martes, 30 de agosto de 2011

Carta abierta a sus señorías (a todas)

(Al final del artículo un enlace interesante)
DESDE esta mediodía a las tres de la tarde, no tengo ni la más remota idea de cómo están las cosas sobre el famoso no referéndum que impedirá que opinemos sobre la conveniencia de la reforma del artículo 135 de nuestra Constitución. Supongo que no habrá ninguna novedad significativa. Así que daré por buenas esas informaciones.
En estas páginas no hablo, ni quiero hablar, sobre estas cuestiones relativas a la partitocracia que nos dimos como sistema de gobierno, pero haré ahora una excepción.
[La democracia y la política –a mi utópico modo de ver- poco o nada tienen que ver con este guirigay miope, demencial y destructivo de los partidos, y con este modo de gobernar y administrar, cuyo único horizonte, nada más, son las próximas elecciones y no perderlas, naturalmente, cosa que consiguen casi todos casi siempre. Y nosotros, además, entramos en el juego, porque nos parece lo máximo o porque nos entretiene o porque, en el fondo, nos encantaría formar parte de la farándula.]
Sé que es peligroso criticar sin más a los partidos, porque siguen siendo un mal necesario. No se me olvida que la extinción de los partidos políticos es el primer mandamiento de los regímenes fascistas y los regímenes totalitarios comunistas. Y entre el fascismo, el comunismo o la partitocracia, qué quieren, me quedo con esta última… Algo es algo.
Pero digo que haré una excepción…
Estoy triste, más que indignado.
Este no referéndum es la prueba más evidente de que estamos en manos de una oligarquía multinacional que decide sobre nosotros, sobre nuestra voluntad. Este no referéndum es la demostración científica de que nuestra democracia está amordazada y que su verdadero actor ha sido suplantado por unos malos intérpretes. No me vale, a nadie en su sano juicio le puede valer, que se trate de un pacto entre los dos grandes partidos que nos representan a los ciudadanos que tan dócilmente –al menos hasta ahora- hemos acudido a las urnas a votar a unos o a otros, por la sencilla razón de que esta cuestión no estaba contemplada (ni podía estarlo hace casi cuatro años) en ninguno de los programas electorales presentados a nuestra disquisición y porque no se trata de una cuestión coyuntural –o sea regulada en una ley ordinaria, que una nueva mayoría parlamentaria podría derogar o modificar sin muchas dificultades, cuando el momento puntual así lo demande-, sino que se trata, ni más ni menos, de modificar la Constitución, nuestra máxima ley, la cúspide por la que se rige –supuestamente- nuestro ordenamiento jurídico y nuestra convivencia.
Se me ocurren varias excusas que expliquen el no referéndum, y ninguna de ellas me tranquiliza, precisamente. Porque, a), no se fían del criterio de la ciudadanía y tienen que evitar el riesgo del no a la reforma –o sea lo más antidemocrático que existe-; b), si se convocara la consulta electoral, los mercados castigarían nuestra economía –es decir seguirían especulando con nuestro futuro-, porque según ellos tal convocatoria generaría dudas e incertidumbre sobre nuestra solvencia, lo que viene a subrayar que son otros los que deciden nuestras políticas económicas; c), están convencidos de que no tienen trascendencias nuestras quejas, lo que sitúa a los partidos políticos y sus jerifaltes en una burbuja o castillo de cristal que vaya usted a reírse de otros sistemas de gobierno tan vilipendiados por nuestra clase política; y, d), creen firmemente en que sus razones son nuestras razones, lo que viene a indicar también a las claras que su miopía se aproxima peligrosamente a una ceguera irreversible.
Y analizar, aunque sea sin el más mínimo interés o detalle, quiénes dan por buena esta reforma y su modo de tramitarla no es que me tranquilice especialmente. Unos, directamente aplauden ambas cuestiones y se hacen cruces, extrañadísimos, por estas reivindicaciones. Otros tragan quina por no hacer más leña del árbol caído, o sea para evitar una debacle inevitable que les va a costar muchos años reconstruir y, que por tanto, va a hipotecar su futuro más próximo. Si en esta circunscripción electoral de Segovia, se produce un tres a cero, a diferencia del sempiterno dos a uno, a quien esto escribe no le produciría ni una micra de extrañeza.
Como ocurrió con el referéndum sobre la constitución europea, que en paz descanse, en España somos más papistas que el Papa. Supongo que hasta Sarkozy y Merkel se miran extrañadísimos de esta reacción tan rápida, tan desmedida. En ningún país –al menos que yo tenga noticias- se han planteado esta cuestión. Sólo Alemania cuenta en su constitución con semejante disposición. Ni siquiera Francia –que también es mentora de la propuesta- ha dicho nada al respecto. Pero nosotros, nuestros gobernantes –y acudo a una comparación que salió de boca de Gaspar Llamazares, o sea que no es de mi cosecha-, como el repelente niño Vicente han corrido hasta la mesa de la maestra para mostrarle que hemos sido los primeros en hacer los deberes.
Después se quejarán de lo que ocurra.
Esta vez va a ocurrir. Como alguien tuiteó en días pasados, si la reforma es tan urgente y necesaria, no se entiende que se haga sin referéndum, y si no es tan urgente y necesaria, no se entiende por qué se hace con tantas prisas. Creo que en los temas de esta trascendencia cotidiana –aunque a primera vista no lo parezca- habría que aplicar como regla de oro lo que decía el torero aquél: ‘Vísteme despacio que tengo prisa’. Que la propia carta magna prevea que algunas de sus reformas no exijan referéndum –como el presente caso que nos ocupa-, no quiere decir que no se convoque, no quiere decir que a sus señorías les falle tanto el sexto sentido y la sensibilidad, o simplemente el oído. Digo yo para qué querrán casi todos Twitter, Facebook, para qué querrán algunos sus blogs, para qué… Con la que está cayendo en nuestras calles, plazas y bolsillos este ninguneo a la voz de la ciudadanía es como pedir a gritos el próximo castigo. En su fuero interno alguno se repetirá una y otra vez que con semejantes amigos no necesita enemigos. Salvo que una parte del espectro político, a estas alturas de la película sólo se considere espectro, sin más, o tenga influencias niponas y crea firmemente en el harakiri, en este caso político.
Y alguien, sin abrir los labios, como quien dice, se va a encontrar con la papeleta resuelta.
Verdaderamente la mayoría de cuestiones sobre las que se puedan escribir son muchísimo más importantes que el techo del déficit público. Creo que nadie lo dudará, salvo políticos y tertulianos y opinantes de los medios de comunicación. Ni siquiera perder o ganar unas elecciones es trascendente, salvo para quienes contiendan en ellas. Nuestra vida continuará con sus breves o inciertas ilusiones, con sus pequeñas debacles, con sus sueños y sus pesadillas, con sus monotonías o sus aventuras domésticas, con eso que hace que nuestro corazón lata en primera o sexta velocidad. Pero algunas cosas, señorías, nos afectan más de lo que parece.
En mi casa, si el dinero no llega para comprar un nuevo frigorífico o si por comprarlo este hogar se queda en una situación financiera más bien delicada, tengan la seguridad que hasta que el que tengo no dé encefalograma plano, no lo cambiaré… Ahora bien, si para que mis hijas estudien o para que mis hijas se sanen de una enfermedad –Dios no permita que la contraigan- tengo que endeudarme, no duden que acudiré hasta donde haga falta, aunque tenga que hipotecar hasta los calcetines en el Banco Central Europeo, o tenga que ponerme a pedir a la puerta de una iglesia (aunque no sé yo si esto es buena idea). Y probablemente me dará igual que mi prima de riesgo baje su calificación al nivel de bono basura.
Y a buen entendedor…


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Gracias a nuestra amiga Beatriz Ruiz os dejo un enlace interesantísimo relacionodo con la reforma constitucional (AQUÍ). Se trata de un artículo donde están las opiniones de los profesores de Economía Vicent Navarro y Juan Torres

miércoles, 24 de agosto de 2011

Es mi sangre huracán


Es mi sangre huracán de rabia y llanto contenido.
¿Por qué tu mano firme de madre no extermina esa hiena que ocupa sus sonrisas y que huele a estiércol?
Hoy mis palabras gritan sin arpegios, sin aleluya o flores de colores.
Hoy mi verso es plegaria compuesta en llanto y sangre, lamento gangrenando la espalda de cada una de mis sílabas.
Y dudan mis palabras, Señor, son pájaros helados en mitad de un invierno sin diques o fronteras, sin defensa o sol que alivie tanto helor asesino.
Se extravían mis versos como brújula desorientada al descubrir al Polo Norte huyendo de aquella sucesión de cadáveres que se aproximan desde el futuro inapelable. 
Quisiera mantener el cascabel, pero el sonido agudo de mis retinas acaso sea el último síntoma de una inocencia que ya nadie tolera, tan imposible…
Ni siquiera tus manos de madre, Señor, podrán ser caricia, ya sólo son temblor extendiendo mortajas infinitas, como infinito llanto de un adagio de Mahler.
Volver al paraíso, engendrar el pasado de nuevo, y como en la niñez caminar desnudo entre cardos o víboras sin sentir sus mordeduras.
¿Por qué el único llanto, Señor, es el aullido de los muertos o el último estertor del universo?
¿Por qué la única risa, Señor, pertenece a quien cree en el espanto para vivir matando?
Ya sé que la injusticia no es obra de tus manos maternales, también sé que depende de las nuestras exterminar el odio y la injusticia…
Pero hoy mi corazón rebosa oprobio: no puedo contener tanta afrenta expandida en nombre de tu nombre.
Mirad esos espejos negros de quien mira y se oculta, pues hay gafas que sólo sirven para continuar ciegos, o para ser muros de oprobio.
Si sonaran violines de una orquesta, se oirían desgarros de tendones o sollozos de ángeles quebrantados, no de ángeles caídos, sino de ángeles derrumbados.
Aunque escarbe la tierra reseca de mi saliva polvorienta, no hay savia, ni siquiera la luz del rocío sirve para aliviar la sed que me arde en las entrañas.
¿Dónde están las espadas de los besos capaces de morir para salvar?
¿Dónde avanzan, Señor, tus manos enérgicas de madre defendiendo a su camada?
El rescoldo de estrellas nunca llega al destino final de la madrugada, pero alguien negocia siempre con su último rastro, con la imagen deshabitada de luz.
Necesito la potencia de esos versos inauditos que arrojan caricias con la fortaleza del fuego, sin fisuras.
Pero sólo queda el rastro de unos dedos persiguiendo el rastro de una moneda o de una espada ensangrentada.
Me llagan ciertas miradas, tantos gestos, esa audaz cabriola que exige fidelidad, mientras traiciona todo en nombre de piedras, corona y trono, olvidándose de los peces, la barca y las sandalias.
Misericordia, Señor, misericordia, estamos perdidos en el oprobio, en la traición, en la mentira.
Misericordia, Señor, misericordia, tu pueblo gime envuelto en el dolor y en la afrenta, sus huesos quebrantados desde la aurora hasta el ocaso.
Misericordia, Señor, misericordia, tus hijos más débiles caminan con pasos vagarosos e inútiles hacia el abismo, mientras sus hermanos, como hienas, comen después del vómito de la abundancia.


Joven peregrina durante la Vigilia del Sábado
20 de agosto de 2011 en el momento de la oración
ante el Santísimo. (Foto El País)


 

De izquierda a derecha: Sr. Botín, presidente del Banco Santander,
Sr. Rato, presidente de Bankia, Sr. Blanco, ministro de Fomento,
poco antes del inicio de la Eucaristía presidida por S.S. Benedicto XVI
el 21 de agosto de 2011 en Madrid. Foto El País

Sr. Aznar, expresidente del Gobierno de España,
en un momento de la misma misa. Foto El País

martes, 9 de agosto de 2011

Tarde de julio

(BASADO EN HECHOS REALES)

“Y desde ese momento, una gasa gris veló todo cuanto tenía ante sus ojos, como una niebla densa y fría…”
‘Mira que irme a tocar este capítulo, mira que irme a tocar precisamente éste…’.
No es fácil adentrarse en los pensamientos de la mujer de mirada oscura, hoy perdida en ideas que parecen acantilados hondos, peligrosos como dientes de caimán hambriento.
Cualquier observador detallista quizá reparase en la profundidad excesiva de unas ojeras grandes, acostumbradas a pervivir en el rostro anguloso, alargado y expresivo, demasiado tenso para una tarde de verano, en el momento previo al ocaso, cuando todo invita a la relajación, casi a la modorra. Pero la mayoría de personas no es observadora, la mayoría, como quien hoy se sienta frente a ella, sólo se percata de lo que rompe la quietud, de algún gesto o movimiento como el de ahora, cuando el libro que sujetaba la mujer hace un instante caía entre los muslos y el regazo.
Sin fijarse en la página, la mujer ha cerrado el volumen con un mohín de fastidio. ‘Precisamente éste’, piensa de nuevo, ‘Mira que irme a tocar este capítulo…, mira que irme a tocar este capítulo’ repite con machaconería.
Si se pudiera entrar en sus pensamientos, cualquiera se percataría de que en realidad no lo son, pues carecen de voluntad; son ideas reflejas de una idea, como cuando un grifo cierra mal a pesar de estar cerrado y la gota, incesante y monótona, incansable y desesperante, golpea una y otra vez contra el fregadero.
Al otro lado de la ventanilla del tren, el paisaje corre veloz y polvoriento. La climatización de los modernos vagones del AVE impide que allí dentro, ella o cualquier otro pasajero, sientan el calor del verano, esta tarde sí, por fin ese calor tan denso, tan corpóreo, que parece querer acostarse sobre la tierra, como amante febril y ansioso. Sus ojos se distraen en las carreras de los árboles y de los surcos, o eso cree el pasajero aposentado frente a ella y cuyo deseo es adivinar el título del libro, ahora escondido entre los muslos y el regazo y que está a punto de caer al suelo.
El mes de julio no ha sido especialmente caluroso, al menos en esta parte del país, pero ella tampoco es muy consciente de este detalle, a pesar de ser el comentario generalizado tanto en su ciudad, como en esta ciudad de la que regresa, cosida al nuevo dolor, mejor dicho, a la desazón que le ha producido la noticia nueva. Ella en estas jornadas ha sido ajena a la conversación principal de un verano tan triste, de unas vacaciones tan extrañas e inútiles. No le interesa el tiempo, ni el verano, ni las vacaciones… A ella no le interesa ningún asunto. Su corazón es el nido de un malestar que la tiene paralizada para algo distinto a sufrir, como si ese dolor se hubiera hecho carne y hubiera ido a parar a los latidos de su pecho. Ni el libro ayudará en esta tarde que se desploma lentamente sobre un cielo con pujos de aguamarina, ni siquiera este libro que tiene la rara fascinación de envolverle en otra vida agitada, ese relato que ha sido capaz de sumergirla en una aventura de la que no puede salir. Pero hoy es imposible su lectura… ‘Mira que irme a tocar este capítulo’.
Cuando casi en susurros una enfermera les ha dicho a la familia que podían llamar al capellán, ha sentido un desgarro real, físico, a pesar de que, increíblemente, no vio su sangre vertida por el suelo. ‘No puede ser, no puede ser, no puede ser’ pensaba que pensó en el pasillo amplio del hospital.
El viajero de enfrente sólo está pendiente de la portada de la novela, aunque a veces le distrae el gesto crispado de aquellos dedos largos y estrechos, que le impiden leer el título.
Después de aquel susurro que sonó a antesala de cementerio, les llegó otra noticia. El médico miró con desdén a la enfermera, hizo un gesto cortante, como si espantase las palabras innecesarias y matizó la información. Mientras seguía el ademán de la mano del doctor, se fijó en el brillo del sol, y recordó que estaba de vacaciones y se dijo, ‘Menudas vacaciones, menudas vacaciones… Ojalá, si él se salva, pierda para siempre mis vacaciones’. Pasar estas semanas de asueto en un hospital, pendiente de una agonía, sólo distraída algunos ratos por la novela, no eran las mejores vacaciones de su historia.
Por suerte su hermano estaba consciente y pudo decidir entre las opciones que el médico propuso. O morir en la cama, no muy lentamente, mientras el monstruo engullía su organismo, o quizá morir en la mesa de un quirófano, mientras un experto cazador de monstruos intentaba extirparle el suyo. ‘Un cincuenta por ciento de probabilidades de morir durante la operación’ les dijo el cirujano en frase directa y clara. Su hermano siempre fue valiente; ninguna decisión de su vida había sido tomada por cobardía, al contrario, siempre había ido un poco más allá, como cuando aprendió a volar en parapente, a pesar de la oposición de la familia. Tampoco tuvo dudas en aquel momento, a pesar de volar entre riscos y ser zarandeado por vendavales de huracán o de tornado. Atisbó de inmediato la lectura positiva de su decisión: el cincuenta por ciento de probabilidades de seguir viendo crecer los seis años de su hijo, de contemplar los ojos de su mujer que se acurrucaba cada noche entre la desesperación y el dolor, o de seguir hablando con su hermana sobre cualquier cosa, qué más da, hablar por el mero afán de hablar, de mirar, de sentir… de seguir vivo…
El paisaje corría veloz, y le hubiera gustado distraerse con esa novela comprada en la feria del libro de su ciudad, distraerse como otras tardes de ese mes de julio, pero le tocaba aquel capítulo… Aquella tarde era inútil abrir el libro en cuya portada negra restallaban dos piernas de mujer, cruzadas y desnudas ante una ventana. Aquella tarde el libro no podría cumplir con su misión veraniega.
Hay cosas que a veces resultan imposibles, hasta para una novela…

(Más relatos de verano aquí)

sábado, 6 de agosto de 2011

Desde las afueras de mi piel


Quiero resquebrajar, esta noche, el sonido del llanto y convertirlo en una levísima esquirla de arena o, quizá en su último pliegue, como un eco de luz de sus dentelladas malditas.
Pero desde las afueras de mi piel, donde el mundo se yergue y domina, donde todo parece un monstruo que acecha, donde el odio pasea su torso fornido, donde la ambición reina y mata, donde la envidia mueve su mano asesina, donde el hambre devasta la infancia, donde el papel timbrado corrompe la sangre, desde ese lugar asesino, repito, contemplo la verdad acuciante como daga afilada y dispuesta: el grito resquebraja la noche, la convierte en esquirla de arena, la somete a tortura y a llanto y a sangre, la destroza y la rompe y la reconstruye como a un monstruo de odio, de rabia, de miedo…
Y sin embargo el cielo cabalga a su ritmo y organiza su propio periplo ajeno al grito nocturno, impávido al odio, la rabia y el miedo.
¿Y al final qué me queda?
Sólo sus brazos, lágrimas que centellean, aunque aún desconocen su tarea de cuna, de venda y de salmo, y me quedan palabras como disparos al aire, como truenos rabiosos, torpes, inútiles.
Y entretanto un reguero de sangre recorre el planeta y el dolor atraviesa mis venas y la rabia retuerce mi entraña… Pero no sé romper esta cárcel, y no sé vivir esta celda, y no sé ni llorar en silencio, y no sé ni escribir unos versos.

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