lunes, 31 de enero de 2011

Un milagro diminuto


Escribía, o sea respiraba o me desangraba o reía por las yemas de los dedos, hoy, esta mañana, treinta y uno de enero de dos mil once, que, para las cuentas de mi vida, ha sido el último día del año dos mil diez, cuando un milagro diminuto, casi invisible, me ha zambullido en el compás frío de la mañana.
Estos milagros sólo brotan en algunas ciudades tan pequeñas que parecen dobladas como un pañuelo y caben en el bolsillo del pantalón, incluso sin desmontar las veletas de las cúspides de las torres de las iglesias.
Vivo en una ciudad de semejantes proporciones, una ciudad que se puede mirar a los ojos sin empinarse mucho. Lo justo, quizá lo necesario. Una ciudad tan pequeña que es inabarcable como el latido de un corazón.
¿He dicho que escribía, o sea respiraba o me desangraba o reía por las yemas de los dedos? Sí, creo que lo he dicho. Entonces, de pronto, como una aparición sonora, ha aullado sorprendiéndome, asustándome —tan ocupado estaba en respirar o en desangrarme—, el timbre del portero automático.
Mientras me abrochaba las venas, pues ciertas intimidades, aunque se cuenten, no conviene contemplarlas —cuestión de higiene pública—, he descolgado el telefonillo y por suerte he podido hablar, por suerte mi voz no ha perecido en ahogada en el torrente matinal de versos y luz gramínea…
—¿Amando Carabias María?—, ha preguntado el telefonillo como un pájaro fumador de cigarrillos rubios de importación. —Tengo un sobre que no cabe en el buzón—. Era el cartero, he deducido a pesar de todo.
Un cartero que quizá ha adivinado que portaba, dentro del sobre amarillo como la mies del campo, el latido atrapado para siempre de muchas gotas de sangre sonrientes y felices, que han ocupado el sueño de Pilar, de nuestra amiga Pilar Aguarón.
El matasellos, como una carcajada tatuada, era de Zaragoza, que es una ciudad más desdoblada y más alta y más extensa que Segovia, mi ciudad, por tanto hay más besos y caricias por repartir y, también, supongo, más soledades y menos carteros como este pájaro sudoroso a pesar del frío.
Y al llegar de nuevo a mi hontanar, he abierto en un desgarro inmisericorde el sobre y las letras de Pilar Aguarón me sonreían, me saludaban agitando pies, manos y trenzas infantiles. Pura algarabía.
Parece ser que la burocracia de la gran ciudad ha retrasado y retrasa un número de trece dígitos —debe ser difícil leer trece dígitos sin tropezarse con alguna esquina—, pero como su sueño ya está maquetado, me ha enviado el libro que, porque ella lo ha querido complementará su próxima exposición. Con otras miradas. 24 escritores en torno a la pintura de Pilar Aguarón se titula la próxima publicación.
Y porque ella lo quiso y yo acepté como se aceptan los regalos el día de Reyes, también aquí están mis respiraciones, un poco de mi desangrarme diario. Y pronto, muy pronto, con su autorización, compartiré en este espacio ese pequeño relato…
Si sus pasos no están lejos de Zaragoza o si sus zapatillas quieren ponerse en marcha, la exposición de Pilar Aguarón Ezpeleta se celebrará del 8 al 26 de febrero de 2011 el ECAD de Zaragoza (Espacio Cultural Adolfo Domínguez. Puerta Cinegia. Coso, 35 Zaragoza).

domingo, 30 de enero de 2011

Poema inútil



A Susana Chávez, a quien desconocía del todo.
In memoriam
Estoy seguro de que el sol vendrá
a enterrar el cadáver de la nieve,
a sepultar su frío sin batallas
a cubrir con sus dedos el aliento
yerto, olvidado, como el de un suspiro
de otra mujer asesinada en México.
Bien sé que este poema será inútil
para enlutar la madrugada abierta
en jirones de sangre coagulada
sobre la piel sajada en el oprobio…
Pero sin este verso, mis pupilas
no podrían alzar su voz mañana
y saludar el llanto de la vida
y ofrecer mi regazo a sus latidos

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miércoles, 26 de enero de 2011

El anillo

Imagen tomada de internet



Surgió de la madrugada, repentina, con el lento fulgor con que se mueve la melodía de una zarabanda de la que cuelgan –como pendientes de rodocrosita-, las lágrimas de un adiós. Surgió de la madrugada, repentina, con el lento súbito con que aparece una figura tras la niebla, portando una mochila de traición. Surgió de la madrugada, repentina, con el lento imprevisible con que vuela una hoja del otoño, portando la muerte en su caída inevitable hacia la sombra...
... Nadie lo pudo explicar...
Ni la nota que aferraba, junto al anillo que él le regaló, antes de dejarla.

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domingo, 23 de enero de 2011

Tribulaciones de un escribidor de novelas colectivas: Oscurece en Edimburgo. 7 Plumas

Como los lectores de este blog conocen desde el mes de abril de 2010, ha tenido lugar a la vista del público, por así decir, la escritura colectiva de una novela. De hecho, el día cinco de mayo publiqué un artículo al respecto que se puede leer aquí.
Pensaba traer unas palabras sobre este asunto en próximas semanas, pero los acontecimientos se han precipitado, se están precipitando, y creo que es menester que por mi parte -ya que tengo este medio para explicarme- aclare y recuerde unas cuantas cosas.
La semana pasada salió publicado a bombo y platillo esta información como si fuera la primera experiencia que se realiza al respecto. Ahora aparece esta otra noticia.
Pues bien nosotros, el grupo de 7 plumas del que tengo el honor y privilegio de formar parte, no sólo comenzamos esta tarea, sino que concluimos la primera novela escrita en grupo y sin reglas previas, salvo el orden de escritura prestablecido de antemano por el sencillo modo de un sorteo. Esta novela se encuentra en proceso de edición y en breve verá la luz en forma de libro.
Esta novela, titulada Oscurece en Edimburgo, como muchos de nuestros comentaristas podrán atestiguar, ha sido el fruto de un esfuerzo, de una ilusión, de un trabajo que se ha extendido durante varios meses intensos,  hermosos e instructivos. No me corresponde a mí hablar sobre las cualidades literarias de la experiencia, pero seguro que alguna tendrá, y el hecho de que ha enganchado a 116 seguidores con más de treinta y cinco mil visitas en ocho meses, son datos que en sí mismos no dicen nada, pero que pueden apuntar en alguna dirección.
Algunas veces parece imposible luchar contra los elementos, pero aún así me resisto a que se olvide esta iniciativa.
Y sí, estoy muy, pero que muy orgulloso de formar parte de esta aventura, de haber creído en ella y sin fisuras desde el primer día, y de haberme encontrado con un equipo de personas tan fascinante.

viernes, 21 de enero de 2011

Es importante mirar las pupilas del alba. (Oniliria VI)

Es importante que mire las pupilas del alba como quien acaricia la piel de la amada.
Es importante que abrace los amaneceres con todo su equipaje doblando en luz y bruma su espaldar afilado y alto.
Es importante que acune su dádiva, aunque el regalo suponga desfallecerme y dejarme el sudor embutido en los pliegues de los segundos.
Es importante que amase el contenido de su obsequio aunque acordone con barrotes mi anhelo: esa férrea voluntad de ser mirada contemplando un mundo abominador de los ojos, eterno aspirante a ser mano, a ser pie, acaso.
Es importante que bese la dádiva como peaje de los sueños.
Sólo después, cuando la luz sea alcuza temblando en el recuerdo, cuando la noche erice de estrellas el cansancio de la retina, después, digo, sólo después, fabricaré mi adobe cotidiano donde habite –quizá mañana- este sueño.

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miércoles, 19 de enero de 2011

Permitid mis blasfemias


Permitid mis blasfemias ahora que el mundo agoniza como el respirar de un anciano o de un reptil que hiberna.
Debajo de la mentira, basamento inamovible, han erigido al Becerro de Oro* que refulge ante nuestras pupilas y nos sonríe y nos convierte en limaduras abducidas por un imán invencible.
Miradlo…
Ved su figura erguida, orgullosa, sus músculos férreos tensándose.
Escudriñad sus pezuñas pisoteando párpados de niños.
Observad sus cascos excavando sobre el vientre de las madres convertidas en placenta del hambre.
Vigilad sus uñas escarbando en la sonrisa de los varones sin horizonte.
Contemplad su fornida estructura, ese pecho ancho donde late un corazón de piedra y hielo, esa mirada arrogante que desafía a las estrellas y a las brisas y a los sueños y a los amaneceres, y hasta a los ocasos desafía...
Te escupo desde mi miseria, desde mis manos sin nada.
Defeco sobre tus belfos.
Mi boca exclama improperios sin pudor sobre tu persona.
Sé que soy apenas un mosquito para tu penca, y que un solo movimiento de tu rabadilla me arrojará al averno.
Mientes mientras sonríes.
Corneas vidas explicando logaritmos ininteligibles.
Sí, observadlo antes de que os extermine.
Pensad también, entretanto, en sus sacerdotes, en sus corbatas de seda, en sus trajes a medida, en sus camisas almidonadas…
No olvidéis tampoco que los capellanes de este maldito bóvido asesino, beben sangre de niños en finas copas zafiro y oro.
Son vampiros, aunque el sol se haya impregnado sobre su piel.
Permitid mis blasfemias ahora que el mundo agoniza.

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Y aquí está la imagen de la obra de Mateo
Como véis por las medidas se trata de un trabajo de grandes dimensiones
Tiempo de Becerro, óleo-tela, 100x243, 1990, obra de Mateo Santamarta.

__________________

*Por si alguien no se ha dado cuenta durante su lectura, pinchando sobre las palabras Becerro de Oro está enlazada a la obra de Mateo Santa Marta con el título Tiempo de Becerro. Desde aquí también se accede

lunes, 17 de enero de 2011

Como un zafiro desnudo. (Oniliria V)

La tarde se hizo princesa del sol y jugueteaba y reía y saltaba. Era una tarde fría y rubia, como una niña asustada, como un zafiro desnudo. Del poniente llegaban voces de hielo, como susurros de viejos poemas tristes que hablaban de miedo, que hablaban de muerte, que dejaban la piel añil del pinar cubierta por ecos de lirios y perfumes de entierro. Mientras mi mano sentía el latido vivo de otra mano, tal que jilguero de luz, contemplé los garfios grises de la niebla, que desgarraron la carne del sol, y lo convirtieron en menuda moneda de plata, como una luna diminuta y difusa sobre la montera de los árboles. Y cuando el barco quiso acariciar la espalda de los trigales dormidos, las garras de grisalla y frío, lo alzaron como si fuera una lágrima del paisaje o un dragón de un sueño. Y la tarde, de pronto, dejó de ser princesa y dejó de jugar y reír y saltar, porque la tarde no era tarde, sino su cadáver lechoso… Hasta que mis ojos enturbiados, ensordecidos, asustados, se refugiaron en sus ojos. Allí, en su mismo centro, como en su sala de estar, el sol y la tarde jugaban, reían, saltaban...

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viernes, 14 de enero de 2011

Idioma incomprensible


El mundo vive, escribe, sueña y habla
un idioma que no me han enseñado
-o no he aprendido aún,
aunque lleve analgado en su pupitre
cuarenta y ocho cursos y un trimestre-.
Su marcapasos truena sin cansancio,
pero quizá cualquier doctor intuya
una cardiopatía irreversible…
Sin embargo, después de unos segundos,
o unos años
-aún no sé medir muy bien el tiempo-,
he descubierto que su arritmia no es tal.
Pero,
repite mi oftalmólogo privado
-un topo sin guarida-,
este anadeo sincopado y rápido,
es sólo el eco azul de mi mirada
incapaz de engarzar algún subtítulo
sobre las melodías de las noches:
unas gotas de lluvia y un reguero de sangre,
un grito vomitando estiércol sucio,
mil borracheras de mirlos prensados,
un parto con gemidos y dolor,
con orines, con heces…,
un estruendo de músculos y semen
sobre el asfalto de otro cuerpo incierto,
poluciones de pétalos llevando
cadáveres de auroras en sus brazos…
En fin vida y muerte aullando:
cristales rotos sobre llanto, silencio, miedo..., 
mientras mis ojos se desguazan dentro
de la deshilachada almohada de mis insomnios.


* * *

¿Vale más el temblor de la abstinencia
del caballo asesino,
que el temblor provocado por un beso?
¿Es más la intensidad de este cuchillo
descuartizando un corazón brillante,
que el vuelo de unos dedos sobre el cielo
de la piel amada?
¿Que es más hermoso, el miedo o la esperanza?
¿Cuesta más el verdín de las monedas
empapadas de sangre y de injusticia,
que una flor, cualquier flor, casi marchita?
¿Es más el grito de los vendedores
de eternidad y crecepelo
que el silencio de un verso sin lectores?
El mundo es una náusea que sostiene
tristes cíclopes de único ojo ciego.
Quizá sea mejor tornarme viento,
fugarme envuelto en lágrimas de aurora
convertirme en silencio sin fronteras.

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miércoles, 12 de enero de 2011

Pilar Aguarón: Un boceto para una narrativa "Hueles a sándalo"

Portada de la novela


Dice José Antonio Prades (de quien más pronto que tarde hablaré en este rincón), al comienzo de su pequeño prólogo a esta novela:
“Las grandes historias de amor siempre están de moda y nunca caducan”.  Baste esta simple frase para centrar la novela que ahora nos ocupa.
Hueles a sándalo se trata, efectivamente, de una novela de amor.
Resto del artículo desde aquí

lunes, 10 de enero de 2011

El cazador

Tomado de Banco de imágenes gratuito



Nunca le había gustado ni su mirada, ni su gesto, ni sus palabras, ni sus silencios. Pero lo de aquella mañana había superado cualquier crueldad.
¿Hasta dónde llegaría el reino?
Sabía que tenía que ser prudente, pues el bienestar de los suyos, al menos su tranquilidad, estaba en cumplir las órdenes sin rechistar, ocultar sus pensamientos, sus sentimientos, sus ideas como si no los tuviera, comportarse como los perros fieles. Pero...
Tenía miedo, pero, al mismo tiempo...
Sí, era un insignificante cazador, y precisamente por ello, la engañaría. Bien sabía él lo fácil que es engañar con una víscera en las manos. Lo difícil era conocer el corazón de las personas.
Mientras retornaba, escuchaba el eco de las conversaciones con su esposa. A ella no se lo contaría. Mejor tener la fiesta en paz. Estaba harto de sus sermones.
-Por muy mal que te caiga, es la reina, y a ella te debes –decía, cuando salía el tema. Daba igual que él protestara.
-No, querida, la reina murió cuando nació la niña… Esta es…, sólo es su madrastra.
Sí, tenía miedo, para qué negarlo, pero qué feliz se sentía al haber desobedecido palabras tan claras, concisas y contundentes.

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viernes, 7 de enero de 2011

Un verbo transitivo. (Oniliria IV)



Al final de la jornada, pesaban los minutos como una alforja de luz. Pero no era una carga excesiva. Sentía su presencia, pero no le aplastaban, ni le impedían seguir mirando al firmamento con la cabeza erguida. Cada sesenta tictac habían cobrado la intensidad de la arena mojada en la orilla de la playa, o de las nubes en el instante previo a derramarse como besos de madre sobre la tierra… Esa intensidad de la música de Chopin que llenaba el aire de la densidad propia de los sentimientos más inabarcables e imperecederos…

Pero mejor no convertir el día en un racimo de adjetivos. Mejor, pensaba, imaginarlo como un verbo... Un verbo transitivo en el que cupieran, siempre, todas las miradas, todos los besos, todas las sonrisas, todas las promesas, todo los sueños, todo el pasado y todo, absolutamente todo el futuro.

Así era fácil dormir, y dejar que la luz de aquella alforja iluminase los latidos de su corazón, para que el siguiente amanecer también fuese el preludio de otro verbo transitivo.


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jueves, 6 de enero de 2011

Seis de enero


¿Si te hubieran dejado en los zapatos,
un estómago sin luz,
una mordaza para tus palabras,
una llaga sobre la piel,
una bala en el corazón
un ataúd en la sonrisa?


Hay dolor en tus pasos, tus zapatos
lloran en medio de una madrugada
sin pétalos, lo sé.
Es muy triste asomarse al horizonte
contemplando el entierro de los besos,
lo sé, lo sé, pues aún
mis pupilas no han sido reventadas…


Ellos, hoy, llegan desde más allá de la opulencia,
y podrían haber almidonado nuestras ilusiones
con cadáveres,
pero han sembrado el calendario de sueños…


Y hoy, precisamente hoy, cuando
mis latidos tendrían que sonar
a triciclos, muñecas y balones,
puzzles, barajas y esos artilugios
electrónicos,
he pensado que es crimen tanta queja,
pues más allá de nuestra urna de oro,
un mendrugo de pan es un diamante…
Y he recordado que de allí, de donde
llegaron aquel día, hoy palpitan
demasiados estómagos sin luz,
muchas mordazas para las palabras,
y llagas sobre la piel,
y balas alojadas en los ojos
y cientos de ataúdes en lo labios.

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miércoles, 5 de enero de 2011

Lluvia de enero.


Me gusta pasear bajo la lluvia lenta, bajo esa lluvia serena de ciertos días, tan escasos por desgracia.
Hoy ha sido una de esas jornadas en Segovia. Para transitar por enero, las temperaturas han sido agradables. Pongamos que unos siete grados a las cuatro de la tarde, cuando he salido a la calle. La luz era más bien un tubo de plomo, quizá lo más arisco de la jornada, pero no se puede tener todo. Además, como aún las tardes son cortas, tal que una subida de sueldo a un funcionario, tampoco importaba en exceso.
Caía la lluvia con esa parsimonia con la que respiran los niños mientras duermen y sueñan. Caía con calma, pero con esa intensidad que suele definir a la persona hacendosa y constante. Eso que tanto solía escuchar en mi infancia: sin prisa, pero sin pausa. Era más que el típico orvallar asturiano, pero si lo definiera de chaparrón, exageraría. Llovía de ese modo en que la tierra se esponja y los charcos nacen con pereza, como sin querer.
Además, para completar la dicha que me produce este tipo de lluvia, el viento debía estar descansando de sus afanes... Ni siquiera la brisa jugaba a la comba sobre mi cara.
Perfecto.
Me hubiera gustado que mi cazcaleo urbano sólo se hubiera visto acompañado por la banda sonora de este llover sereno y continuo; pero tal hecho hubiera sido un milagro, pues la hora hacía imposible que la ciudad durmiera. Así que el sonido de las gotas de agua no llegaba a alcanzar ni siquiera el título de murmurio de una fuente lejana. Por más que aguzaba el oído, ni siquiera percibía el roce de los brillantes líquidos sobre la tela del paraguas. Y como cuando paseo, no sólo cazcalean mis pies, sino que mi cabeza también vagabundea de un lado a otro, este tránsito sin brújula me ha llevado a recordar un poema que escribí hace tantos años… Uno de los primeros.
Creo que lo escribí, si no me equivoco, hacia abril o mayo de 1979. Lo publiqué en el Adelantado de Segovia el diez de agosto de ese 1979 (acabo de ver el recorte, la fecha es precisa). Luego lo incluí en Humanidad perdida




EN LA CALLE

El cielo llovía lágrimas
de                             cansancio.
La noche era negra.
En la calle yo,
nadie más.
El humo de un cigarrillo
cubría mi faz.
Un murmullo
callado,
suave,
me rodeaba.
En la calle yo,
nadie más.
Las luciérnagas de electricidad temblaban
y                       se                       diluían
en el agua
negra y transparente.
En la calle yo,
nadie más.
Los pasos retumbaban
en mis oídos;
sólo el ruido
de lágrimas
de cansancio
me rodeaba.
En la calle yo
nadie más.
Ahora lo que me gustaría saber es por qué he recordado ese poema, precisamente. Quizá la lluvia haya sido tan similar a la de aquella noche… Una noche que, por lo demás, no recuerdo mal, y no la recuerdo mal, porque escribí esos versos.
El poema se me ocurrió mientras cruzaba bajo la lluvia el Paseo del Salón. Creo que venía de acompañar a alguien. Supongo que andaba un poco melancólico, no lo sé. Pero es cierto que por la calle, al menos por ese lugar de la ciudad, a aquellas horas no había nadie…
Lejos de llenarme de melancolía, hoy he me he sentido dichoso recordando este poemilla, recordando todos los avatares que acabaron con él en las hojas de un libro.
Y pensaba también lo curioso que es que mi primer libro de poesía nació, después de haber publicado muchos poemas en el Adelantado de Segovia... es decir poco a poco con el conocimiento de algunos lectores. O dicho de otro modo, di a la imprenta un libro que no era inédito... Igual que ahora, gracias a este blog, nació Versos como carne. No, no deja de ser curioso...
Pasan los años (más de treinta) y no cambian las cosas. No cambian tanto, al menos. Ahora el periódico local no publica poesía, pero antes no existía internet...
La lluvia, sin embargo, era la misma...

lunes, 3 de enero de 2011

Las dudas de Elio.



Aquella noche, Elio Baeza Artiga, el joven periodista del Diario de Euritmia, encargado de la sección de cultura del periódico, estaba descentrado. Tenía la obligación de llenar una página con la reseña del último estreno que había subido a las tablas del Teatro Calderón de la vieja ciudad.

Pero tenía dos problemas.

El más importante era que la obra no le había gustado. Ni poco ni mucho. No le había gustado. Sin adjetivos. Sin adverbios. Sin circunstancias. Pero el mayor accionista del periódico (en realidad el único accionista y, por tanto, su dueño) era amigo íntimo del productor del espectáculo y gracias a esa amistad, Euritmia se había visto favorecida por aquel estreno absoluto, a cambio de un precio de las localidades que rozaba el atraco a mano armada.

El segundo problema era que había discutido a la hora de la comida con Virginia. Lo de siempre.
Virginia de modo rítmico (cada mes, más o menos) hacía referencia a su edad, al hecho de no tener hijos, a la inutilidad de Elio, a su egoísmo, a la falta de compromiso serio, a la estupidez de sus sueños literarios. Sabía que ella tenía razón, pero no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer… de momento.

Si escribía lo que pensaba se quedaría sin trabajo, casi seguro.
Si decía lo que pensaba, Virginia le dejaría, casi seguro.

Faltaba una hora para el cierre.
No, tres cuartos de hora. Los últimos quince minutos los había pasado pensando en cómo escribir que lo mejor era no ir a ver la función, cómo explicar que el texto era un bodrio y la interpretación un desastre, todo ello sin decirlo y sin que se notara mucho.
Estas cosas no se las habían explicado en la facultad.

Cómo convencer a Virginia, tampoco.

Claro que si fuera valiente, quizá tuviera una oportunidad: escribiendo lo que pensaba, se quedaría sin trabajo, y un despido sería un buen motivo para que Virginia continuara a su lado sin volver sobre el mismo tema de los hijos. Además contaría con tiempo para escribir su obra maestra, ésa que le catapultaría a la fama.
O no.

Faltaba media hora para la hora del cierre.
Empezaba a temer el bocinazo de D. Efrén, el director, quien, para añadir un poco de pimienta a la situación, ya le había advertido sobre la importancia que su crónica tendría al día siguiente.


Desastre en el Teatro Calderón.
Podría ser un buen título para la crónica, pensó, mientras comenzaba a teclear con fuerza en el ordenador, sabiendo que, probablemente, a la mañana siguiente, formaría parte de la nómina de parados.

sábado, 1 de enero de 2011

Oniliria para el año nuevo. (Oniliria III)


Me gustaría tornarme almacén de sueños. Ser, acaso, la curva en el camino donde puedas contemplar —si aminoras tu veloz ruta— una sonrisa, una mano extendida, un verso o un pañuelo donde enjugues tus lágrimas. Si fueran mis manos como la brisa que alivie tu esfuerzo, estaría premiada mi vida. Si mis antenas captaran tu dolor y supiera transmitirlo a quienes pudieran paliarlo, sería buena soldada para mis dedos. Si los días fueran baúles de amistad, no necesitaría más vituallas, para continuar por este sendero que transito.

En el hemisferio acuoso de mi mirada, sé que existe una ciénaga donde huele a estercolero. Sin embargo, hay un ingeniero oculto en mi sonrisa que ya redacta un proyecto para instalarme una Planta de Depuración y Reciclaje de Residuos Tóxicos Inmateriales.
Lo cierto es que mis RTI hieden, pero me ha prometido la eficacia de esa construcción innovadora. Una planta cuyo combustible no serán fósiles que contaminen el aire y las miradas. Se trata, me dice, de una fuerza motriz insuperable. Son viejos principios, no hay novedades. Así ha enumerado los básicos:
Cuando atosigue una discusión, cambiar de ubicación la mirada, buscando la perspectiva del otro.
Cuando la maledicencia haga cabriolas insuperables, silenciar el gnomo gruñón que parlotea sin cesar dentro de mi Unidad Central Portátil.
Cuando el nombre de otra persona ocupe el aire, no permitir que un concierto de grillos altere el aroma de la verdad.
En caso de dudas tener siempre línea abierta con un amigo o una amiga, de los que me miran de frente y no buscan complacerme, sino hacerme descubrir la verdad.
En todo caso, y como profilaxis cotidiana, encontrar instantes diarios donde acunar el silencio, sabiendo que es el mejor telescopio para descubrir los secretos, para desenredar las apariencias de lo real, para distinguir, como dijo el gran poeta, los ecos de las voces.
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Tomado del Banco de Imágenes gratuitas