viernes, 12 de febrero de 2010

LA CARTA. Parte cuarta



Primera parte Segunda parte Tercera parte

Sin embargo después de aquel comentario, el silencio del rostro de la madre, además del de su voz, no parecía augurar la misma opinión. Cuando Luis explicó aquella circunstancia por vez primera, sintió que algo se aliviaba en su interior, como si hubiera salido del meollo de una pesadilla. En poco tiempo, quizá en menos de una hora, pudo comprobar que fue una sensación injustificada. Cuando llegaron a casa, la cara de Laura Enciso deshizo la tensión que se acumulaba y se convirtió en tempestad o tormenta que puede llevarse por delante hasta los más sólidos muros de cualquier edificio. El niño entró de nuevo en la pesadilla.
— ¿Por qué te inventas mentiras? ¿Qué es eso de que te habían quitado la pelota? ¿Es que te crees que me puedes engañar?
No había posibilidad de contener aquel vendaval, o no supo cómo hacerlo. Con sus pocos años había entrado en una galerna que lo desarbolaba. De repente, ella desapareció de su vista, y pocos momentos después, reapareció con la pelota en la mano. De nuevo el rostro convertido en pedregal de lágrimas, a lo que había que añadir el impacto de su griterío sobre los oídos, y los colores de aquella pelota que le abofeteaban sus ojos atónitos…
— ¿¡Qué es esto, Luisito…!? ¿No es la misma pelota que llevabas en la mano y se te cayó, y fuiste a coger sin mirar a los dos lados de la calle como siempre te hemos enseñado papá y yo?
El ayudante del fiscal recordaba que en las crispadas manos de su madre, que nunca más le volvieron a acariciar con la misma calidez, a pesar de que lo intentaron muchas veces, estaba su pelota de colores. Por un momento, un frágil rayo de sensatez blanqueó sus ideas y pensó en preguntarle por qué razón la tenía ella, quién se la había dado, cómo había vuelto a casa. Intentó contar nuevamente la historia que acababa de relatar ante aquel semidesconocido, pero las palabras se espantaron al llegar al brocal de su boca, y comprendió que era inútil. Intuyó que lo importante era aportar pruebas, y no las tenía. Salvo que el mismo Eladio contase a su madre que todo era verdad, que efectivamente le había quitado la pelota y que se le había escapado justo cuando él bajaba por la calle, nadie le creería. Aunque en realidad a él, en ese preciso instante, y en el resto de los instantes de su existencia, le dio igual que el mundo creyera o no creyera su versión, únicamente necesitaba que le creyera su madre, y lo necesitaba del mismo modo que sus pulmones necesitaban el aire… Pero se dio cuenta que tal cosa era imposible.
Luisito comprendió a la perfección que en esas preguntas, lanzadas como flechas envenenadas, iba implícita su declaración de culpabilidad sin posibilidad de apelación ante ningún tribunal. Desde ese mismo momento, ante los ojos de su madre, se habían acabado todos los resquicios de duda. Su hijo había sido el principal causante de la muerte de su marido. Para su corazón moribundo de viuda inconsolable la mayor evidencia era que el hijo tratase de justificar su falta de atención.

Luis Prieto, mientras entornaba los ojos hacia la tarde que sobrevolaba los tejados, tuvo que reconocer que, a pesar de todo, su madre tampoco incidió mucho más en el tema, en ese asunto en concreto.
El verdadero calvario era la oquedad de los sonidos.
El silencio se enseñoreó de las tardes y las noches de aquella casa. La ausencia del padre se convirtió en una pesada losa que asfixiaba cada tictac del reloj de pared del salón de la infancia, normalmente el único sonido que se escuchaba en la amplia planicie de las tardes interminables.
Luis recordaba sin mucha precisión, pues a partir de aquella discusión todos los días fueron el mismo día monótono, lánguido y opresivo, que durante los primeros meses desde aquella alta hora del mediodía de luz dolorosa, no hubo excesivo cambio en la organización y ritmos de la vida familiar, salvo en que la tristeza de su madre se acentuaba con el movimiento de los minutos, como si a cada paso del reloj, que tejía el tiempo en la pared del salón, le aumentara en un gramo más la pesadumbre del alma. Pero sólo eran los hijos y ella misma quienes percibían este proceso. En realidad sólo era él quien notaba aquel dolor. Su hermano, Gabriel, nunca se enteró de nada, quizá porque era más pequeño y aunque sabía de la ausencia del padre, nunca lo vivió del mismo modo que Luis.
Las noches eran un manantial amargo y salitroso que se degustaba en exclusiva dentro de la casa. Los de fuera sólo veían el luto y cierto rictus de tristeza, por lo demás no sólo justificable, sino deseable en una viuda joven que en 1972 había perdido de modo tan repentino y horrible al marido. A la vista de cualquier juzgador de morales ajenas, doña Laura Enciso llevaba con entereza el duelo por el esposo muerto y con tiento la nueva situación en que quedaba el hogar con dos hijos tan pequeños.
Al menos en apariencia, los sistemas de protección que la sociedad se había dado a sí misma para casos similares funcionaron con corrección. Y no se pudo echar en cara a la burocracia ningún error, ni ningún retraso que originara contratiempos muy dañinos para la familia.
O así debió ser, pues por más que quisiera recordar otras circunstancias, a Luis Prieto Enciso no le quedaba noción de dificultades y apreturas excesivas. Claro que para poder afrontar mejor la situación, su hermano Gabriel pasaba los veranos en casa de los abuelos maternos, donde él nunca quiso ir, porque temía de un modo inexplicable que la soledad absoluta fuera el empujón definitivo que su madre no intentaría evitar. Tampoco les faltó nunca una ayuda extra que consistía, sobre todo, en comida que con frecuencia les llegaba desde la casa de los abuelos. La matanza se hizo parte indispensable de su dieta: el chorizo de la olla, un jamón, lomo, torreznos, resolvieron muchas meriendas y muchas cenas de su infancia.
Aunque sí recordaba, como pellizcos duraderos, pequeñas carencias, leves ausencias que descubría a medida que sus ojos se abrían como ventanas dubitativas al mundo. Notaba que sus camisas duraban más tiempo sobre su piel que las de sus amigos, se daba cuenta que en Reyes los regalos que a él le dejaban aquellos señores con barba se parecían mucho a las cosas que se usaban en la vida diaria y no a los jueguetes que recibían otros niños; observaba que las pastelerías eran locales vedados, como si su familia fuera la única que no dispusiera de un salvoconducto imprescindible para cruzar su puerta de entrada; sabía que su madre (escudada en la obligatoriedad de un luto que después de un par de años nadie le exigía) tenía menos ropa que el resto de las madres que él iba conociendo…

Después del primer güisqui se sintió con ánimos para desdoblar la carta. Al hacerlo comprobó que eran dos folios de letra abigarrada, y echó un vistazo al comienzo. A penas unos segundos para discernir los dos primeros párrafos de aquella carta escrita con la complicada caligrafía de Eladio.
Todos los ánimos se le vinieron abajo, y retornó a la cocina para recargar con otro par de cubitos de hielo el vaso al que volvió a servir una generosa cantidad de aquel güisqui de doce años que tenía reservado para los momentos muy especiales.
Delante de sí tenía las letras del verdadero artífice del dolor en su vida...
Al menos no había cambiado en exceso. Eladio Roquedal Torrequebrada seguía siendo un tipo duro y directo, sin compasión, siempre directo al grano, sobre todo si ir al grano implicaba quedar por encima de alguien, aunque las consecuencias fueran un daño irreparable. A pesar de los treinta y ocho años transcurridos seguía gozándose en el dolor generado, que había sido insoportable, aunque el mundo ni lo intuyera.

El padecimiento había sido una víctima esquiva al apetito voraz de la maledicencia vecinal. Fue una presa que supo camuflar su presencia a pesar de la cercanía de las fauces del carnicero. La gente que juzgaba no estaba con ellos durante la noche, cuando todos los fantasmas salían a arrastrar las cadenas que amenazaban con extinguir la piel del alma.
Sobre todo el alma de Laura Enciso, quien se había tornado insomne y además no pretendía luchar contra su falta de sueño. Es como si gozara en el sufrimiento. Él, Luis, acababa por dormir, quizá menos que la mayoría de sus compañeros de clase o que los niños de su edad, pero cada noche acababa rendido por el sueño que relajaba, no su ánimo, pero sí su cuerpo. En esta costumbre de dormir menos horas que la mayoría, con los años, estuvo parte del secreto que le permitió disponer de más horas que el resto de condiscípulos y por tanto obtener alguna ventaja (que a veces fue sustancial) a la hora de preparar exámenes, obtener buenas calificaciones y llegar antes a los momentos decisivos en que se jugó el futuro laboral. Sin embargo a sus nueve, diez u once años se le veía más demacrado que al resto de sus compañeros, como si la vida le hubiera obsequiado con un fardo más pesado que al resto.
Por el contrario, su madre era resistente, a pesar de la apariencia de fragilidad que regalaba a la vista. A los ojos de Luisito, su madre parecía dos personas. La madre aferrada al cuidado de sus hijos y que llevaba con dignidad su viudez trágica, ésa que el barrio y buena parte de la ciudad tardó en olvidar lustros, y la mujer sola, pero enamorada que había perdido el norte de su existencia. Esta última salía a pasear entre los muros de la casa oscura y silenciosa, cuando el resto de la ciudad dormía, cuando nadie con uso de razón podría acabar desgarrado por el sufrimiento tan atroz de una persona.
Aquellas lágrimas, aquellos suspiros, aquellos quejidos eran las cadenas de los fantasmas que se clavaban con crueldad en el oído de Luis, y que le hacían profundizar, cada día unos centímetros en la sensación de culpa que amenazaba con ser un carnívoro que le devoraría por completo. Era demasiado niño para que aquel sufrimiento materno no terminara por aplastarle. Y era demasiado fácil encontrar el camino empedrado que le conducía al abismo de este infierno: “Si no hubiera cruzado la carretera, mi padre no habría muerto… y todo por una pelota de colores”.
Era como una jaculatoria laica, como un cilicio invisible, como un flagelo nocturno con el que despiadadamente dormía cada noche, horas más tarde que lo que cualquier niño de su edad lo había hecho en la ciudad.

29 comentarios:

Mercedes Pinto dijo...

Creí que hoy Lisito iba a leer la carta, pero ya veo que no. Nos has descrito la triste situación que había perseguido a la familia desde el trágico accidente con gran habilidad: el dolor callado de Laura y su resentimiento hacia su hijo, el sentido de culpabilidad de Luis desde que era un niño, la actitud indiferente de su hermano... Estoy deseando saber qué le dice Eladio en esa carta, y si por fin Luis tendrá en sus manos una prueba de que no fue el causante de la muerte de su padre.
Siempre disfruto tus entradas, muchas gracias, Amango.
Hasta pronto.

Amando Carabias dijo...

Mercedes:
Pues para llegar a la carta nos queda, nos queda bastante.
Llegará, eso lo garantizo.
Es más, la historia (aunque no en su versión definitiva) está escrita, y de momento tiene quince partes.
Gabriel, era mucho más pequeño -tres o cuatro años- por tanto, no es que viviera con indiferencia la desgracia, sino que fue rescatado de la desgracia.
Puedo decir que se ha convertido en un relato extenso

Unknown dijo...

Qué lastre convivir con alguien cuya única ocupación es el reproche silencioso.
Hay niños que parecen viejos; los he visto.

Un abrazo señor imaginación inagotable.

Anónimo dijo...

Quince partes? Santo Dios! Estoy empezando a comprender lo que sentían aquellos que compraban novelas por entregas en los quioscos...

Nos armaremos de paciencia entonces.

Un abrazo, escritor.

Amando Carabias dijo...

Urbanoyhumano:
Yo no sé si conozco a alguno,porque estas cosas normalmente se llevan en silencio. Lo supongo en algunas personas y sí es doloroso.
Por eso ya se empieza a ver aquí, que Laura Enciso también intenta, hasta donde puede, no hacer más daño.
Luisito padece por esas dolorosas madrugadas de insomnio materno, pero aún no sabemos sl Laura Enciso conoce que su hijo sufre su llanto, su quejido.

Amando Carabias dijo...

AVATAR:
Cuando comencé los relatos por entregas, creo que éste es el décimo, incluyendo la serie de microrrelatos, comprendí lo mismo.

El formato internet, es lo que tiene. Si subes un relato de veinte páginas o de quince, por poner un número, de golpe casi nadie lo leerá, al menos en principio, o al menos en el formato blog al que estamos acostumbrados.
Más aún, esta fragmentación que hago de esta historia sobrepasa -y no poco- las dimensiones máximas a las que está habituado el seguidor de blogs.
He valorado para esta extensión el hecho de que el próximo post se pubuliará el lunes, por tanto hay tres días completos para su lectura. Si hubiera dividido el relato en el espacio habitual, el relato se iría a treinta y tantas entregas.
Y ahora os dejo a vosotros, atento a vuestras opiniones.

Flamenco Rojo dijo...

Supongo que a Luis no le gustará ni practicará ningún deporte que se juegue con una dichosa pelotita, ¿no? Se me antoja a Luisito de mayor jugando al ajedrez, haciendo natación o taichí…

Buen fin de semana.

Pd.- En Sevilla hace hoy un día de perros…frío, viento, lluvia…

catherine dijo...

De la existencia del hermano pequeño ni siquiera tenía el menor recuerdo. Para mí sòlo teníamos un encaramiento entre una madre y UN hijo.
No sólo sería Luis/Luisito(y es muy fuerte que Laura le llame Luis una sola vez) el responsable de la muerte de su padre sino que ahora la madre piensa que miente. La verdad la guarda el horrible de Eladio¿la confesa, después de 38 años en su carta, desdoblada pero no leída? Con el principio de relato por entradas lo sabremos en el último capítulo. ¿Y no será demasiado tarde para dar pruebas a Laura, la única a quien le importa?
Ya que no se publican relatos por entradas en los periódicos, en el mío desde algunos meses, es agradable tener uno en Internet.

Isolda Wagner dijo...

"El padecimiento había sido una víctima esquiva al apetito voraz de la maledicencia vecinal. Fue una presa que supo camuflar su presencia a pesar de la cercanía de las fauces del carnicero. La gente que juzgaba no estaba con ellos durante la noche, cuando todos los fantasmas salían a arrastrar las cadenas que amenazaban con extinguir la piel del alma."
Magnífica descripción, de lo que duele la injusticia. Y me remito al comentario de la tercera parte: no hay nada más execrable, que hacer dudar a un niño.
Y estas son las consecuencias y encima la dichosa carta, que según parece, le va a hundir aún más.

No quiero enfadarme, que a fin de cuentas todo es ficción. Te felicito, Amando eres un escritor estupendo.

Besos atribulados en la ficción; muy felices en realidad.

Catherine, sigo asombrada con tu nivel de español. Más besos

María A. dijo...

Por los derroteros que va este relato, empiezo a preguntarme cómo es posible que Luis Prieto Enciso haya sido capaz de llegar a ser ayudante de fiscal y por qué sólo le da al güisqui...
Abrazos africanos, aguados, muy aguados....

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo:
Pues a esta cuestión no le he dado respuesta. Lo cierto es que ni me la he planteado... Lo cual podría ser una idea... :)

Amando Carabias dijo...

Catherine:
El hermano se mencionó en la primera entrega, cuando Laura le grita:

"— ¡Luisito, Luisito, baja a por una hogaza de pan, que a tu hermano se le ha olvidado…! ¡Y date prisa que está a punto de llegar tu padre del trabajo!".

Así que si había un hermano, y encima algo más pequeño, no le podemos abandonar...
Pero será un secundario o personaje de reparto, como se dice ahora.
Más que pensar que miente, lo que piensa Laura es que esa mentira es la prueba de lo ocurrido.
En ese momento de la infancia es cuando Luis quiere que su madre le crea, probablemente después eso no importe.
A las otras preguntas prefiero no responder de momento, por no desvelar lo que irá viniendo.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Pero en este caso es al contrario. Se trata de que los de fuera no conocen el padecimiento que sucede en absoluto secreto durante la noche. Tan en secreto, que ni Laura sabe que Luis conoce su insomnio. Así pues, quienes normalmente son lenguas que se dedican a murmurar del prójimo, sólo suponían que Laura sacaba adelante con con dignidad y vestida de luto a dos niños.

Amando Carabias dijo...

María A:
Quizá esa pregunta, de todas la que me venís haciendo, sea la que antes empiece a tener respuesta.

¡Ay con el agüita por el sur! (ya Flamenco nos lo contaba)...

Alena.Collar dijo...

¿Quién le cuenta a la madre de Luisito esa "versión" para que ella la crea en vez de a su hijo, o qué tiene que esconder la madre para aferrarse a esa versión?...
¿Quién lanzó la pelota en "ese justo momento" a la carretera?...
Es lo que me pregunto...

Alena.Collar dijo...

Incluso más ¿quien quería cargarse a Luisito?...o al padre...

Amando Carabias dijo...

Alena Collar:
En realidad nadie le cuenta ninguna versión a Laura Enciso. Es una reacción lógica.
Se escribe en el tercer párrafo de este capítulo:

"De repente, ella [la madre] desapareció de su vista, y pocos momentos después, reapareció con la pelota en la mano."

En este momento madre e hijo han dejado al interlocutor que en el capítulo segundo, de forma casual, había hecho la pregunta y que provocó que Luisito contara su versión.

Desde el primer capítulo sabemos que fue Eladio quien lanzó la pelota desde el portal de su casa, cuando Luisito se acercaba a la panadería de doña Tesita.

Entonces, la pregunta que formulas en tu segundo comentario es la clave, la que se responderá al final. Y a esa le añadiría otra, ¿por qué tiene la pelota la madre?

Para responder a estas preguntas habrá que esperar un poco más, bueno, bastante más... Pero se sabrá.

maririu dijo...

Hay mujeres que son más esposas que madres, o más madre deun hijo que de otro y eso existía aún más cuando no se tenían los hijos deseados sino los que "dios te daba", si es que eso ya no existe. Y con la madre tienes los mayores complejos de tu vida sobre todo si eres varón.
En todo caso es seguro que aquí tenemos una esposa en mal de esposo aunque algun instinto materno le queda, o lo intenta.
La pelota y el pie, esta mañana, me aparecen como símbolos sexuales. Nunca lo había pensado.
Sevilla con tormenta mal de mucho consuelo de...
¡Qué invierno! larguísimo

de parte de Amando dijo...

Maririu
¡Qué razón tienes, este invierno parece que no termina nunca! Quizá haya sido menos crudo que el pasado, pero parece que está feliz entre nosotros.

¿El pie y la pelota símbolos sexuales...? Pues me dejas un tanto sorprendido. No es que no se puedan interpretar de ese modo, pues sólo faltaba, pero me resulta complicado hacerlo.

¿Laura Enciso era más esposa que madre? Creo que sí, creo que es una manera muy acertada de decirlo.

(Y después de tropecientos intentos, ¿podré publicar este comentario?)

maririu dijo...

ahora calmate Amando y ya sabes a tu disposición
pones "de parte de Amando" en nombre no en usuario y yo que tú
yo que tú limpiaría y sobre todo volvería a rellenar la identificación que debe estar gastada de tanto pincharla.

Evaasecas dijo...

Hay una sensación que te abruma cuando pierdes a tu compañero por un accidente o por lo que sea, pero lo pierdes para siempre, como le ocurre a doña Laura Enciso, y es que normalmente todo el mundo repite una y otra vez para intentar reconfortarte eso tan manido que es..."al menos te quedan tus hijos".
Yo me he cansado de oir a ciertas personas que los hijos son lo primero, incluso son más que el propio compañero, el padre de ellos. No se trata de una competición, no se trata de valorar más a unos que a otro. Simplemente se trata de que cuando te quedas sin tu compañero, cuando has de envejecer sola, por las noches piensas en que los niños crecerán, se marcharán, formarán su propia familia, y el compañero que elegiste no estará. No solo eso, los niños, a veces, en según que edad, "pasan" de sus padres, y hay que ser el poli bueno y el poli malo.
No justifico la actitud de la viuda, pero entiendo su llanto y su insomnio y su amargura.

Y yo también pensé que sabríamos al menos un poquito de la carta. Pero en este capítulo, me quedo con la figura de la madre, con los "errores" con su hijo, la vida no viene con libro de instrucciones, no hay reglas y cada uno hace lo que buenamente puede.

Una familia con un solo progenitor puede ser una familia bien estructurada, las carencias pueden promover otro tipo de cosas que le hacen salir adelante.

Siento todo el rollo... saludos a todos, feliz domingo.

Anónimo dijo...

Querido Amando. Lo dejo.
No creo que valga el esfuerzo todo este descrédito a mi persona y a lo que escribo -mal que bien-.

Han comentado con mi nick en unos quince blogs, de nuevo.

Que yo sepa, no he matado a nadie. Pero en fin.

Escribiré en mis cuadernos y en word.

Un fuerte abrazo.
Beatriz.

Amando Carabias dijo...

Maririu:
Seguidos tus consejos, veremos a ver si ahora se publica.
Y si se hace, te agradezco el esfuerzo y perdón por las molestias

Amando Carabias dijo...

Evaasecas
Tiene que ser muy duro, y tú lo sabes, criar dos hijos en las condiciones que dices.
Efectivamente no se trata de ninguna competición, ni nada por el estilo.
Es probable que en el caso concreto de Laura Enciso, se trate de lo repentino del golpe lo que impulsa a actuar de un modo tan complejo.
Cuando el duelo por la pérdida de un ser querido no se vive en condiciones, es decir culminando en la aceptación de la desaparición, por mucho que nos destroce la vida, las secuelas psicológicas que quedan son de mucho calado, y pueden acabar, incluso, en la enfermedad mental.

Amando Carabias dijo...

urbanoyhumano:
Ya he comprobado todo lo que dices. Y es cierto. De hecho he borrado un comentario del USURPADOR/A en el blog de la Esfera Cultural, en el poema que he publicado allí.
Haz lo que creas que debes hacer, ninguno somos nadie para aconsejarte.
Si te sirve, yo desde aquí me comprometo a borrar todos los comentarios de éste, si aparecen en este blog o en algún otro que tenga opción de hacerlo, o desenmascararle si es que doy con él/ella.
Es muy fácil: su perfil está en NO DISPONIBLE. Si tú te identificas de tal modo que acabemos en tu blog, como has hecho ahora, no tendrás tantos problemas.
PEro como bien dices en tu última entrada, para escribir con word tenemos... Es más, con un papel y un bolígrafo, también.
Un beso y muchos ánimos.

Marina Filgueira dijo...

Bueno- bueno: Me parace que Laura es una madre un poco fría, aunque no soy quien para judgar... para eso ya está luisito, que es el ayuadante del fiscal- y este si que puede echarle una mano en este lío de familia. El pobre Luis sigue atormentado por la merte desu padre, y la mdre luchando contra la tristez y la soledad, que son dos amias inseparables. Amando, más que bien este relato, se va desevolviendo este embrollo familiar. Un beso. Se feliz.

Marina Filgueira dijo...

perdón juzgar. Estos dedos...

Paloma Corrales dijo...

Me has atrapado, y con los ojos que ya pesan de sueño he leído las cuatro partes del tirón; me encanta la narración, el planteamiento de la carta para desencadenar todos los recuerdos que nos permiten conocer la tremenda historia de vida y tragedia que esclaviza a Luis Prieto con la culpa es magistral. Enhorabuena.

Volveré pronto, gracias.

Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Paloma Corrales:
Gracias por tus palabras. Y me agradan más estas palabras por lo que supone que las hayas escrito después de la lecura de corrido de cuatro partes, más que nada porque la narración se concibió como un todo continuo. Hablaremos del asunto al final del texto, en la parte décimo quinta. Me encantaría que puedas opinar lo mismo cuando avances en la lectura.