicia 2013, está a punto de nacer, bajo su buen auspicio, Quizá un martes de otoño, que será el segundo libro de la colección Astrolabio. La presentación en sociedad será el próximo 23 de enero, miércoles, a las 19.30 horas en la Biblioteca Pública de Segovia. A esta institución y a su director en particular, desde aquí agradezco todas las facilidades que me ha dado para organizar el acto. Me hace una tremenda ilusión poder presentar en este lugar tan emblemático para muchos segovianos. En esta ocasión contaremos como presentador del libro a mi amigo, poeta y apasionado de la poesía Norberto García Hernanz.
Asimismo, y aunque será recordado con tiempo, ya anuncio que junto con los libros de Eloy Sánchez y Marcelo Díaz, también presentaremos Quizá un martes de otoño el día 28 a las 19.30 en el Café Literario Libertad 8 de Madrid.
Pues eso, no quiero alargarme más, que esto ya va muy largo: os espero, si podéis venir, en Segovia o en Madrid (de momento) y deseo que este libro os guste.


¡¡¡ESTÁIS INVITADOS!!!