viernes, 19 de febrero de 2010

LA CARTA. Parte quinta



Primera parte Segunda parte Tercera parte Cuarta parte

Luis intuía que tenía que callar, sin que su madre se lo tuviera que decir, aunque sólo fuera por salvaguardar la inocencia de Gabriel; aquellas lágrimas, aquellos lamentos, en realidad, eran silencios, eran como secretos que nadie debería conocer. Sospechaba con la extraña lucidez de los niños que si él tenía acceso a ellos era porque su verdadero deseo era evitar que se produjeran. Intuía que si su madre paseaba su dolor durante las horas invisibles de la madrugada, casi inexistentes salvo para juerguistas y algunos moribundos, era por paliar en lo posible un daño quizá irreversible en el alma de sus hijos.
El ayudante del fiscal sabía ahora que su madre estuvo enferma desde aquella tarde en que le contaron que su marido había muerto víctima de infarto y su hijo se hallaba sin conocimiento en la UVI de la recién inaugurada Residencia Sanitaria de la Seguridad Social Río Óreo de Euritmia. Su enfermedad tenía nombre y apellidos y figuraba en los manuales de cualquier estudiante de psiquiatría, y el tratamiento hubiera sido relativamente sencillo, si se hubieran puesto manos a la obra durante los primeros meses. Una vez pasados unos años, quizá era una aventura imposible. Pero en los principios de los setenta del siglo pasado estaba mal visto que alguien acudiera a un psiquiatra, porque todo el mundo juzgaría que se trataba, no de una enferma mental, sino de una loca, como se decía entonces. (¿Habrá aún quien sostenga la neutralidad de las palabras, habrá aún quien crea en la inocencia de las voluntades al hablar?).
Si en 1972 Luisito no hubiera transitado por los ocho años, quizá hubiera comprendido que su madre era víctima de un monstruo que consumía su alma, con la sabiduría del parásito que ha descubierto que su manutención está en no acabar de un zarpazo con su víctima, sino en mantenerla con vida, para así ingerir de ella cada jornada, para que su alimento no tenga caducidad y esté siempre fresco y en posesión de todas sus virtudes nutricias.

Cuando transcurrieron algunos años desde la funesta tarde, quizá tres, acaso cuatro, se produjeron dos acontecimientos que modificaron sustancialmente su vida cotidiana.
Sus abuelos, los únicos seres humanos que, fuera del cofre cerrado de aquella casa, intuyeron algo de la tragedia que se vivía, se llevaron a vivir con ellos a su hermano Gabriel. Fue algo casi natural y que Laura Enciso vivió con algún dolor, pero a la vez, con alivio pues, en medio de la bruma en la que aún habitaba por entonces, comprendió que a Gabriel le iría mejor fuera de aquella vivienda a la que ya no podía llamar hogar. Con Luis también se intentó algo por el estilo, pero se negó en rotundo, él tenía que acompañar a su madre. Como alternativa se planteó que fueran a vivir los tres al pueblo, fue entonces Laura Enciso la que se negó sin dar ninguna opción.
El otro acontecimiento trascendental, natural e invisible al mismo tiempo, fue la aproximación de la pubertad a su vida. La pubertad había comenzado a adueñarse de su fisonomía magra y alargada que se acentuaba más aún por el brillo lánguido de su mirada y por la sombra de sus ojeras que hundían a sus ojos en simas. Ya no era un niño, pero tampoco se le podía clasificar como adolescente. Sin embargo en su interior, más aún que en su fisonomía, se producían transformaciones que sentía agudas y radicales, aunque para sus compañeros y profesores fueran imperceptibles, por no decir inexistentes.
Se sorprendía a sí mismo con pensamientos y dudas que parecían corresponder a otra persona. Fue por entonces cuando comenzó a asomarse en algún rincón de su cerebro una idea perniciosa: el muerto en el accidente tendría que haber sido él y no su padre. Las cadenas en forma de quejidos quejumbrosos de su madre habían horadado su resistencia hasta ese punto. Era una idea irracional, por tanto muy poderosa, y con todas las posibilidades intactas de arraigarse como una mala hierba en su interior. Sospechaba de modo viscoso que su madre no sufriría tanto si en vez de haber enterrado al marido, hubiese enterrado al hijo.
Luis Prieto volvió a levantarse del sofá con el vaso en las manos y en los ojos una lágrima, que creyó olvidada, velaba su mirar. La carta quedó de nuevo sobre la mesita. Fueron días o semanas muy complicados. Sólo muchos años más tarde encontró la imagen que explicaba de un modo adecuado aquellos días. Durante aquellos tres o cuatro años el viaje macabro que había empezado el día del accidente, avanzó hasta la desembocadura de un precipicio, y allí hubiera concluido precipitándose al vacío sin remedio.
Mientras sentía el paso amargo del güisqui por su garganta, recordó la conversación, y sonrió. Con doce años, Luisito tenía más argumentos para enfrentarse al viejo padecimiento de su madre. Con doce años, Luisito necesitaba arrostrar tanto dolor como laceraba los muros de la vieja casa. Con doce años, Luisito sentía que debía desenmascarar al monstruo que consumía las madrugadas de su madre. Pero aún tardó en encontrar el instante preciso en que se podría enfrentar cara a cara con esa realidad que convertía las noches de su madre en infierno que a él también lo abrasaba. Sabía que su madre pensaba que el sufrimiento era solitario y silencioso, un sufrimiento que sólo le afectaba a ella, que excluía al resto de la humanidad. Su madre vivía todo aquello como una condena, como si durante las horas más tétricas de oscuridad ella tuviese que habitar una celda de castigo inaccesible al resto de los mortales.
Fue la casualidad o la suerte, la que vino a abrir el portón de esa celda de castigo. Se trataba de un examen de Lengua Española. El primer examen de su vida que le exigió quedarse a estudiar más allá de la media noche. Tenía que memorizar para aquella prueba los diferentes tipos de estrofas de la poesía en castellano, tanto las de arte menor, como las de arte mayor. Había descubierto que aquello le gustaba, pero también había descubierto que era más complejo de lo que parecía a primera vista. Su mente demoró el proceso de almacenaje de rimas consonantes y asonantes, pareados, aleluyas, cuartetos, serventesios, cuartetas, redondillas, silvas, romances, alejandrinos, endecasílabos, octavas reales, tercetos encadenados, sonetos, sonetos con estrambote, quintetos, sextinas, silvas, versos blancos, versos sueltos … A medida que pasaban los minutos y Laura Enciso contemplaba que su hijo no se acostaba, se ponía más nerviosa. Y él se daba perfecta cuenta del aumento de aquella inquietud pues el movimiento de los pies maternos era incesante, continuas las miradas al reloj, creciente la aceleración de su respiración. Él persistió en su estudio, si cabe con mayor despliegue, con mayor ahínco demoró el instante de acostarse, hasta que se atrevió a mirar de frente a su madre.
— Mamá, ¿por qué no te vas a la cama...? Aún tardaré un rato.
Su madre le miró como quien descubre que ha sido víctima del robo de un tesoro. Sin saberlo, Luis comprendió que su madre era adicta ya a los quejidos de la madrugada y que su presencia a aquellas horas en el salón causaba ansiedad a Laura Enciso. Pero se mantuvo firme en su pretensión. Después de media hora, fue su madre quien tomó la palabra.
Luisito, deberías acostarte. Mañana no vas a rendir nada en el examen. Tienes que dormir.
Quizá fue un poco cruel por su parte, pero la respuesta le brotó con la misma potencia con que el agua rompe un dique de contención agrietado o endeble.
— Mamá, ¿qué cosas más raras dices…? Dormiré como cada noche…

En los ojos de Laura Enciso apareció un brillo de dolor nuevo y diferente, desconocido y sorpresivo. Luisito comprobó que su intuición era cierta: su madre pensaba que el mundo entero era ajeno a las madrugadas de insomnio acuciada por el dolor insuperable de la muerte de su marido.
— ¿Qué quieres decir?
El muchacho que aún no lo era se lanzó a la verdad como único recurso para encontrar un modo de recuperar la paz que cada vez se alejaba más de su corazón.
— Mamá, lo que quiero decir es que cada noche desde que murió papá te oigo llorar y suspirar y pasearte por toda la casa arrastrando los pies como si no pudieras con ellos, y que casi no duermo, que escucho hasta muy tarde las campanadas del reloj.
Ella le miró con ojos de sorpresa atormentada.
— Desde que murió tu padre, soy incapaz de pegar ojo... Si supieras cómo le echo de menos.
El hijo comprendió que era cierto lo que decía, que aquella mujer, que era su madre y que peleaba a diario por mantener el hogar, y por demostrarse a sí misma que seguía queriendo a sus hijos, atesoraba el espacio de la madrugada para su propio sufrimiento, para protestar contra un destino que había finiquitado su felicidad y que no aceptaba de ningún modo. Y más que por la frase, fue por aquel gesto de sus manos posadas sobre su cabellera en señal de cariño, por lo que se decidió a formular la pregunta, ésa que le atormentaba desde hacía unas semanas. Sí, ahora pensaba tantos años más tarde, aquellas manos sobre su cabeza quizá les salvaran a ambos.

Como cuando en el hospital preguntó a su madre por la ausencia del padre, en este caso tampoco hubo ningún filo cortante en el tono de su voz. No hubo doblez de intención en su mirada. Recuerda el ayudante del fiscal que como si el niño de doce años fuera un experto conocedor de almas, tuvo el gesto intuitivo de alzar el rostro, de tal modo que las manos un poco ásperas de la madre, ya no le tocaran el cabello, sino la cara, y pudiera contemplar lo diáfano de su mirar.
— ¿Si hubiera muerto yo en vez de papá, serías más feliz?
Si el hijo hubiera podido bucear en el corazón de la madre, habría sentido un terrible maremoto que desarbolaba sus entrañas. Pero él estaba fuera y lo que vio fue casi la misma escena de aquella otra mañana en la habitación de la Residencia Sanitaria. El rostro materno, mucho más afilado y demacrado y arado por las arrugas y el dolor, se enlagrimó y se unió al suyo en un desesperado intento porque comprendiera, pero también en una desesperada declaración de incomprensión. Durante varios minutos de duración inabarcable sintió que su rostro que se acercaba a la adolescencia era regado por el dolor, hasta que las lágrimas dieron paso a una voz quejumbrosa.
— No, Luis, no... No digas esas cosas... No, hijo, seguro que no. Seguro que si tú hubieras muerto, estaría como ahora, haciendo la vida imposible a tu padre. Y si hubierais muerto los dos, que es lo primero que temí, no sé, yo no hubiera podido soportar la vida, salvo por tu hermano, pobrecillo. No tendría que haber muerto nadie, Luis, nadie. ¿Por qué tuvo que morir él...? ¿Por qué tuvo que morir nadie...?

35 comentarios:

Alena.Collar dijo...

¿Quién quería matar a Luisito?...
¿Eh?...
Digo yo...
Me está encantando, intrigando y gustando.
Cuánto gerundio, por dioxxx...

Evaasecas dijo...

Llegué a pensar que Luisito callaría lo que sabía sobre las noches eternas de su madre, pero mira tu por dónde, gracias a un examen, pudo dar ese toque a su madre, de lo cual me alegro mucho, porque sospecho que eso ha de ser un punto de inflexión en la historia.
Puedo decir que hoy la carta no me causa tanta intriga como en los capítulos anteriores, y deseo que llegue el próximo capítulo para ver las consecuencias de esta charla madre-hijo.
Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Alena Collar:
Gracias por tus palabras. Que vengan de ti son un soplo de luz.
Salvo él mismo, que en aquellos años de la preadolescencia (toma cursilada) hubiera cambiado el cadáver de su padre por el suyo propio, nadie quiso tal cosa.
Cuando lleguemos al final, dentro de diez capítulos, me parece, se solucionará toda la intriga.

Amando Carabias dijo...

Evaasecas:
Tienes razón, esta conversación es el punto de inflexión de la historia. La intriga de la carta perderá esta potencia, hasta que -espero- explote al final, porque habrá carta. Lo garantizo. De hecho Luis, entre recuerdo y recuerdo, güisqui y güisqui, la está leyendo.
Es más, yo diría que la lectura a trompicones del texto de Eladio es lo que incita sus recuerdos.

Maria Sangüesa dijo...

Interesantísimo todo el proceso psicológico de la culpabilidad y de lo que es una depresión sin tratar, por las circunstancias de la época. Cómo ya te han dicho, el punto de inflexión está claro. Estoy segura de que la carta de Eladio va a darnos un giro absolutamente inesperado; mientras tanto, vayamos haciendo cábalas. Hasta dentro de un ratito. Un abrazo.

Mercedes Pinto dijo...

Tenía que llegar el día en que madre e hijo abordaran la conversación que se demoraba demasiado, a la espera de que Luisito tuviese la suficiente edad para razonar como un hombrecito. El pequeño llevaba demasiado tiempo sintiéndose culpable, y callando el dolor de su madre y el suyo propio; demasiadas noches de insomnio para un niño y demasiados días vigilando la herida de su madre. El hecho de que se negara a marcharse con a casa de sus abuelos con su hermano Grabriel demuestra hasta qué punto se sintió responsable del accidente desde el principio. Él le había robado a su madre el marido y tenía que pagar su culpa y ocupar de algún modo el puesto de su padre.
Sigo la historia de "La carta" con avidez. Espero la próxima entrega.
Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

María Sangüesa:
El complejo de un duelo no resuelto puede llevar y de hecho lleva en multitud de ocasiones a depresiones que, además, pueden ser -y muchas veces son- caldo de cultivo de otras patologías.
Quizá a principios de los ochenta, entre las peronas de la calle, se empezaba a escuchar la palabra depresión como sinónimo de una enfermedad. Pero aún abundaba (o así lo revive mi recuerdo) la especie de que más que una enfermedad era un 'capricho' del enfermo para hacerse notar. Se oían frases por todas partes que hoy nos ruborizarían.
Uno de los problemas de la enfermedad mental, a mi modo de ver, proviene de la ausencia de síntomas físicos u orgánicos, sobre todo en los primeros estadíos del proceso.
Por suerte hoy las cosas han variado mucho, pero entonce era mucho más complicado. Con la palabra loco, aún bien entrado el siglo pasado, se definía todo y a todos se les metía en el mismo saco.
En efecto esta conversación es una inflexión en el relato, porque abre una nueva etapa en el personaje central.
La carta de Eladio viene al final de todo el camino, del que no hemos llegado a la mitad. Y de alguna manera será un giro, pero qué giro.

Amando Carabias dijo...

Mercedes
Perfecto resumen al tiempo que análisis de lo sucedido hasta ahora.
Es una suerte contar con lectores como vosotros, tan atentos al menor detalle.
Espero que este fin de semana no sea el que elijas para que las entradas de tu novela aumenten de extensión, porque no podré leerte hasta el lunes.
Un beso.

Flamenco Rojo dijo...

Mucho dolor en el relato…

Hoy ha amanecido un buen día en Sevilla…el agua nos da una tregua entre 24 a 36 horas…Así que hoy puede ser un gran día, plantéatelo así…Nos vemos más tarde.

Buen fin de semana.

Amando Carabias dijo...

Ha comenzado a caer aguanieve en Segovia. En estos momentos desconecto, puesto que tengo que ultimar los preparativos para el fin de semana en que emprendemos viaje a Sevilla.
Allí disfrutaremos de muy grata compañía, a pesar de que este temporal que nunca termina nos lo quiera dificultar.
Digo esto, porque probablemente me será difícil responder a vuestros comentarios del modo habitual.
De todos modos prometo contestar a todos, aunque sea el lunes a última hora de la noche.
El mismo lunes 22 a la hora acostumbrada, o sea cuando el domingo se ponga el pijama para convertirse en lunes, está programada la próxima entrada.
Nos vemos.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo:
Es un gran día, y dentro de unas horas mucho más.
Hasta luego.

Beatriz Ruiz dijo...

Pues no sé si la borrasca perdió su fuerza en el atlántico o es que decidió regresar a Tenerife...

Es lo mismo... yo me subo a ese avión con destino Sevilla...

Nos vemos amigos...

Buen viaje a las/os amigos que encontraré en esa maravillosa ciudad...

catherine dijo...

¿Estáis todos en Sevilla? ¿nadie pasa de vez en cuando cerca de su ordenador?
"un niño vigilando la herida de su madre" dice Mercedes. Hay demasiados niños que padecen de heridas ajenas, que sus padres sean viudo o viuda, separados o aun juntos. Y no es culpa de los padres. La vida es así, y es peor cuando se sume una enfermedad psicológica, lo decís todos. Sigue en la proxima entrada...
¡Aprovechad todos la buena compañía recíproca! Abrazos a todos los sevillanos de verdad y a los turistas.

Anónimo dijo...

¡pues vaya días para ir a Sevilla! verás lo que nunca se ve...
La noticia me ha hecho olvidar a luisito y su madre... casi
Cada día me gustan más el capítulo de hoy (para mí muy atareada) es perfecto se me va un nudo de angustia no me gusta ver sufrir a los niños y como lo describes con pelos y señales. Me encanta que sea la poesía o sus aledaños que permita deshacer o empezar a deshacer el entuerto.
Estoy menos segura de que hayan desaparecido los prejuicios sobre las enfermedades mentales mucho menos convencida, a lo mejor se callan lo que piensan o no lo piensan pero dile a alguien que haría bien que eso lo arregla o ayuda un psicoterapeuta y apunta su reacción.
Lo propio de la enfermedad es creerse sano.

maririu dijo...

que idiota el anónimo soy yo Maririu

Marina Filgueira dijo...

Por fin llegó ese momento de aclarar lo que parecía estar dentro de un laberinto sin salida. Por fin enfrentan los dos, hijo y madre, esa situación insostenible de silencios sin abordar nunca lo sucedido. Van cogiendo dulzura- novelesca, estos relatos. Equivocada yo… pensaba que Laura Enciso, era una madre fría, pero no, lo que enfriaba en ella es su alma. Es algo que sabemos las que pasamos por esa circunstancia. Es solo que vivimos en otro tiempo… y la depresión se cura con tratamiento, y poniendo un poco de nuestra parte. Por aquel entonces la depresión no “existía”. He disfrutado leyendo este post. ¡Excelente! Un beso. Ser felices. Y feliz domingo.

Isolda Wagner dijo...

Pues si, Catherine, estamos unos cuantos en Sevilla, en manos de Flamenco y familia. No es por dar envidia, pero hasta hemos tenido suerte con la lluvia, que nos ha respetado los paseos. Mi intención, era contaros día por día lo que hemos visto, pero lo cierto es que estamos rendidos de tanto andar, hablar y comer. ¿No es mal plan, verdad?
Os echamos de menos a todos, pero es cuestión de organizar otra reunión más centrica.
Besos más flamencos que nunca a todos y de parte de todos.

Miguel Mora dijo...

Confiemos en que se acabe el mundo antes de que todo sea previsible, antes de que todo lo que se considere patología mental se pueda prevenir y tratar. Antes de que se conozca todo – o lo fundamental – del comportamiento cerebral. Antes de que la industria farmacéutica- y los médicos - determinen con precisión enfermiza (eso sí sería patológico) en qué circunstancias se sobrepasan las fronteras de la normalidad y, lo que es peor, encuentren fármacos para corregir no ya desviaciones del comportamiento sino del pensamiento. Se habrían acabado entonces el mejor arte, la mejor literatura o la mejor música. Todo se andará: ya empiezan a querer determinar el tiempo que debe durar el acto amoroso y a vendernos pastillas para la eyaculación precoz y para todo lo contrario. Dentro de bien poco, el loco será el que no se ponga gafas para ver el cine en tres dimensiones y el espectador sin gafas será sospechoso mientras a su alrededor masas de irreconocibles rostros, tras unas lentes que alteran la percepción ordinaria, sufrirán cataclismos sobre sus cabezas que parecerán los únicos reales. Precisamente por ser falsos.

Amando Carabias dijo...

Catherine
Aquí estamos como dice Isolda, incluso sorteando la adversidad de unas jornadas que se presentaban pasadas por agua y que al finan no han sido tanto. Aunque esta mañana mientras una amiga que nos habla desde África aguantaba el chaparrón en Extremadura al tiempo que veíamos como el un canalón de la Capilla del Cachorro desaguaba sobre una naranja toda su potecia, de una lluvia densa y recia, con vocación de hacerse pared de cristal. Pero ha sido lo peor. Triana, su puente, el Barrio del Arenal, la Maestranza, La Giralda, el barrio de Santa Cruz, el patio de Santa Marta, los Alcázares, el Archivo de Indias, el sol, ese azul del cielo hispalense, los naranjos, la calle Pureza, el verde Guadalquivir, La Torre del Oro, Mairena, Belmonte (El Pasmo de Triana), la Calle Betis, la Plaza España....
Todo maravilloso, todo fantástico, porque Marián y yo gozamos de la compañía de estos amigos y amigas.
Y como dice B. estamos de ejercicios espirituales, porque no hay mejor ejercicio para el espíritu que calentar los corazones entre amigos.

PD.- Si no hubiera sido por nuestros anfitriones (y utilizo el plural porque la familia al completo nos ha abrazado con su acogida y GENEROIDAD -y el término es innegociable-)este encuentro sin duda que bubiera sido fantástico, pero de este modo ha sido INMEJORABLE.

Amando Carabias dijo...

maririu
Efectivamente,he descubierto que en Sevilla la lluvia existe. Para ellos este año está siendo especialmente duro.
Yendo a la carta... Como verás ha costado zarpar, la salidad por la bocana del puerto se ha hecho complicada, pero ya hemos salido de la bahía...
Comienza el viaje...

Amando Carabias dijo...

Marina Fligueira:
Sí la depresión se obvió de nuestro lenguaje, para pasar a ser una especie de capricho o debilidad de voluntad para quienes la padecían.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Muchas gracias por adelantarte, y sigo.
En un rato nos espera otro cazcaleo por Trina.

Amando Carabias dijo...

miguel mora:
Auneut no lo parezca estoy completamente de acuerdo contigo.
Te entiendo a la perfección. Algunas veces la medicina pierde los papeles y quiere dejar de ser la mayor y la mejor de las ciencias humanas para querer ser una ciencia exacta que prevenga todo, pero no podrá, porque el día que lo consiga no sé si será el úlitmo día del mundo, lo que será seguro, el último día de la humanidad, porque desde ese día habrá muerto el hombre y habrá nacido una nueva máquina, a la que quizá convendría bautizar con el bello nombre de maquihominis, o algo así.
Dicho de lo anterior, algunas cosas solucionables (con diversas terapias como bien sabes) han terminado por 'matar' a muchas personas, no porque la ciencia no hubiera llegado, sino porque la presión social obligaba (¿obliga?) a vivir determinadas patologías en el más absoluto de los secretos.

catherine dijo...

"Lo propio de la enfermedad es creerse sano" dice Maririu. Diré "de acuerdo" con lo que experimentò con una hermana manìaco-depresiva durante màs de 20años, una cuñada y una prima que se suicidaron.
Pues, diré que no. Que la gente sana no es un enfermo que niega serlo. De acuerdo con Miguel Mora, dònde està la frontera entre lo normal y lo creativo, cuàndo llegamos a desviaciones?
Bueno, para dejar un tema que detesto, la enfermedad mental: por telefono con la otra Mary os imaginàbamos nadando o navegando en el Guadalquivir con todo lo que cuentan del Sur de España en los medias.
Màs suerte con el tiempo. No me arriesgo a decir que me da envidia (ni siquiera sana envidia) por lo que me sucediò una vez con esta palabra. Pero hablando todo acaba arreglandose, es lo que creo.
Besos a todos, los turistas, los huespedes y los fieles a su silla delante de su ordenador.

Marina Filgueira dijo...

Ay Isolda: Que envidia… bueno… sana eh!! Si volvéis a reuniros, invitarme… me saco un billete de avión y me voy pa Sevilla. Celebro que lo hayáis pasado estupendo, con Flamenco Rojo y su familia… que intuyo- son unos tesoritos. Bueno pues besitos para todos/as. Ser muy felices.

María A. dijo...

La lluvia en Sevilla, es una maravilla...Pasamos por Sevilla y cazcaleamos, divinamente. Pero hay que seguir la ruta de la Plata...Y me traje conmigo toda el agua, para Badajoz. El Guadiana va desbordado...Con tanta lluvia, a visitar museos -vacíos- y del teatro venimos: Bodas de Sangre con una compañía extremeña muy, muy digna. Abrazos aguados y feliz retorno a los turistas.

Flamenco Rojo dijo...

Un placer cazcalear por Sevilla con gente tan maravillosa y extraordinaria.

Algún día comentaré mis conversaciones privadas con las puñeteras nubes...La negociación con ellas fue dura pero fructífera…lo de no llover estos días era “innegociable”.

Un abrazo.

Isolda Wagner dijo...

Ya decía yo que tenías algo que ver con las nubes, que tan bien se han portado.´
Lo único verdaderamente innegociable es la amistad y tu generosidad con todos nosotros.
Muchos besos desde el mismo Triana.

Anónimo dijo...

Venga, venga, no le entretengais que tiene que colgar la sexta parte...

Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Catherine:
La enfermedad mental es desagradable, dolorosa y brutal. Sobre todo para el que la padece, pero también quien le acompaña en el padecimiento, sufre un desgaste del que no es rápido recuperarse.

Amando Carabias dijo...

María A
Esperemos que se haya calmado ya la borrasca por donde pares de la Ruta de la Plata.
Mientras regresábamos a casa, surcando a los doscientos kilómetros a los que dicen que vuela el AVE, hemos contemplando tierras inundadas por todas partes. Y como alguien ha dicho en el vagón: a la tierra no le cabe ni una gota más de agua.

Amando Carabias dijo...

Marina Fligueira:
Piano, piano, se anda lontano, creo que dicen en italiano. Todo llevará su camino y todo llegará a su tiempo.
Nada más dañino que las prisas.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo e Isolda:
Tardaré un poquito en contarlo porque necesito hacer la digestión, pero lo contaré.
Ha sido hermoso y quedará en nuestros corazones.
Todos los que nos habían hablado de Sevilla, habían dicho verdaderas loas sobre la ciudad, pero para mí que se quedaron un poco cortos.

Amando Carabias dijo...

AVATAR:
Te hice caso y el fin de semana pasado me refugié del mundo en mi propia casa y escribí todos el engranaje de la historia.
Si no hay novedad, llefaremos hasta el capítulo quince

Anónimo dijo...

¡Bien!

Jajaja. Que ganas de leerlos.

Un abrazo.