martes, 24 de diciembre de 2013

Mirad la arcilla blanca (Oniliria XXII)

MIRAD la arcilla blanca, cómo alea, cómo se eleva cálido el latido de su pulso, sus ojos son abrazos y caricias, desprotegidos pétalos en llanto.
Donde ruge la envidia, donde avanza la ira, donde campea la ambición, donde los egoísmos se hacen trono sucede este milagro del silencio: ejército de sueños como ángeles, muchedumbre de cantos de pastores, guirnalda de futuro entre los lobos.
Mirad la arcilla blanca, cómo alea, cómo se eleva cálido el latido de su pulso. Mirad cómo jalbega nuestra noche y encala corazones mutilados. Mirad cómo una estrella busca su pesebre, mirad cómo los hombres se equivocan buscando resplandor en los palacios y no en aquella cueva maloliente donde el estiércol fue antes que la mirra.

Con mis más fervientes deseos de que la Navidad de este año sea un espacio y un tiempo para encontrar la senda de la felicidad que todos y cada uno os merecéis. Considerad esta oniliria, un abrazo cordial, además de la felicitación que este año, tampoco ha podido ser en forma de cuento.


¡¡Feliz Navidad!!
Foto del autor. María con el niño, del belén de
esta casa.

viernes, 6 de diciembre de 2013

La niebla (Oniliria XXI)

La niebla de diciembre, collar de hielo y perla en su garganta, es bufanda que cuida los sueños de los ángeles junto a la madrugada.
Los protege del frío con su escarcha, evita que sus ojos descubran a los cisnes negros de la noche rompiendo con sus picos como azadas la arcilla donde laten los relojes que calientan la arcilla y sus retinas.
Porque si sus pupilas, luz de estrellas, vieran nuestro cadalso y nuestra ruina, se inundaría el mar con tanto llanto, y los cisnes de sombra y cieno no tendrían lugar para el descanso, ni siquiera en la entraña más lejana del último centímetro del viento.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Santiago López Navia, "Arte nuevo"

(TEXTO LEÍDO EL PASADO MARTES 19 DE NOVIEMBRE DURANTE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO EN LA DIPUTACIÓN DE SEGOVIA)

Inicio

Momentos antes de iniciar el acto. De izquierda a derecha:
Pablo Méndez (editor de Vitrubio) José Carlos Monsalve
(Diputado del Área de Cultura) Santiago López Navia,
Apuleyo Soto y servidor. (Foto Diputación de Segovia)
Antes de exponer unos apuntes sobre el libro y la persona que nos convoca, querría agradecer de modo muy especial a su autor, Santiago López Navia, que se acordara de mí para un acto tan especial como presentar en sociedad un nuevo libro, que es algo así como declarar su mayoría de edad, ese momento en que definitivamente el autor ya no es su único conocedor, ni siquiera el único capaz de explicar qué dice o qué quiso decir en tal o cual página, en tal o cual verso.
La pasada semana anoté esto en mi diario, y voy entrando en materia:

«Al recoger la correspondencia del buzón, me esperaba el poemario de Santiago López Navia, Arte nuevo (Entre tantas asperezas) editado por Vitrubio con el que obtuvo el premio Ciudad de Sonseca. Voy a tener la fortuna de participar en el acto de su presentación en Segovia el próximo martes en la Diputación, precisamente.

»No es que me guste mucho figurar en estos asuntos, prefiero ser público. Siempre temo no estar a la altura, pero ante la amistad soy un tanto aventurado, acaso, pienso, mis limitaciones serán mejor perdonadas. Además todo sucederá aquí, apenas a veinte minutos a pie de alguna eventualidad.

»Escoltados mis oídos por la música de Bach, a estas horas, casi medianoche, he acabado la primera lectura del poemario, al mismo tiempo breve y hondo, tan íntimo que casi me da miedo tocarlo no vaya a hacerse añicos como un delicado cristal. Falta un semana para que llegue la hora, y creo que tendré tiempo de pergeñar mis palabras. Y ya he encontrado en su interior unos versos, donde mirarme como en un espejo, ¿acaso se le puede pedir más a un libro?:
No entregues tu criterio a las celadas
que tienden el aplauso o las insidias.
Que el canto de sirenas pueda hallarte
encadenado al mástil, pero sordo.… »
Sin saber muy bien cómo, ya ha pasado esta semana a la que me refería, ya estamos aquí, ya he alcanzado el punto en que me toca decir algo, ese instante en que espero no hacer añicos este delicado y lúcido poemario, no por que sea frágil, ni mucho menos, sino por ser tan íntimo.

Su esencia

Desde su título, Arte nuevo de la lucidez, el poema que acabo de señalar, podría considerarse uno de los arbotantes sobre los que se apoya el poemario. No en vano su título nos da la pista, pues la lucidez debería ser una de las actitudes capitales a la hora de solventar con buena calificación esta asignatura de indeterminada duración llamada vida.
Como sin duda se habrá apreciado, en estos cuatro versos es evidente la alusión a Ulises, a la Odisea, en definitiva al viaje. ¿Existe otro viaje más apasionante y duradero que el de vivir? ¿Existe algún viaje que nos deje más recuerdos y aprendizaje que aquella travesía llena de singladuras dolorosas?
Arte nuevo es un libro viajero, y no es necesario esperar al poema antedicho para alcanzar esta conclusión. Ya en el primero, el poeta propone al ‘tú a quien dirige los versos un viaje interior, desnudo, tras haber quemado las propias naves, y adentrándose el mar a nado y sin nada, es decir con los propios medios, afrontar lo esencial de la existencia. A partir de aquí el poeta decide tomar la mochila y lanzarse a una de las más arduas expediciones: recorrer el interior de uno mismo. No se conformará con un recorrido turístico por su alma, ni siquiera cartográfico, al objeto de dejarnos el mapa de los paisajes y territorios que la componen. Creo que a Santiago tal cosa no le interesa, o apenas le interesa. El objeto de esta gira es casi de carácter terapéutico, pues como bien dice su título, subrayado en cada poema, trata de encontrar y aplicar un arte nuevo, casi siempre —como apunta el subtítulo— entre tantas asperazas…
Antes de avanzar, convendría primero que nos pusiéramos de acuerdo en el significado de lo que se pretende decir, pues, si no, no nos entenderíamos. ¿Qué es ‘arte’ o, mejor dicho, en qué sentido debemos usar la palabra ‘arte’ para poder interpretar rectamente lo que el poeta quiere decirnos.
Nada más sencillo que acudir al diccionario de la RAE.
‘Arte’ es palabra que aparece definida con nueve acepciones y varias locuciones registradas en la entrada correspondiente. Salvadas las últimas que se refieren a cuestiones o profesiones muy concretas, aún disponemos de cinco posibles significados. El primero que la discreta Academia le asigna es: “virtud, disposición y habilidad para hacer algo”. La segunda se refiere a la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. En tercer lugar propone: “conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien algo”. A continuación nos recuerda que arte también es “maña o astucia”. Y por último afirma: “Disposición personal de alguien. Buen, mal arte”.
Pues bien, nuestro autor usa arte en su tercera acepción, es decir, “conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien algo”, aunque se le podrían aplicar sin temor a errar, tanto la primera —virtud, disposición y habilidad para hacer algo—, como la última —disposición personal de alguien. Buen, mal arte—.
En el entorno del humanismo, tan querido y tan conocido por Santiago, sobre todo a través de su indagación sin fatiga en la obra y el mundo de Cervantes, no era extraña la aparición de libros compendio de normas sobre las más diversas cuestiones encabezados por la palabra arte, tradición que viene desde los clásicos latinos, comenzando acaso por el más famoso, el ovidiano Ars Amandi.
¿Sobre qué asunto o asuntos, establece su ‘nuevo arte’? Demos otro paso, pues. Todos y cada uno de los títulos se inician del mismo modo, como un estribillo, arte nuevo de. Y aquí es donde desde el primer momento nos encontramos con el itinerario hacia las simas más hondas de nuestro ser. Por este orden aparecen en el libro: Desarraigo, guerra, encajar los golpes, lamerse las heridas, venganza, no ir a ninguna parte, despedida, no mirar atrás, decepción, amargura, error, no darse cuenta, constancia, lucidez, empezar el año, contestar a ‘cómo’ y no a ‘por qué’, paciencia, perder el tiempo, revelación, esperar días mejores. Es decir, el poeta propone un “conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien algo” en este caso enfrentarse a los asuntos que más afectan a la vida. El orden del poemario no es aleatorio. Como se deducirá de los títulos enumerados, el poeta parte de las situaciones más dolorosas que puedan afectar a nuestras vidas, para concluir en el sendero de la esperanza, de un futuro que será mejor, aunque no fácil de alcanzar.
Hace un par de años Santiago nos regaló el antepenúltimo de sus poemarios Ensueño y mediodía. Tras leerlo, escribí una reseña publicada en la revista digital Alenarte revista, artículo que concluí de este modo:
«Ensueño y mediodía, también o además, es un poemario tamizado por la melancolía. En la mitad del libro, y barrunto que tal colación ni es casual ni es arbitraria, está el poema (…) “Casi al mediodía” [que] termina con estos versos que (…) definen como un retrato hiperrealista —en este caso autorretrato— el alma del poeta, que pelea por ser un solitario solidario, porque es en la soledad donde el poeta puede indagar y comprender la existencia humana:
Resulta también que hoy tengo miedo
del mundo, de la calle, de la gente,
de bajar a mi infierno privado,
ese que corre en las carreteras grises,
delante de mí.
Y no sé cuál es la verdad que se me pierde,
pero desearía que la soledad se me marchase
para quedarme solo, como antes.
»
Si traigo ahora estos versos, es porque percibo en ellos, sobre todo en los tres finales, una puerta entornada, por la que ya se cuela, como luz que atravesara su rendija, la melodía del libro que estamos presentando, aunque esta afirmación mía no es más que la conclusión subjetiva de un lector, quiero decir que el autor acaso me desmienta a continuación. Y bien haría en ello.
He dicho hasta ahora que Arte nuevo es un viaje hacia lo hondo del individuo y que se trata de un compendio, al modo clásico, para enfrentarnos a cuestiones tales como el desarraigo, la guerra, el dolor… Ahora añado que, además, se trata de un viaje que sólo se puede hacer en la más honda de las soledades.
Alguien podría pensar que es contradictoria la soledad con un compendio que proponga al resto un conjunto de normas para hacer algo bien. En principio no tiene porque serlo, pues se trataría de, concluido el viaje, compartirlo con los lectores, acaso para invitarlos a que —cada uno en su propia soledad— se oriente en una travesía semejante. El Arte nuevo de Santiago no ordena en sentido imperativo, ni regula en sentido normativo, ni cataloga en sentido doctoral. Es un diálogo o una propuesta hecha con sencillez al lector.

Cómo lo dice

Nunca conviene en una presentación agotar el contenido del libro, pues entonces se corre el riesgo de impedir que algún lector se acerque a él que, a fin de cuentas, es de lo que se trata cuando un editor considera que un libro debe atravesar el umbral de la casa del escritor para intentar recorrer el mundo.
Así pues no diré más acerca de su contenido, acerca de las indagaciones y experiencias que el poeta ha trasladado a estas páginas. Acaso ya haya dicho demasiado. Sin embargo, antes de concluir mi intervención, aun a modo de someras pinceladas, destacaré algunas cuestiones formales que confieren al libro su aspecto definitivo.
En primer lugar el tono que suele ser determinante en cualquier poemario. En este caso nos encontramos con un decir reflexivo, íntimo, dialogante, como en voz baja, como una conversación tranquila y sin prisas entre amigos que se adentra en la madrugada. A pesar de los temas sobre los que reflexiona: desarraigo, guerra, venganza, heridas…, se aleja del grito melodramático tan propio del romanticismo, por ejemplo. Es un tono que bebe de fuentes tranquilas, de esa actitud estoica que desde Séneca abunda en nuestras mejores letras, y que nos lleva a ese mundo del Renacimiento tan querido y tan estudiado profesionalmente por nuestro autor. Alguien que admite la vida como le va llegando. Ajeno a la indiferencia, sí, pero igualmente ajeno a la lamentación que tiende al inmovilismo y a la autocomplacencia. Por el contrario, se trata de aprender, se trata de admitir, de asumir, y continuar, avanzar, crecer en la búsqueda de lo esencial.
Otro aspecto es el de su brevedad. Como sucede a menudo, la brevedad de un poemario no quiere decir que sea corto. Ya sé que parece un juego palabras vacío lo que acabo de decir, pero no es tal. Depende de cada lector la duración de la lectura de un libro.
Leer poesía —al menos el tipo de poesía que nos ocupa— no es lo mismo que leer prosa, como no es lo mismo escribir en prosa que escribir un poema. De algún modo el poema es como destilar la vida, o alguno de sus fragmentos. Cuando llega al lector, éste puede quedarse en el resultado último, el verso que el poeta le entrega, o bien, dejar que ese verso se abra en su interior y permita una zambullida en los sentimientos, no del poeta —eso sucedió mientras escribía—, sino del lector quien, al adentrarse en su interior, será interpelado por el verso de una manera nueva y habrá recreado el poema y lo habrá incorporado a sí mismo. No todos los poemas ni todos los versos tienen el mismo alcance, no todos llegan tan hondo, no todos provocan que el lector se detenga varios minutos y relea y vuelva a leer y sienta que aterrizan en su corazón empujándole hacia la evocación de otros momentos vividos, o hacia la reflexión. De hecho no es lo más frecuente.
Arte nuevo, en línea con lo que es habitual en la poesía de López Navia, sí puede provocar estas reacciones. Por tanto este es uno de esos libros que califico de iceberg, pues es en lo profundo donde reside su mayor densidad. Pero no sólo en lo profundo del autor, sino en lo profundo de cada lector. Y este es el milagro de los buenos poemarios —al menos de los poemarios que más me interesan— que son capaces de trascender la experiencia personal e intransferible y la presentan de tal modo que cualquiera podría saberse reflejado en sus latidos.
Prácticamente todos los versos del poemario son endecasílabos, pero escritos con la sencillez habitual de nuestro poeta que huye de recursos retóricos excesivos. A pesar de no estar de moda, escribe dos sonetos, cuya impecable factura, sobre todo en los tercetos del primero, trae ecos del conceptismo, no del más retorcido y casi inextricable, sino del que hizo grande a algunos, como Quevedo. Digo esto porque en ocasiones, el lector no lee poesía, porque tiene miedo a no entender la oscuridad de algunos versos, o perderse en su penumbra. No voy a entrar ahora en asunto tan controvertido, simplemente diré que quien lea Arte nuevo entrará en un mundo claro, conciso, comprensivo, sin barroquismos sintácticos, sin irracionalismos o surrealismos semánticos. Se encontrará con el decir directo del castellano que hablamos todos, circunscrito, eso sí, al ritmo del endecasílabo, a bellas imágenes comprensibles por cualquiera, todo ello con un solo objetivo: provocar que el lector pueda pensar sobre el asunto que se le propone.
Y ello desde el título de cada poema.
Normalmente los títulos de los poemas, no forman parte per se del contenido del poemario. Sin embargo, en este caso, al menos formalmente, funcionan como un estribillo que ayuda a recordar siempre que estamos ante un arte nuevo, una propuesta para hacer —o no hacer— algo. Y esto lo señalo, porque en la mayoría de los casos, las propuestas son sorprendentes, ajenas a lo común. Este estribillo, pues, logra que el lector recuerde que se trata de una posibilidad de afrontar la vida. O sea, un aspecto formal, al servicio del contenido del libro.
Decía más arriba que este es un libro que denomino en mi particular clasificación, iceberg. También podría calificarlo como esférico o circular, pues el final se une a su inicio, de tal modo que al acabar su lectura, al lector casi está obligado a volver a su inicio, aunque sólo sea para recordarlo. En nuestro acaso así concluye el primer poema:
«Es tiempo de sembrar a dentelladas / y en los surcos del barro / (si lo permite el hielo y no hay sequía) / regar con las cuchillas de la escarcha / la flor del desarraigo».
Y de este modo finaliza el libro:
«Vendrán días mejores. Mientras tanto / cumple morder el tiempo a dentelladas / y hacer mella en su carne escurridiza / que deja en nuestra piel sus cicatrices.»

Conclusión

En fin, y ya concluyo, si alguno de ustedes, se decide a leer este poemario —a lo que invito sinceramente— se encontrará con un libro breve, sí, pero hondo, un libro de tono reflexivo y meditativo, muy próximo a cierta línea de la poesía contemporánea que bebe desde los clásicos y tiene uno de sus afluentes más actuales en la poesía británica —tan querida por SLN— del siglo pasado, escrito sin los vanos oropeles vacíos de falsas retóricas, sino en un castellano limpio —aunque no exento de cultura— y directo, un castellano que suena con la melodía propia del endecasílabo, ese ritmo que acaba por mecer el sentimiento.
Muchas gracias a todos por escucharme, pero sobre todo, muchas gracias, nuevamente, Santiago, por haberme pedido mi participación en el acto; pero no por participar en él, sino porque sabiendo que lo debía hacer, creo que he tenido la impagable fortuna de poder pensar más y mejor sobre este poemario que compartes hoy con nosotros.
Si he conseguido no destrozarlo con mis palabras, y he logrado que alguien se interese en él, no habrá sido vana mi presencia, en caso contrario, espero que sepas disculparme.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Artículo de Norberto García Hernanz. "Valor de la poesía. Poesía en valor."


Foto de Norberto tomada de Internet
Me hago eco y transcribo aquí, la carta que nuestro amigo NORBERTO GARCÍA HERNANZ publica hoy mismo en la sección de OPINIÓN del periódico local El Adelantado de Segovia

Me permito, incluso, querido Norberto, la libertad de titular esta entrada del mismo modo en que lo haces tú en el diario.

Norberto, como organizador del "V día Internacional de la Poesía en Segovia" (pulsando AQUÍ, podéis ver las bases), escribe una carta para conseguir una mayor implicación de algún sector más de la sociedad segoviana.
Uno no puede llegar a tanto, y menos desde este rincón, tan pequeño, no obstante y con toda humildad, me sumo una vez más a este día y os invito también a que participéis en él.

CARTA AL DIRECTOR
Valor de la poesía. Poesía en valor
Norberto García Hernanz (*)
No hay en Segovia exceso de acontecimientos poéticos. De hecho son escasos y normalmente están insertados en jornadas literarias como aderezo, colofón o complemento, pero no como eventos independientes con identidad propia. En esos casos, la dificultad de mantenerse en años sucesivos, viene supeditada a la celebración de los propios eventos dichos, en los que están insertados, pudiendo sufrir modificaciones o supresiones, al no ser elementos indispensables de dichas jornadas. Caso aparte son los recitales y concursos de exclusiva dedicación poética, que necesitan cada año reinventarse y recabar de entidades altruistas los recursos y apoyos que hagan posible su continuidad. Mi deseo es -como ahora es habitual definirlo-, “poner en valor” la poesía en nuestra ciudad y concretamente, en este caso, resaltar la contribución de acontecimientos como el Día Internacional de la Poesía en Segovia, al mejor conocimiento y divulgación de nuestro patrimonio.

El Día Internacional de la Poesía en Segovia, que por quinta vez consecutiva se celebrará el próximo 22 de marzo de 2014, está precedido por una convocatoria-concurso, en la que suelen participar alrededor de doscientos poetas y poetisas, a los que se les transmite la idea de Segovia, como idílico lugar donde poder venir a recitar al empezar la primavera. Al valor intrínseco de una fase concurso de asepsia contrastada, le sucede la selección de entre veinte y veinticinco finalistas con los que se mantiene contacto permanente por Internet y que no dudan en venir a vernos desde el resto de España (y el extranjero en ocasiones), pagarse su viaje, alojamiento y comida de hermandad poética correspondiente, lo cual supone un beneficio para nuestro turismo. Lo hacen porque saben que aquí les tratamos bien, porque aquí disfrutan del recitado de sus poemas, porque se les ofrece una visita guiada de algún monumento reseñable, porque se les obsequia con el libro-antología de los poemas finalistas y porque conocen el prestigio que ha alcanzado después de cinco años esta cita, por la cual ya han pasado promesas que hoy día están consolidadas.

Creo que esta modalidad poética (concurso, recitado y antología) que de momento es única en nuestro país, debe ser valorada y potenciada por aquellas entidades que con visión de futuro, entiendan la cultura, además de como un enriquecimiento del espíritu, como vehículo que contribuya, a la mejora gastronómica, editorial y hotelera de nuestra capital. Esta jornada de poesía ya tiene algunos patrocinadores y colaboradores, a los que desde aquí agradezco su entusiasmo y apoyo, pero las múltiples posibilidades de mejora, están supeditadas a nuevas incorporaciones. Por sí sola, la poesía ya tiene valor, pero espera aún que la ayudéis a “ponerse en valor”, es decir: en el lugar que merece. Muchas gracias.

——

(*) Organizador del V Día Internacional de la Poesía en Segovia.




Cartel de la V edición del
Día Internacional de la Poesía en Segovia



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Lágrimas vencidas (Oniliria XX)

Fuente del Jardín Botánico de Segovia de
Mariano Carabias. (Detalle)
Foto de Amando Carabias


Para María Jesús Llorens
Hay días de horizontes que se ensanchan, como un mar de sonrisas y jilgueros, días como  de orfebres que regalan carruseles de allegros ma non troppo y jardines de besos que aniquilan las nieblas del latido del ocaso y alean en el oro de las hojas que alfombran las pisadas sin aliento.
Son días como lágrimas vencidas, un vuelo de unicornios y delfines, días almidonados de futuro, cocinadas de sueños y nostalgias donde las alambradas de injusticia son apenas la sombra del otoño, casi el punto final de la novela,  casi la espalda muerta de la muerte.
Hay días para el sueño y la fragancia de una albada sin frío, sin relente, cuando la luz del sol caliente aun menos que el roce y las caricias sin fronteras quizá ebrias de utopías, pero firmes. 
Son días del otoño que parecen escritas por Vivaldi en primavera.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Mercedes Pinto: "El fotógrafo de paisajes"

El fotógrafo de paisajes. Mercedes Pinto Maldonado

1ª edición libro electrónico (epub): junio de 2013
Ed. Taugus (Espasa Calpe) ISBN: 978-84-15623-29-8


Portada de la novela

 «¿Cuántos sentidos necesita un hombre para comprender a otro? Solo uno: el de la misericordia» (El fotógrafo de paisajes. Mercedes Pinto).


Al leer esta frase de El fotógrafo de paisajes, quedé colgado de la emoción y durante algunos minutos detuve la lectura. Es de esas frases que explica, mejor que cualquier reseña o comentario, la esencia de una obra, acaso la semilla de la que ha fructificado buena parte del relato.
No es la primera novela que leo de mi amiga Mercedes Pinto (dos fueron reseñadas en el blog : La última vuelta del scaife y Pretérito imperfecto).y, como en las anteriores, al acabar el libro, tengo la sensación de que un mundo mejor es posible, a pesar de lo que las apariencias indiquen. Si los humanos fuéramos capaces de poner por encima del mal las potencias que nos empujan hacia el bien, éste acabaría triunfando.
Me doy cuenta que, una vez leído lo anteriormente escrito, podría llegarse a la errónea conclusión de que estamos ante una historia de pretensiones moralistas, sin matices.
Todo lo contrario.
El fotógrafo de paisajes es una novela densa y llena de tonos variados, de hondas reflexiones sobre la condición humana, siempre más allá de las apariencias.


El argumento


El argumento del libro —su clasificación por la editorial o por la plataforma que lo vende parece confirmarlo— lo sitúa en la órbita de la novela negra y policiaca, aunque a mi modo de ver tal calificación sólo contempla un aspecto de la obra.
Gonzalo, un joven fotógrafo recibe la invitación de su mejor amigo, Juanma —profesor de Gimnasia en un instituto—, para ir a vivir con él a Houeillès, pueblecito de la Aquitania francesa. Invitación que acepta de inmediato pues desea huir de su realidad madrileña. El don de leer las mentes de cuantos están a su lado —que se revela desde los primeros párrafos de la novela— se ha convertido en una tortura para la vida de Gonzalo. La casa resulta un lugar idílico para el protagonista pues es silenciosa, aislada y muy próxima a una zona boscosa. Sin embargo, en dicha vivienda hace no muchos meses se ha producido la misteriosa desaparición de una joven sordociega y su hijo. Por causas que no debería revelar mi reseña, ambos amigos y una muchacha del lugar especialmente interesada en el asunto, tienen la necesidad de indagar en la extraña desaparición de la joven sordociega, lo que les lleva hasta París. A partir de este momento, no debo decir más de una acción trepidante y que deja al lector sin ánimo para otra cosa distinta que no sea continuar con la lectura de la novela, que concluye de modo emocionante.


La esencia


Este argumento de novela policiaca, por así decir, es la presentación formal en que Mercedes aborda la cuestión que realmente le preocupa: la misericordia como máxima expresión de los afectos más puros del ser humano, la misericordia —probablemente frente a la ambición, las miradas superficiales, el abuso sobre los más débiles— como vía de salida ante el abismo en que ahora mismo se asoma la humanidad. Si La última vuelta del scaife es un canto a la amistad entonado dentro del molde de una novela de aventuras, Maldita una reflexión sobre la intensidad del amor hecha sobre una historia de la España profunda y rural, Pretérito imperfecto una indagación sobre el sentimiento de culpa a través de un drama resuelto a medias, El fotógrafo de paisajes propone la misericordia y la verdad como vías de salida a la crisis moral de la especie en el ámbito de un thriller con tintes de novela negra y policiaca.
No se trata, como quizá alguien haya podido pensar, de una cuestión religiosa. Más bien lo contrario: las religiones, conocedoras de los entresijos de los sentimientos humanos, usan de algunos valores o potencias que son comunes a toda la especie. Dicho de otro modo, cuando hablo de misericordia no me circunscribo a la virtud cristiana, sino que dicha potencia de nuestra alma es común a cuantos seres humanos habitaron, habitan y habitarán este Planeta —precisamente por ser universal es por lo que puede ser cristiana—.
Volviendo a la frase que abre esta reseña, a mi humilde modo de ver clave en la novela, la pregunta se refiere a la comprensión entre humanos. Es decir, la respuesta a la pregunta, o sea la misericordia, no es un sentimiento de lástima ante los males ajenos —hasta este punto se ha degradado el significado de tal actitud—, ni una ayuda más o menos generosa y puntual para tapar una necesidad concreta y apremiante, sino que es algo muchísimo más profundo, se trata de comprender al otro, y no olvidemos que según el proverbio, lo primero en el camino del amor es la comprensión, sin ésta es imposible.
Otra de las patas sobre las que se sujeta la novela es el razonamiento sobre la calificación de esta característica del protagonista. Es decir, si el poder de la telepatía que implica la total empatía con quien tiene a su lado, incluso en el dolor físico, es un don o más bien es una especie de castigo.
A lo largo del relato el lector —cada vez más atado a la silla, con la imposibilidad casi física de levantarse, por no perder el avance de la historia— siente que el argumento avanza hacia un territorio que no sospechaba inicialmente, aunque ninguno acabará por sentirse engañado, pues con la sabiduría de los narradores que saben dosificar la información que suministran a sus lectores, la autora ha dado pistas más que sobradas para que todo resulte verosímil y lógico.


Concluyendo, que me alargo


No puedo ni debo adelantar más, pero sí decir que la conclusión de la novela, plantea al lector cuestiones —algunas de las cuales se han ido planteando desde muchas páginas atrás— que no le pueden dejar indiferente.
¿Será la propuesta de Mercedes algo más que ciencia ficción? ¿Será el camino de la verdad absoluta el único que nos pueda salvar de la caída por el abismo del que cada vez estamos más próximos? ¿Se pueden romper determinados tabúes milenarios en según qué circunstancias?
Hace pocas fechas, Mercedes escribió en su blog una entrada —podéis echarle un vistazo pulsando aquí— en que, en cuanto que lectora, demanda de las novelas que tengan 4E, algo así como las estrellas de un hotel, los tenedores de un restaurante o las B de una bar… Estas en concreto: Entretenimiento, Emoción, Enseñanza, Enganche con el lector. Creo que El fotógrafo de paisajes cumple con las cuatro. Como suele decirse el escritor a veces escribe aquello que le gustaría leer, y los lectores que pretendemos disfrutar de una historia, bien que se lo agradecemos, otra vez.

martes, 8 de octubre de 2013

Afanes (Oniliria XIX)

Afanes.
Respirar o eyectar afanes de sangre: río desbocado, afanes de lágrimas como bisturís mellados, afanes de sarcófago como precipicio sin límite.
Afanes.
Tanta herida que emerge, cicatriza y resurge, una y otra vez... Tanta herida que emerge, cicatriza y resurge: el ritmo inagotable de las horas, los días y sus noches.
Afanes.
Gritos como susurros envasados, alaridos disfrazados de murmullos, risas maquilladas tras un escalofrío, carcajadas revestidas de gestos perezosos.
Afanes.
Gustoso, pues no duele, pues no provoca cansancio en los músculos del alma. Pasaría sin ver la vida, sin contemplar en cada latido: esa batalla desaforada por la supervivencia, en que las fauces del poderoso desgarran la carne desprotegida del débil.
Afanes.
Ya sé que mi mirada se asemeja a la del murciélago enceguecido y nocturno; sin embargo, la existencia me la desgaja a cada paso, me la abre en canal, me la descuartiza y arremete su despojo con la fiereza hambrienta del buitre sobre la carroña inerme, inerte, exangüe.
Afanes.
¿Cómo callar entonces? Aunque sé que mi lamento es menos que el susurro de una flor sin nombre y escondida, menos que el rumor de un río seco, cómo aquietar su sonido.
Afanes.
Llegaría a la asfixia; la herida se me pudriría dentro, gangrena repulsiva. Quisiera evitar la llaga, quisiera demorarme en atardeceres como auroras o en alboradas como ocasos, en caricias como peces de cristal, en pétalos como lluvia de besos.
Afanes.
Me dice quien me quiere noche y día, que no desespere, que no aproxime mi delirio al abismo. Me dice pues tanto me quiere, que el horizonte esplende y que conseguiremos allegar indemnes al útero de esa luz.
Afanes.
¿Dónde están nuestros pies, dónde nuestras manos? ¿Quién cargará con nuestros deseos por arribar a la entraña de la luz, si nos hemos quedado sin piernas, si los brazos apenas sirven para sujetar una jeringuilla siempre cargada con su narcótico adecuado?
Afanes.
Acepto, pues la intuye mi ceguera, que la luz esplende en el horizonte: como eco de campanas, como otoñada melancólica; pero, ¿cómo acariciarla, si somos carne inerme, inerte y exangüe? ¿Cómo acariciarla si son ya nuestros buitres quienes desgarran con la parsimonia de hábito adquirido día a día, noche a noche, la carroña que se extiende anodina: esos pies sin prisa, esos brazos sin fuerza salvo para acunar el peso de una jeringuilla con su cotidiana dosis de narcótico?
Afanes.
Heridas que emergen, cicatrizan y resurgen, una y otra vez, heridas que emergen, cicatrizan y resurgen, el ritmo inagotable de las horas, los días y sus noches.
Afanes.

viernes, 27 de septiembre de 2013

¿Por qué saliste huyendo de mi orilla?




Cuajado de rubíes y amatistas,
languidece el ocaso de esta tarde:
instante reflexivo,
quietud del cosmos que palpita.
Se ciernen los segundos sobre el quicio de un lirio,
se licua cual sonrisa tenue,
empapada de zumo de granada,
anhelando anudarse al cuerpo del amado:
ser parte del ser,
ser fusión de volcán y de caricias,
ser explosión del ansia vertical.
Mas la mirada turbia del amante
anuncia la agonía de la noche:
la pesadilla atroz del abandono.
¿Por qué saliste huyendo de mi orilla?
¿Por qué tu negra ausencia me persigue?
¿No ves mis lágrimas perdidas?
¿Es que es posible esta estocada, Amado?
Miro a la noche sin fanales y no veo sino
tu ausencia, amor, de mi costado.
Anhelo, busco, lloro, grito, ansío,
que tu presencia, Amado, me ilumine
y por respuesta nada, nadie… ausencia sólo…,
sólo el silencio infinito de la noche.
En la espesura busco tu mirada
o su recuerdo o el eco de tus ojos;
pero la densa sombra engulle mis deseos,
me devuelve un vacío o un abismo.
Anhelo el fuego de tu iris,
tu caricia de llama en mi deseo.
Te persigo sin brújula buscando aquellas huellas
por ver si encuentro, al menos, tu recuerdo.
Como un intenso beso de tus labios,
se acerca la dama del oriente,
sus pasos como cantos alegres de tu boca;
mi mente enceguecida, encarcelada
no entiende el elevado alcance de tal vuelo,
la nueva que me acercan tus fieles mensajeros.
Entiendo vuestras voces, comprendo las palabras,
pero aún es de noche en mi cerebro
y un muro de saberes que no importa
esconde el manantial de vuestra risa
e impide que se sane este dolor
y evita que la luz me inunde…
Ya amanece, ya albea, en mis labios tus besos,
desgarran este velo que me oprime.
Arranco, corro, vuelo, ya soy viento
tras el Amado, en pos de su latido.
Y se abren los senderos detrás de las canciones,
sé que está a vuestro lado, estoy seguro…
Arranco, corro, vuelo, ya soy viento
de vuestros corazones
pues ya soy un pedazo de la orla de la brisa
tras el Amado, en pos de su latido.

(Estos versos forman parte del poemario "Eterna luz sonora" Publicado íntegro en el blog de su mismo nombre. Pulsando AQUÍ accedéis al poema y ya podéis navegar por el blog, siempre que os interese)

jueves, 5 de septiembre de 2013

Alas rotas. Capítulo Primero

En otro de mis blogs, EURITMIA EN LA RED, acabo de iniciar la publicación de mi novela Alas rotas, cuya primera versión escribí durante el verano de 2004. Los capítulos se publicarán los jueves de cada semana.

Por fin descansa, han dicho tras tu espalda todavía encorvada después de la primera paletada de tierra. Lo has escuchado pues ha sido algo más que un cuchicheo, pero no podrías afirmar que aquella voz pretendiera ser oída. Más bien se trataba de una idea traslúcida moldeada en voz alta, dúctil como cera. Ha sido como un soplo de brisa, casi acallado por el ruido sordo de la arena que caía llorando sobre la madera de nogal del féretro.
Sin poderlo evitar has vuelto tu cabeza invadida por una batahola gris de reflexiones. La has girado, pero por nada especial: no pretendías descubrir su emisor, probablemente en tu estado, aunque hubiera sido tu hermano —ése que nunca tuviste—, no le hubieras reconocido; tampoco pretendías criticar su opinión, pues, en realidad, recibir desde las afueras de tu mente tal afirmación ha sido un bálsamo para tu ánimo herido. Más bien se trata de que el comentario te ha sorprendido. Has sentido tu pensamiento hecho carne, piel, sangre, voz en otra persona: un lucero en medio de la concurrencia. Hace treinta y tantas horas que una sensación idéntica golpea, o acaricia, alguna de tus neuronas cansadas, tan cansadas… La frase te ha distraído definitivamente de las últimas palabras que el cura del pueblo ha arrojado sobre su cadáver, quizá demasiado mecánica y rutinariamente: otra paletada de tierra; aunque una vez más, como el resto de la tarde, no te ha importado nada lo que dijera el buen cura. Por fin descansa. Has preferido el sonido casi dulce de esa frase, caricia que consuela, a la lluvia sorda de arena, a las palabras mecánicas, como lluvia de arena, a las palmadas huecas, como lluvia de arena.
Por fin descansa.

Si quieres continuar la lectura, pulsa aquí 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Programa de mano







Olvido unos minutos, sorprendido,
los versos de Jenaro Talens, porque
caminan dentro de mi brazo hormigas.
Huyo de las metáforas sin luz,
prefiero una mirada sin frontera:
franquear el portón de las pupilas,
como se extienden puentes levadizos,
o se contempla el fuego del ocaso.


Así me ocuparán cada jornada
jilgueros, nubes, mares y mendigos,
caricias, risas, lágrimas, susurros…
Incluso las hormigas incansables,
que ya labran su surco en mi venero,
nutrirán las corcheas de mi aliento.

viernes, 16 de agosto de 2013

¿Cómo saberlo si es de noche?



Ahora debo afrontar el desorden de naranjas caídas
la humildad está para quien persevera
y critica a fondo las águilas de su corazón.
Pureza Canelo
¿Dónde estás, dónde huiste?
¿Cómo saberlo si es de noche?
Silencio de venas,
oscuro sarpullido de palabras
que no sirven, que no sienten, que no dicen,
que no,
           que nada,
que no saben mirar el engranaje
de las polifonías del amor
y sus naciones.
Me pregunto, a la altura de este Trópico,
o más allá, quién sabe,
caminando hacia mi Ártico definitivo,
en qué laberinto jadeo,
en qué pregunta mezo mi cadáver ahorcado.
¿Selva, lodo, ciudad o tundra… importa?
¿Cómo saberlo si es de noche?
Si ascendiera a la cima de una cumbre,
desde su altura inaccesible
compondría algún himno, una cantata:
el mundo está bien hecho… y mal cuidado.
¿Cómo saberlo si es de noche?
Si anduviera caminos de los hombres,
desde cualquier encrucijada
gritaría con versos como lanzas:
hemos matado lo que está bien hecho
¿Cómo saberlo si es de noche?
Si buceara a la sima del sonido
para encontrar allí el silencio o nada,
incubadora de infinito,
me haría sólo ritmo y su fragancia,
ignoto adorador de su mandorla.
¿Cómo saberlo si es de noche?
Podría caminar, sin más.
Bucear o ascender. Sangrar o acariciar.
Podría enmudecer, sin más. Silencio.
Aquietarme ante el vuelo de una mosca
parada en esta tinta o caminando
en la piel de mi dedo cuando escribo.
¿Cómo saberlo si es de noche?


Sólo esperar, sin más.
                                      Esperar solo.

lunes, 5 de agosto de 2013

Escribir con el ritmo de un latido



Escribir con el ritmo de un latido
a la velocidad que se respira,
con la única ambición de comprender
los susurros de seda de las sombras,
el modo infatigable, tenaz, lento
en que crecen y menguan y se estiran
hasta ocupar el vientre de la noche
convirtiendo al planeta
                                    en surco de los sueños.
Escribir con el ritmo de un latido
a la velocidad que se respira,
para mecer la luz de la alborada,
con el único afán de que se injerte
entre las mil corcheas de mi sangre
e intentar que amanezca en mis pupilas
tornando mi mirar abrazo o flor,
una hoguera que acune
                                    la soledad y el miedo.
Escribir con el ritmo de un latido
a la velocidad que se respira
cuando el ocaso cruza el horizonte
mientras contempla el llanto y la penuria
tiñéndose del zumo de la sangre
sintiendo nuestra herida, nuestra lágrima,
igual que ayer, iguales que mañana,
sabiendo que el milagro es
                                         ajeno a sus colores.
Escribir con el ritmo de un latido
a la velocidad que se respira,
para que cada voz y cada gesto,
si alguna vez se asoman a mi pulso,
encuentren un espejo sin fisuras,
beban agua traslúcida sin limo,
escuchen el murmullo de la brisa,
y sientan sus gargantas
                                    creciendo en mi lamento.

domingo, 7 de julio de 2013

Al sur se aquieta el mar


                            
       Para mi hija Ana en su cumpleaños

Se aquieta el mar,
sosiego,
espuma blanda,
en el fielato plata de su risa:
fulgor de orquesta sobre aguas,
acorde de luz sobre la arena,
ilimitada vista de alas en hilván
sobre la espalda de la aurora,
cuando ya la mañana es vertical.

Como danza de olas
cuya matriz es diosa fecunda,
como sol insaciable de caricias,
como revolar de campanas de fiesta,
su risa es esencia del sur,
del sur que ahora sufre
donde la verdad no sólo es llanto,
ni es sólo herida en flor,
ni es sólo quejido
ni es sólo miedo o sufrimiento,
sino felicidad y dicha y baile,
tañido de su boca acogedora
como brisa vestida de sal,
sosiego,
espuma blanda…

Es tanta su intensidad,
como acorde de guitarra y nácar
despertando silencios del recuerdo,
rastro del tiempo en su rostro.

Sé, lo sabe el horizonte
y el aullido de la muerte,
que no es posible
hacer olvido del oprobio,
hundir la preocupación en el ocaso,
embaular el trabajo y el esfuerzo,
llenar un ataúd sin dolor y sufrimiento…
(Así de débiles son mis manos,
así de inútil es mi afán).
Pero cuando contemplo
el fielato de plata de su risa,
resquebrajo mi melancolía,
como si no existiera
como vector inútil de una fórmula.

Siento el taconeo de luna en su risa,
siento en los anaqueles del pasado
el relámpago de su mirada nocturna
rescatando de mis pliegues
los instantes de optimismo y
de horizonte iluminado por sus dedos.


Es contagiosa esa sinfonía de fulgor y nácar,
tanto que no entiendo
por qué el cosmos no interpreta,
como un trompeteo unísono,
sus acordes de brillos, destellos y colores
cuando el mediodía,
alta cordillera de allegro presto,
se hace luz, sólo luz, inalcanzable luz,
salvo para su rostro de duna iluminada,
de playa infinita
donde dejar que el tiempo transcurra sin fisuras
e impedir que edifique su guarida el desaliento…