miércoles, 29 de diciembre de 2010

El regreso


Imagen de internet



—¿Qué tal el viaje? Parece que llegas muy cansado, demasiado serio, no sé…, como si te hubiera ido mal. ¿Es por el frío?
Él se encoge de hombros y cae desplomado sobre la cama, como exhausto.
—¿No estarás enfermo…?
...Silencio...
Ella deja de recoger las prendas de abrigo que él había dejado con su habitual descuido. Se vuelve le mira con ese modo suyo de mirar, como si los ojos fueran caricias. Empieza a preocuparse seriamente.
—¿Qué tienes, qué te ha ocurrido…?
Él sigue encerrado en su mutismo. Para acentuarlo más, cierra los ojos con fuerza, como si ella pudiera descubrir sus pensamientos asomándose a sus pupilas.
—¿No contestarás en toda la noche?
(…)
Por fin, ella se acerca hasta donde está él y poniendo el anverso de la mano sobre la frente, respira algo más aliviada.
—Al menos no tienes fiebre… ¿Es cansancio? Ya no estás para tanto jaleo. Alguien debería relevarte. Dar paso a los jóvenes.
Él toma la mano de ella, que se había quedado sobre su sien, distraída y plácida. Se la acerca a los labios y la besa.
—No, querida, no ocurre nada. Se me pasará. No es nada.
Ahora ella calla. Sabe que si ha abierto la espita de las palabras es mejor dejarle a su aire. Poco a poco, como mariposas tímidas, comenzarán a revolotear por la habitación. Aunque se impacienta porque tarda más de lo preciso, como si las palabras transitaran con muletas el sendero que va del cerebro a las cuerdas vocales.
—Ocurrió a última hora. Casi cuando regresábamos. Ya habíamos dejado todo ordenado, en cada lugar su correspondiente encargo. Perfecto.
A medida que hablaba, algo en su voz se hacía más oscuro, como si viniera envuelto por una penumbra fría y viscosa.
—A nuestras espaldas oímos un ruido, como un saco de patatas que caía desde cierta altura.
Ella, con la mano que le quedaba libre, acariciaba su cabello blanco, pero seguía sin preguntar. Mejor no interrumpir.
—Ya sabes que no podemos detenernos, una vez cumplida la misión, para no ser descubiertos. Pero me di la vuelta… Ojalá no lo hubiera hecho.
De nuevo un pellizco de angustia se columpiaba en el estómago de ella.
—Y allí estaba, allí la vi, estrangulada, mientras él, al darse cuenta de mi presencia aseguraba gritándome que acabaría conmigo si se me ocurría denunciarle…
Ella se llevó las dos manos a la boca, sujetando un grito que se le escapaba. Estuvo a punto de preguntar lo que había hecho él, pero se contuvo.
—¿Quién creería a Santa Claus si denuncia un asesinato?
Y ambos callaron durante mucho tiempo, mucho.

12 comentarios:

Odiseo de Saturnalia dijo...

Sorprendente como siempre, Amando.

Yo no creería al tal Claus, porque te diré un secreto. Soy sólo monárquico una vez al año, unos días, estos días que se aproximan. El resto son impostores. Incluso los monarcas de verdad.

Lei tu cuento, tu regalo, tu felicitación, y me encantó volver a Euritmia.

También me encanta leer tus comentarios, son como un limpiaparabrisas.

Feliz Año, Amando, para ti y los tuyos.

Un abrazo.

Isolda Wagner dijo...

¿Qué nombre le ponemos a la criatura, Cuento-verité?
Impresionante, Amando, qué manera tan tierna de denunciar algo tan escabroso y desgraciadamente bastante más habitual que Santa Claus. Él sólo viaja una vez al año, para dejar sus encargos.
Me quedo tan muda como ellos, más triste también. A fin de cuentas, lo que manda es la realidad.

Mil besos, escribidor.

emejota dijo...

No te lo creeras, pero cuando he leído lo de los bultos y el cansancio, la imagen de Santa Claus ha cruzado mi mente, luego he leído el final. Estas cosas pueden empezar a pasar, es como escuchar una melodía y reconocer a su autor. Estupendo. Genial historia, sorprendiendo, para variar. Un fuerte abrazo extendido.

Unknown dijo...

Tiene razón Odiseo, una vez más me sorprendes con tus relatos, con esos finales tan bien conseguidos que hacen que el deleite que se encuentra en tus escritos sea doble, primero por la limpieza estilística, el segundo por el maravillosos modo de tomarnos por mano y llevarnos al final con la conciencia que nada es como nos ha parecido.
Enhorabuena, amigo mío.
Un fuerte abrazo.
Leo

Flamenco Rojo dijo...

Lo de menos, pienso, es creer o no al abuelo barbudo...Lo increible es la habilidad, la imaginación y la creatividad de este escribidor para contar una historia.

Un abrazo.

neko dijo...

Menuda historia de navidad mas macabra Amando....! me gusta :D

Maria Sangüesa dijo...

Tus micros me parecen siempre muy logrados. Éste me parece estupendo, con un final sorprendente que te deja realmente perplejo...
Muy apropiado para estas fechas.
Un abrazo muy fuerte.

Paloma Corrales dijo...

Esos pensamientos que se asoman a las pupilas, esas palabras que revolotean como mariposas tímidas, esa penumbra fría y viscosa, que se transforma en escalofrío en la espalda del lector... como siempre, Amando, leerte es disfrutar y sentir.

Un beso.

catherine dijo...

Me gustan todos los cuentos que tergiversan los cuentos tradicionales, este último tuyo también.
¿Se callarán el señor Claus y su mujer hasta la próxima Noche Buena?
Un beso.

Marina Filgueira dijo...

Genial! Escribidor, es admirable esa facilidad que te caracteriza! Para escribir una historia, dulce... tierna... todo el tiempo, hasta que llega el aciago final muy triste que bien pude ser imaginado, o real en los tiempos que corren. ¡Fantastico!

Feliz año a todo el mundo.

Ángeles Hernández dijo...

¿quién creería tantas cosas que nunca podríamos imaginar?

Santa Klaus asesino: difícil, pero aún hay más contradicciones que en estos momentos no tengo fuerzas para recordar.

Un abrazo con diez días de retraso Á.

Anabel dijo...

Si es que ni ser Santa Claus es fácil.

¡Ay!

Ya no te doy más por hoy,

Anabel