viernes, 28 de mayo de 2010

La ventana. 1


La primera mañana que me di cuenta de su presencia, fue una casualidad o accidente. Fue una mañana en que no fui a la oficina. Llamé al jefe diciendo que me encontraba indispuesto, lo cual era cierto en su significado etimológico, pero mentira en lo que se refiere a la semántica que habitualmente se le aplica al término. En fin, y dejando vanas disquisiciones, que no estaba dispuesto a salir de casa y pasar la mañana rodeado de papeles que portaban mensajes que me eran indiferentes, cuando no hostiles u ofensivos. No era la primera vez que lo hacía. De hecho, en los últimos dos meses era la tercera vez que utilizaba el mismo mensaje. En mi descargo, diré que, la primera vez, una lejana jaqueca se me acercaba poderosa y veloz dispuesta a conquistar mi parietal derecho y parte de ese lado del frontal. En la segunda ocasión, una noche de insomnio me impidió salir a la calle, por lo demás fría, pues sentía mi espíritu demacrado, a punto de ser destruido. En cambio, la tercera mañana, a la que me refiero ahora, fui ceñido por una absoluta inapetencia o desgana o indiferencia, una sensación insalvable de laxitud absoluta en el ánimo, como si me hubiera atrapado la más feroz calma chicha en el centro mismo de mis entrañas.
El remordimiento fue el primer soplo de brisa que hizo posible la puesta en marcha de mi voluntad.
Me acerqué a la ventana del salón de mi casa. Una ventana que, en muchas ocasiones, ha sido mis ojos por los que contemplar el tránsito del planeta, o de la porción que habito, que viene a ser lo mismo. Una ventana tan vulgar o humilde que sólo se puede decir de ella que es ventana, si acaso, que es rectangular y estrecha, quizá, siendo lírico, estilizada o esbelta. Una ventana con vocación de mirador, por lo alto, pero que se queda en un simple vano acristalado, sin ninguna otra particularidad. El paisaje que me ofrece es tan anodino como su esencia: los edificios de enfrente, apenas situados a diez metros de distancia de la fachada de mi vivienda, una calzada mal adoquinada, dos aceras estrechas y grises, un contenedor de basuras, que podría ser arrojado sin rubor también al vertedero, un par de faroles (uno de los cuales lleva con uno de sus vidrios roto más de cinco meses) y los coches que con pereza de orangutanes ahítos deambulan por ella en busca, las más de las veces, de un utópico aparcamiento, unos pocos centímetros cuadrados en forma de polígono irregular de celaje.. Como digo, me aproximé a ella en un intento de encontrar algo que lograra sacarme de esa pereza que me amordazaba el espíritu, y que me había impedido intentar siquiera elegir la camisa que me pondría aquel día. Sabía que lo que encontraría al colarme tras la luminosidad que se introducía en la estancia por tal oquedad vidriada, sería un conjunto de visiones tan poco estimulantes que lo que me podría suceder es que aumentaran o ahondaran más mi abulia.
Pero lo intenté. Quizá por justificarme, más que otra cosa.
A los pocos instantes de que mis ojos recorrieran los consabidos edificios, las conocidas farolas, los aburridos adoquines, el sucio contenedor o el cansino deambular de los vehículos, hubo algo que llamó la atención a mis retinas. Algo que me despertó de aquel letargo. Al principio no caí en la cuenta de lo que era. Sin duda a causa del torpor o entumecimiento que mi estado producía también en el cerebro.
Pero al poco, las leves señales que marcaban las sutiles diferencias que se habían producido en la vivienda que se enfrentaba a la mía, hicieron que acabara por fijarme en ellas. Me llamó la atención, y casi actuó como el timbre del despertador matinal en mi subconsciente, la instalación de nuevas persianas en la casa. Eran unas persianas amarillas, casi ocres en realidad, que desentonaban o destacaban del resto del vecindario, que se limitaba al desvaído verde oscuro con vocación de gris. Recordé entonces que los días previos un camión de mudanza había anunaciado la presencia de nuevos vecinos en aquella casa.
Las persianas estaban levantadas y de dentro de la habitación salía un pequeño resplandor azulado. Ese claror celeste fue lo que más hizo que mi atención se detuviese entre asombrada y expectante en aquel balcón. A diferencia del mío, aquél sí era un vano con personalidad, con algo que decir, con algo que recordar: la rejería de hierro que se mostraba hermosa en sus líneas austeras y nítidas. Pero aquella luz azulada retenía mi mirada como si se tratara de una red que me hubiera aprisionado. Era una luz improbable, puesto que su color o su utilidad eran tan inexplicables como su misma presencia, en la que hasta ese instante de aquel día no había reparado.
Quizá porque nunca antes había estado allí, era acompañante de los nuevos vecinos.


(Continuará)

40 comentarios:

Amando Carabias dijo...

Esta historia que ahora se inicia, empecé a escribirla hace un par de años o tres. Ahora mismo tiene unos seis o siete folios. Así que aún no sé en qué parará.
Al repasar viejos materiales, me ha parecido que quizá pudiera formar parte del blog.
Veremos a ver si somos capaces de acabarla. Y cuándo.

Verónica O.M. dijo...

Te quedará seguro estupendísima. Hay que ver, que pasamos parte de nuestra vida mirando por las ventanas, lo que hay afuera a veces llama poderosamente nuestra atención.
Y esa luz azulada, veremos de que se trata, ¡me he quedado intrigada!
Un abrazooo y buena madrugada

Anónimo dijo...

¿Ya empezamos? Jajaja.

Agradecido porque hayas empezado de nuevo, la historia pinta interesante.

Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Verónica:
Muchas gracias por tus ánimos y por tus esperanzas. Ojalá que así sea.

Amando Carabias dijo...

AVATAR:
Sí, aquí estamos dispuestos. Seguiremos dando guerra. Espero que me soportéis.

Evaasecas dijo...

Me gusta eso de la ventana con personalidad. Me recuerda a algo. Esperando el próximo capítulo, para poder introducirme en otras vidas, otras casas, otras historias que siempre nos traes y se agradece mucho. La vida real a veces es tan... me callo y espero a que nos lleves a otros lugares.

Curioso lo de la moderación de comentarios. Yo dejé de hacerlo hace tiempo. Lamento que hayas tenido que hacerlo tu, pero no será razón por la que yo deje de pasar por aquí, eso seguro, aunque no siempre comente. Ya sabes que no siempre sabe una que decir.

Un abrazo.

Fernando dijo...

¡Qué bueno!, volver a levantarme por la mañanas a ver qué ha pasado de nuevo. Sigue, sigue, Amando y si tienes que empezar de nuevo, empieza. Lo importante es que lo que escribes siempre es estupendo, aunque no haya historia y todo se interrumpa y renueve. Es lo que nos regala tu dominio de la palabra. Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Evaasecas:
Gracias por tus palabras. Sé de sobra que estás ahí, aunque no comentes. Epero que el relato te vaya enganchando.

Amando Carabias dijo...

Fernando:
Continuaré en la brecha, descuida. Es algo que no puedo evitar. Incluso aunque día dejara de publicar en el blog(cosa que no contemplo), lo que no podría dejar es de escribir.
Vuestros ánimos son vitáminas potentísimas.

Flamenco Rojo dijo...

No todos tenemos la suerte que tiene alguna amiga común de que su ventana de al mar…La del relato es una ventana urbana. Y desde una ventana como esta se puede ver cosas inverosímiles…Miedo me da lo que nos vas a contar en las próximas entregas.

Un abrazo y feliz fin de semana.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo:
Así es, no todos tenemos esa suerte. Pero como bien dices, algunas cosas interesantes o podremos ver, o no.
Yo qué sé.
Ahora mismo no sé nada.

Alena. Collar dijo...

Dale a esa ventana.
Y sorpréndenos...
Ánimo para contar; tiene muy buena pinta.

Errata y errata dijo...

Intento no alabar demasiado a la gente que sigo (poca por cierto por una cuestión de intentar filtrar en esta mar de oportunidades cosas que realmente a mí me parezcan interesantes). Intento no alabar demasiado porque al final se hace poco creíble cuando nos dicen que todo lo que hacemos es una maravilla. Pero contigo Amando tengo un problema grave: no encuento nada de lo que has escrito y que yo haya leído que no me sorprenda por su riqueza literaria y de contenido. Yo envidio muy pocas cosa, digamos que la que más es la riqueza de vocabulario, la posibilidad de poner el lenguaje a nuestro servicio de manera benéfica para decir lo que queremos y no lo que podemos. Tus escritos siguen pareciendome una maravilla y decirte otra cosa sería mentirte. En síntesis, que te voy a seguir siguiendo también en este hermoso relato. Un abrazo,

Ángeles Hernández dijo...

Independientemente de lo que nos deparen las futuras entregas de este cuento, la entrada en sí misma merece ser leída aunque no tuviera continuación.

Se tratan en la misma varios asuntos, yo así al menos lo percibo, que invitan a la reflexión

1.- El malestar matutino de quien no quiere, o no puede levantarse, abatido por la abulia y la apatía, seguramente originada por sucesos anteriores, o no. ¿Quién no ha sentido alguna vez-o muchas- esa sensación de "que paren el mundo que me bajo"?. Sentirlo sí, pero describirlo a base de palabras, de una forma tan espléndida, no está al alcance de cualquiera. Y no solo el malestar, también el malestar del malestar y la culpa por no encontrar una disculpa.

2.-La ventana. Una más, como tantas
ventanas urbanitas que nos muestran tan poco y tan monótono, pero que en esta ocasión se singulariza en el relato gracias a la meticulosa y literaria descripción, tanto de su materialidad, como de su significado de apertura al exterior. Un exterior vulgar e incluso feo, cuya lectura resulta ,paradójicamente, hermosa.

3.-La novedad del balcón de enfrente, en el que algo ha cambiado probablemente porque porque han cambiado las personas
que detrás de él le dan color, vida y esa luz azul misteriosa y atrayente. Cambios sutiles que la escrupulosa mirada del observador apático es capaz de advertir.

..................................

Me ha gustado mucho.

Un abrazo Á.

Gaspard dijo...

Ya nos estamos colocando como hacía James Stewart, mientras esperamos la visita de Grace Kelly.
Un abrazo.

Isolda Wagner dijo...

Nunca una ventana dió tanto juego! Es increíble cómo utilizas el vocabulario.
Presumo que la luminiscencia azul se debe al televisor. Y con esto ya estamos de nuevo enganchados al pretil, viendo pasar la vida de los vecinos en ¿cuántos capítulos, escribidor?
(Ahora que caigo, mis persianas son amarillas, iré con cuidado)
Besos expectantes, otra vez y van...

Maria Sangüesa dijo...

A ver cómo sigue lo de la luz de enfrente... desde una ventana se ve pasar la vida, y si es un sitio solitario se pueden descubrir esos secretos que no se manifiestan en lugares muy concurridos... Un abrazo y muchas luces para acabar esta prometedora historia de la manera más sorprendente que se te ocurra, que se te ocurrirá, cómo de costumbre.

catherine dijo...

Es cierto que podría ser un buen microrelato: mirar por la ventana y clavarse los ojos en otra ventana. Es verdad que esta luz azul es llamativa. Con la mirada hipermetropa del escribidor todo, TODO puede suceder.

Amando Carabias dijo...

Alena Collar, intentaré sorprenderos, espero encontrar esa sorpresa primero yo mismo. Ya digo que se trata de un relato que quedó en su mitad, espero poder continuarlo sin que la sutura se note mucho.
En verdad, Maia, que me resultan excesivas tus palabras, que agradezco, no obstante, puesto que son sinceras, pero has de saber que me ruborizan. Espero que cualquier día con la misma sinceridad y con la misma delicadeza, si encuentras algo que no te guste me lo comuniques, y si te parece excesivo hacerlo en público, ya sabes que mi buzón privado está a disposición.
Lo cierto, Ángeles, es que haces un análisis preciso del contenido. Tal y como estaba pensado el relato en sus inicios, la linealidad era su principal característica. Quiero decir, que ese comienzo, simplemente narra el punto de arranque anímico del narrador de la historia. Quizá se vuelva sobre el asunto, quizá no, quizá la aparición de esa novedad, sea el desencadenante que necesitaba para que su vida tuviera algún sentido.
Como tantas veces, Gaspard, tienes toda la razón. Es imposible no pensar en esa película, en esa gran película. No sé si además será inevitable. Ojalá, aunque fuera con otra historia que nada tiene que ver, fuera capaz de llegar a la mitad de la cota de suspense que tiene ese film.
Muchísimas gracias, Isolda, por tus palabras. Si os dais cuenta, hubo otro relato en que la ventana también tuvo su protagonismo, es una buena excusa literaria, que, probablemente, define una similitud entre algunos de mis personajes o narradores, esa especie de voyeaurismo de la vida que pasa ante sus ojos. Ellos se limitan a registrarla. O primero se dedican a registrarla y luego actúan. En Fin de trayecto, otra de mis novelas inéditas, también se usa de este recurso en alguna parte fundamental de ella. No te puedo anticipar nada sobre esa luz, pero yo descartaría la televisión.
Aciertas, María, se trata de una calle poco transitada, quizá no quedó claro. Una calle de esas que no está lejos de algún lugar más o menos céntrico pero que por su estrechez, sólo sirve para lugar de paso de quienes conocen muy bien el trazado urbano. Ojalá, ojalá que nos sorprendamos todos, eso espero...
Quizá, Catherine, si hubiera tenido toda la historia escrita, podría haberla convertido en un microrelato, pero como está sólo escrita en una parte, que por cierto no sé calcular si es mucha o poca porción del total, no me queda más remedio que acabarla.

Inma Vinuesa dijo...

Bueno Amando:
Me dejas sin palabras para expresar lo que supone abrir el blog y encontrar escritos nuevos comoeste con esa linealidad que comentads, esa fluidez que le das a la creación y ese misterio luminoso que nos dejas al final.
Es un lujo tenerte en 7 plumas, un placer leerte y una maravilla compartir tus creaciones.

Amando Carabias dijo...

Querida Inma, me parece que tenemos que aclarar conceptos: la suerte es la mía (y cada vez más inmensa) de contar con vosotros, que nutrís este espacio con vuestras aportaciones, las más de las veces exageradas. La suerte es la mía que me encuentro con seres estupendos por el camino, y que obráis el milagro diario de impulsarme a intentar mejorar... Otra cosa distinta es que lo consiga.

Errata y errata dijo...

Amando, ten por seguro que si algo no me gusta te lo haré saber por mail. Es la única forma de crecer, a través de los demás. Y felíz cumpleaños que veo que eres de geminis así que tiene que estar por ser uno de estos días. Un abrazo,

Beatriz Ruiz dijo...

Voy a escribir locuras... yo veo de este lado de la ventana a un ser melancólico... y del otro la luz de la luna que se filtra por una claraboya... y que atrae y atrapa a nuestro melancólico...

Gracias amigo por dejarme libre la imaginación...

Amando Carabias dijo...

Muchas gracias Maia, en eso quedamos, y así lo espero.
Estoy de acuerdo,Beatriz con que el de este lado de la ventana puede que sea un ser melancólico. Que la luz de enfrente lo atraerá, también es seguro. Ya lo ha atraído. De lo demás no sé nada aún.

Chapuza dijo...

Pues a mí, Amando, al menos el primer párrafo, me parece un cuento de terror "clásico", cercano a Poe o a Lovecraft. Después dejas que entre demasiado lo anodino en el relato y eso le hace bajar la tensión. Creo que si lo volvieras más austero podría dar verdaderamente miedo. Son lucubraciones mías, sin más pretensión.

Con tu permiso, Amando, le quiero decir a Isolda que he visto tarde el mensaje que me ha dirigido. Ya sé que no has hablado de la cuestión racial, Isolda, planteé el asunto crudamente porque se acusa con frecuencia a los pobres en general de ser vagos. Es una vieja idea, que en su versión capitalista debe remontar (lo digo sin certidumbre absoluta) hasta el siglo XVII por lo menos, cuando los "economistas" escribían panfletos diciendo que los pobres no salían de pobres porque no se sabían administrar. Jonathan Swift les tomó bien el pelo con su modesta proposición.

Si en los países de la periferia europea tradicional, como Portugal, España o Grecia, hay más absentismo, en ellos también hay una burguesía especialmente atrasada, a veces, casi feudal. Por ahí habría que buscar el origen del mayor absentismo, creo yo. De todas formas, veo difícil que los trabajadores, sobre todo aquellos que ven de forma tangible el producto de su trabajo, tengan la más mínima motivación para trabajar. No necesitan hacer grandes cuentas para comprender que, en el mejor de los casos, serán pagados con un salario de subsistencia (vivir más o menos "dignamente", como tú dices) y que una parte del valor que crean, la plusvalía, se la guarda el propietario del capital, o sea, el propietario de los medios con los que un ser humano puede producir. Tampoco necesitan reflexionar mucho, lo acepten o no, para comprender que son esclavos del capital, del que depende su sustento. No hay capital, no hay trabajo, no hay vida. Los trabajadores de "cuello blanco" tienen más dificultad para ver todo eso por varias razones, entre otras, porque el producto de su trabajo es mucho más etéreo.

En fin, Isolda, que no pretendía "cargar" contra ti, sólo estimular la conversación y la reflexión. Te devuelvo el beso y os envío saludos cordiales a todos.

Amando Carabias dijo...

Muchas gracias, Chapuza, por este comentario.
Sé lo que tengo que hacer. Espero hacerlo.
Supongo que Isolda contestará más adelante, pero, aunque sea meterme en una conversación entre vosotros, me perdonarás, si me inmiscuyo.
Creo que lo que dices sobe la burguesía de estos países suereños, es cierto, en general.

Isolda Wagner dijo...

Efectivamente, aquí estoy, para decirle a Chapuza, que ya sé que no quería cargar conta mí. Que a fin de cuentas tu segundo párrafo dice lo que pienso, sólo que no he profundizado como tú. Te diré, que por convicción siempre estaré del lado del más débil, del trabajador, pero también conozco y muy bien la otra parte. Un beso

Y ahora, Amando, me río porque dices que esa historia la empezaste a escribir hace un par de años y mira por dónde, está en el piso de arriba del que se levanta una mañana y no quiere ir a trabajar! (sin acritud)

Besos de mañana espléndida.

alena.collar dijo...

Pues yo estoy muy contenta de ser "clase media"...no me gustaría nada pero nada ser pobre...
Es una broma...y espero que así se entienda.
Un beso.

Amando Carabias dijo...

Si supieras, Isolda, que el viernes casi no la empiezo a publicar por eso... Es que iba a sonar a pura respuesta de todo lo anterior. Pero si publico cualquiera de las otras dos que tengo el horno hubiera sido mucho peor, teniendo en cuenta los tiempos que corren.
Es lo de siempre, Beatriz, la misma discusión de toda la existencia del ser humano: la mano de obra -y cuanto menos especializada, peor- es perfectamente prescindible. Y no sigo porque nos enredaríamos en otro debate económico, el mismo que tuvimos en el piso de abajo...
Ay, Alena, no sabes lo bien que te entiendo. A mí me pasa lo mismo, no quiero ser pobre, en ninguna de sus posibles acepciones. Y claro que te entiendo la broma.

Chapuza dijo...

Querida Beatriz: Ayer pensé mucho en ti porque estuve en una celebración de los 50 años del fin (oficial) del colonialismo en África. Seguro que tú me hubieras dado algunas claves para comprender mejor lo que vi. Lo cuento brevemente en el blog de JC. Besos.

Anónimo dijo...

bonito y sosegado texto.

Ana J. dijo...

Esto sí que es un estímulo para leer: una nueva historia.
El inicio es prometedor, tanto como esa luz azul que nos incita al voyeurismo.
Estupendo!

Amando Carabias dijo...

Estoy seguro, Chapuza, que Beatriz, nos hubiera explicado eso y más porque conoce el terreno bien, de propia mano.
En realidad, Jordim, lo único sosegado y tranquilo es el texto.
Ojalá que los próximos capítulos,Ana J, te sigan procurando la inquietud a la lectura.

Beatriz Ruiz dijo...

Chapuza... ahora voy al blog que mencionas y que no visito hace tiempo...

Oficial será la versión... Es un tema largo y bastante espinoso... pero desde luego el colonialismo no llegó a su fin... en absoluto...

Voy... beso...

Beatriz Ruiz dijo...

Ya vengo del blog de J.C.

Qué puedo decir???... Despúes de tú comentario, Chapuza... me habría gustado estar allí... Muchos seguro que no pisaron África jamás, no???... Sin embargo esa conversación que mantuviste sin duda me habría interesado y mucho...

Besos...

Marina Filgueira dijo...

Hola: Pues vaya siempre llego tarde y sin hora… es que los años cuentan y mucho. Bien- Amando, me parece un buen principio, las persianas nuevas- esa luz azulada… seguramente traerá cola. Has escrito y descrito- con todo lujo de detalles, lo que tus ojos vieron. Hay que ver cuantas cosas se miran, a través de una ventana- esbelta- con vocación de mirador… solo puedo decir genial. Un beso. Y… adelante. Se feliz.

Amando Carabias dijo...

Marina Fligueira:
Eso de tarde o temprano es tan relativo que no merece la pena.
Ven cuando quieras, y procuraré contestarte siempre.
Gracias por tus palabras y seguiré adelante.

Ángeles Hernández dijo...

Vaya debate más prolífico, en el que se mezcla el contenido de dos blogs.l

Yo me quedo con la ventana, con el señor que mira por ella y con lo que ve a su traves.

¿Para cuando la ventana 2?.

Buenas noches.

Amando Carabias dijo...

Ángeles Hernández
Ya me acostaba, hoy que es relativamente temprano, pero he visto a tiempo tu comentario. Como saben los habituales, los viernes suele haber relato. Y como la mayoría sabe también, casi nunca sé cuánto va a durar. Como habrás comprobado, en este caso, sólo tengo escrita una parte, pero no sé ni que proporción (puede ser casi todo, puede ser casi nada), ni menos aún sé a dónde voy.
Mañana si la musa me acompaña, quizá pueda avanzar algo.

Marian Raméntol dijo...

Mmmmm, interesante ese azul escapado, veremos qué nos depara...

Abrazos
Marian