viernes, 5 de febrero de 2010

LA CARTA. Parte Tercera



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Habían pasado muchos años desde entonces, pero a veces aún percibía la impresión que le produjo el amanecer del día siguiente: algunas reacciones físicas, sobre todo en el cielo del paladar, en la lengua y en el estómago después de una madrugada en que no había pegado ojo. Similares sensaciones le molestaban en esos momentos al contemplar la carta sobre la mesa. Tenía la certeza absoluta de que detrás o dentro de las abigarradas palabras escritas con tinta negra, había una noticia que le haría daño, acaso un dolor retrospectivo, acaso una llaga en el mismo punto donde yacía la cicatriz que parecía olvidada.
Sospechaba que era imposible que le ocasionara la misma herida que las palabras de su madre aquella otra mañana. Ella llegó temprano, o eso supuso Luisito, pues no había pasado mucho tiempo desde que había visto el primer claror del dia filtrándose a través del cristal de la ventana, como gotas de zumo. Pero a diferencia de la espléndida luz matinal que jugaba a ser novia del verano, su madre traía toda la muerte del invierno con su presencia. Sabía que era inevitable, y a pesar de su corta edad, o por ello mismo, ciertas cosas no podían evitarse. No pudo cambiar la pregunta que se había colado en su conciencia como un murciélago devastador. Quizá fuera la mejor de todas las posibles, o quizá no, pero después de la noche de insomnio ni quiso ni pudo cambiarla.
— ¿Mamá, por qué no ha venido papá a verme?

De nuevo la profusión de llanto en el rostro materno abrió una sima de silencio, que parecía un acantilado desde el que se contemplaba la esencia del dolor. Quizá no hubiera hecho falta mucho más para hallar la razón que explicara la abundancia de la sangría del alma materna, pero era necesario que las palabras cumplieran con la difícil misión de comunicar el contenido y los vacíos de la vida. Después de unos minutos su madre se tranquilizó lo suficiente para que sus palabras no se confundieran con jirones de quejidos. Pero no abordó la cuestión de modo directo o abrupto. Su madre, a pesar de ese dolor que había enlutado el brillo de su mirada, volvió a ser su madre, toda dulzura y paciencia (salvo a la hora de la comida), aunque se trataba de una ternura diferente, una ternura triste, una ternura melancólica, una ternura un punto alejada y fría.
Antes de nada Laura Enciso quiso saber hasta dónde sabía o intuía Luisito.
— ¿Recuerdas cómo fue el accidente?

El niño de entonces cerró los ojos. Quizá abandonó la infancia en ese momento. Siempre que había rememorado ese instante preciso, y habían sido muchas veces a lo largo de más de treinta y cinco años, recordaba un reventón de cristales en su interior. Una fractura en miles de esquirlas que clavaban sus límites aserrados y puntiagudos en lugares ignorados de su organismo que no provocaban borbotones de sangre sobre su piel, pero sí en un interior indefinido. De nuevo la impotencia le consumía. No obstante, le contó a su madre todo lo que se había grabado a fuego intenso en la memoria durante la madrugada y su relato concluía en el mismo punto, en esa décima de segundo en que un bulto blanco impactó con su cuerpecín. Allí se fundía en negro la pantalla de aquella película, allí dejaba tendidas al viento sus palabras, con una clara percepción: después de su olvido, se habían escrito los sucesos que concluyeron en el luto funesto de su madre…
— ¿Y eso es todo, Luis?

Fue la primera vez que su madre le llamó con el nombre que pertenecía a su padre. Así que, en un primer momento, quien luego fue ayudante del fiscal no sintió que aquella pregunta le inquiría a él. Laura Enciso suspiró y procedió a contarle, como si arrastrara cadenas en su voz, que su padre era el conductor del coche blanco familiar y que no le había dado tiempo casi ni a bajar de él. Cuando el vehículo embistió al niño, todos suponen, pues nadie pudo comprobarlo nunca, que se dio cuenta de quién era el niño atropellado. Según explicaron o supusieron los médicos, cuando Luis Prieto comprendió que aquel cuerpo arrojado sobre el adoquinado era el de su propio hijo mayor, le dio un ataque al corazón fulminante. Añadieron más: aunque hubiera habido un médico a su lado con todo el material necesario para semejantes operaciones en estado de uso inmediato, hubiera sido imposible su recuperación. Fue tan destructor el infarto, que nadie hubiera podido hacer nada.
— Tu padre murió en el acto, quizá porque pensó que te había matado.

Así fue la primera vez que se lo contó, aquella mañana vecina del verano en la cama del hospital. Recuerda que no reaccionó, pero, a pesar de la revelación, sintió que todas las cosas tenían un cierto equilibrio. En su percepción infantil de la realidad, más confusión causaba la ausencia sin justificar, que esa explicación definitiva. Pero ese equilibrio dio paso, casi de inmediato, al dolor más intenso, a un dolor del que aún no se ha aliviado del todo. Y todo por correr detrás de la pelota. En realidad no hizo falta que su madre se lo repitiera más veces con el añadido habitual a la frase colofón de la historia. Aquel estrambote trágico, en realidad, ella lo hizo sonoro, pero el niño ya lo pensó en silencio pocos minutos después de conocer el desenlace brutal: y todo por perseguir una pelota.

Así que, cada vez que doña Laura Enciso contaba la historia, estuviese el niño delante o incluso se la recordase a él mismo, concluía del mismo modo.
— Tu padre murió e el acto, quizá porque pensó que te había matado, y todo por perseguir una pelota.

Pero era más cómoda la amnesia y acusar a su madre de haberle inoculado la sensación de culpabilidad de la muerte del padre, que reconocer que él mismo, por la lógica absurda de las cosas, había llegado a idéntica conclusión.

Fue un poco más tarde, para entonces era ya imposible extirpar aquel tumor llamado culpa que había arraigado en su interior, cuando alguien preguntó si es que había ido a la tienda de doña Tesita con la pelota en las manos, y ésta se le había caído. La pregunta nació con aire casual, quizá por evitar una nueva sesión de lágrimas, quizá por evitar que el silencio se convirtiera en cuchillo que saja un encuentro y lo convierte en fugaz, pero al ser escuchada se percataron de que hubo algo en aquel atropello que había dislocado el orden lógico de las cosas.
Fue la primera vez que el niño cayó en la cuenta de que en persecución de su pelota de colores, justo antes de girar hacia la derecha, y poner los pies en la calzada tapizada por adoquines que parecían de luz, vio de refilón, por la comisura izquierda del ojo de ese lado la silueta inconfundible de Eladio.
Que Eladio Roquedal Torrequebrada estuviese en ese lugar era lógico, pues allí vivía, al menos durante el curso escolar, ya que a la llegada de las vacaciones toda la familia se instalaba en el chalet familiar que, como un castillo de ostentación, se habían construido en la finca aledaña a la de la fábrica de la que era propietaria la familia, en donde trabajaba su padre. Por tanto intentar pensar que Eladio tuvo algo que ver de modo directo con aquel accidente era una locura sin sentido. Más aún, desde donde estaba, Eladio no podía ver la calle, por tanto no podía saber si subían o bajaban coches. La única conclusión un poco fiable es que había sido a él a quien se le había escapado la pelota, justo en el momento en que su anterior propietario pasaba ante la puerta.
Una casualidad macabra.

El caso es que ante aquella pregunta, Luisito pudo contar por primera vez lo que había sucedido con su pelota de colores.
— No, yo no llevaba la pelota cuando bajaba a por el pan. Por la mañana me la había quitado Eladio, y cuando estaba a punto de llegar a la panadería, la vi botando en la acera y salí corriendo detrás de ella.
— Pues ya fue mala suerte —, comentó a modo de colofón el interlocutor que preguntó por alargar la conversación.

23 comentarios:

Alena.Collar dijo...

Muy muy interesante. Y muy bien llevada la intriga. Con la dosis justa.
Quedo a la espera (ay caramba) de la continuación...

maririu dijo...

Estos días pensaba "no leeremos la carta hasta el final" pero entonces me quedo más intrigada ¿cómo se las arreglara?

Amando Carabias dijo...

Alena Collar:
Continuará la próxima semana, aunque a veces me dan ganas de pedir unos días de permiso y refugiarme en el bosque de Blancanieves para escribirla del tirón.

Amando Carabias dijo...

maririu:
Sé que sonará a petulancia, y lo mismo no debiera decirlo, pero a veces me pregunto lo mismo. Sin embargo cuando me pongo a ello (no cuando digo que me voy a poner, sino cuando efectivamente estoy en ello), aparece el rastro que debo continuar.
Me tengo que convencer que este es mi modo de trabajar. Quizá por ello necesite más tiempo.

Mercedes Pinto dijo...

Me encanta leerte, tienes una manera muy clara de escribir, lo que yo agradezco enormemente, no creo que para contar una historis sea necesario plagarla de anacolutos que sólo consiguen confundir al lector. Además, leyéndote, el lector, no sólo fluye por el texto por lo suabe sino por el interés que suscita el contenido. Espero la próxima entrega, no vayas a dejarnos sin conocer el contenido de la carta.
Un placer leerte. Hasta pronto.

Maria Sangüesa dijo...

Estupendo, Amando, quizá por lo que le comentas a Maririu, vemos como la historia va fluyendo de manera natural pero dentro de un buen cauce literario. Y continúa el deseo de saber qué dice la carta, y hasta qué punto la culpabilidad ha marcado la vida del protagonista. Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Mercedes:
La verdad es que una de las cosas que más me preocupa cuando escribo, al menos en los últimos años, es la de la fluidez en los textos, evitar tropezones al lector, procurar que la idea camine por así decir, aunque la estructura sintáctica de la frase no sea precisamente simple.
Y tengo la impresión de que esto se consigue únicamente leyendo mucho, y repasando mucho. Creo que alguien dijo (¡cómo lamento no recordar quién!) que el verdadero trabajo del escritor consiste en tachar. Algo de eso hay. En estos tiempos leo menos, bastante menos, al menos en el sentido tradicional, pero la lectura de los blogs, sobre todo de algunos, es una buena práctica para esto. Y desde luego la fluidez y la intriga están bien presentes en "Maldita", tu novela por entregas.
No, seguro que no os dejaré sin conocer el contenido de la carta.

Amando Carabias dijo...

María Sangüesa:
Agudo apunte. Ahí estamos, indagando en el interior de Luisito/Luis (que aún siendo la misma persona no lo es exactamente, puesto que los años no pasan en balde para nadie), para conocer cómo este acontecimiento esculpió el cauce de su psicología, alma, espíritu, cómo se le quiera llamar.

Anónimo dijo...

Refúgiate, sí. Me tienes enganchado del todo a la historia, la carta, etc, etc.

Abrazos

Amando Carabias dijo...

AVATAR:
Te intentaré hacer caso.

Evaasecas dijo...

Es increíble como así sin darnos cuenta estamos en la tercera parte. Espero la siguiente, que espero que no sea la última.
Feliz finde a todos.

Flamenco Rojo dijo...

¿Qué padre no ha tapado algún fallo a un hijo en alguna ocasión para no crearle además un sentido o sensación de culpabilidad? Aunque no es menos cierto que también habrá algún hijo que haya hecho lo propio con un padre. No es el caso de nuestra doña Laura Enciso, que quizás por la pérdida de su marido, no lo ve así e inconscientemente está machacando al pobre Luisito.

Buen fin de semana.

Amando Carabias dijo...

Evaasecas:
La próxima no será la última. Eso lo puedo garantizar.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo:
Tal y como es Laura Enciso, creo que fue el dolor insuperable por la muerte de Luis Prieto lo que le hizo comportarse de ese modo.
Por suerte, quizá no es lo más habitual, pero el destrozo de su vida y de su corazón fue tan mayúsculo que actuó así de inconscientemente... Pero no olvidemos que la semilla de la culpa la arrojó sobre sí mismo el propio Luisito, cuando en silencio pensó lo que más tarde dijo su madre.

Unknown dijo...

"Y todo por perseguir una pelota".
Una frase en toda su crueldad. Pero sin accidentes por medio siempre una frase ha sido pronunciada en nuestras vidas creando sensaciones de culpa donde no hay culpables.
Nadie es culpable o acaso los nervios. Laura Enciso pierde a su marido y cree haber perdido a su hijo.
¿Quién protege a esa mujer y la libera de sus nervios?

Amando Carabias dijo...

urbanoyhumano:
Creo que me has regalado una pregunta interesantísima para intentar tomar ese cabo y ver qué sucede.
Muchas gracias por esta aportación que quizá sea una perla.

Isolda Wagner dijo...

Es tremendo ver cómo una frase dicha en un momento de crisis, puede condicionar una vida. Me parece infinitamente más dolorosa la primera parte:
"murió en el acto, quizá porque pensó que te había matado", que "y todo por una pelota". Terrible para los dos, madre e hijo.
Por más que Eladio lo intente con su carta, hay cosas que no se perdonan, porque uno no quiere perdonarse. Por eso las olvidamos hasta que llega una carta...
Besos intrigadísimos.

PS. Qué bonito foto para el libro de los poetas de Segovia 2010

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Es verdad lo que dices de la primera frase. Pero a la larga hizo menos mella porque no resultó cierta, quiero decir, porque Luisito no había muerto tras el golpe que lo mandó al hospital y lo mantuvo inconsciente una semana.

No me parece adecuado revelar nada sobre la carta de Eladio, así que callaré sobre sus pretensiones y sobre tu intuición al respecto.

La imagen de la portada del libro que está preparando con tanto mimo Norberto García se corresponde con el llamado Jardín de los Poetas de nuestra ciudad, donde se celebrará el recital el próximo veinte de marzo.
Este espacio se encuentra en un lugar idílico, muy próximo al Alcázar en una pendiente muy pina, sobre una explanada abierta junto a los almenares de la muralla.
Por esta cuesta, aledaña al jardín, pasaba cada día San Juan de la Cruz desde su convento hasta el de las carmelitas donde decia misa y confesaba. Hay varios hitos que marcan este recorrido.
También por aquí pasaría D. Antonio Machado en sus paseos desde la pensión de la Calle Desamparados (muy próxima) hasta la ribera del Eresma... Cuento esto para explicar por qué este espacio (inaugurado hace muy pocos años) se llama tan acertadamente de este modo.
Esta misma imagen es la que se utiliza para el cartel anunciador del acto.

Amando Carabias dijo...

EL MILAGRO
En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de las gafas
en busca de ese andamio de mis ojos,
mi volado balcón de la mirada.
Abrí el estuche con el gesto firme
y doctoral de quien dice: Aguarda,
y ahora verás si veo...


ANTONIO MACHADO
Cancionero Apócrifo, 10

Isolda Wagner dijo...

Me refería a que morir por una duda, atenaza a los que quedan para siempre. No pretendía información sobre la carta. Intuyo que por lo menos le pedirá perdón, o no?
Qué bien traído el poema de D. Antonio, casi podemos imaginarlo por esa cuesta y con su Biblia.
Besos, hoy es fácil, del jardín de los poetas.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Aclarado.
Sobre la carta habrá que esperar.
Los primeros dos versos inspiraron el incio del relato del mes de mayo de "Cuentos de Euritmia", El viejo profesor

catherine dijo...

Este poema de Machado me trae dulces recuerdos y el de la derecha de la pantalla me hace sonreír cuando lo encuentro, la viudita casadera que va a misa de alba en San Millán.
"Verás si veo", ni con mis gafas adivino como sigue tu novela. Tendré que esperar, quizás leyendo el més de mayo.

Amando Carabias dijo...

Catherine:
Cuando hice referencia a D. Antonio en la respuesta a Isolda me llevaron los demonios porque a ella no le pude acercar a la Pensión y me alegré recordando lo mucho que disfrutaste durante su visita.

¿Mes de mayo? No sé, no tengo ni idea.
De momento, febrero está completo a entrega por semana.