lunes, 28 de diciembre de 2009

LA BLANCA GALERÍA


Desde hace dos décadas, Conrado Escalante sólo existe para contemplar las idas y venidas vespertinas de Dorotea Dalmacio, viuda de Isidoro Froilán Garcinuño, ex-notario de Euritimia. El título de ex se lo confiere el hecho irreversible de haber finado hace tres lustros. Cuando esta mujer pasa por la acera, su vecino de enfrente piensa que el universo se ha de paralizar y rendirle pleitesía o, al menos, presentar armas en hierática posición de firmes.
Conrado desde hace dos décadas está enamorado, en silencio casi absoluto, de Dorotea. Durante cinco de estos veinte años, sintió terribles dolores de estómago por tal causa que desaparecieron de inmediato, tras el fallecimiento del ínclito notario.
— Eso era angustia, tío. Mejor dicho, la conciencia que le acusaba por tener pensamientos tan pecaminosos—, le diagnóstico con mucha seguridad su sobrino Lisardo García Escalante, hijo de su hermana Remedios (Remeditas en la familia), que había cursado bachillerato en el colegio de los Jesuitas y un par de cursos de veterinaria en Salamanca, por lo que se le suponía una sólida formación en tan elevadas cuestiones morales, y más cuando éstas tenían tan palpables consecuencias en forma de síntomas psicosomáticos.
Conrado pensó que su sobrino tenía razón, pues no en vano, ya antes de tan perentorio diagnósitico, se confesaba todas las semanas con don Abundio de tan ominoso pensamiento que ponía en peligro un sacrosanto matrimonio, amén de gastarse en la botica de don Prudencio una buena cantidad de duros en antiácidos, protectores gástricos, jarabes digestivos y otras pócimas cada vez más caras y más perniciosas, a deducir por los posibles efectos secundarios adversos que se leían en los prospectos que acompañaban como una inextricable novela de terror el envase donde le esperaba el veneno reparador.
Pero el día en que el lujoso féretro donde reposaban los restos de Isidoro Froilán Garcinuño, notario de Euritimia, abandonó su casa con tanta pompa y solemnidad camino del cementerio, donde un lujoso mausoleo le esperaba, repentinamente se evaporaron aquellos dolores, aquella acidez, aquella halitosis nauseabunda, aquel constante malestar que acrecía con tremendo vigor cada vez que la figura majestuosa y rotunda de doña Dorotea aparecía ante sus ojos, con la misma rotundidad y majestad con que las diosas griegas llenaban los frisos de los templos paganos.

La viuda del ex notario tenía la costumbre de salir a la calle hacia las seis o seis y cuarto de la tarde, y regresaba entre las nueve menos cuarto y nueve menos cinco de la noche. Invariablemente, día por día, excepto los días de Semana Santa y de Navidad, en que todas las costumbres del mundo enloquecen, según opina Conrado Escalante con encendido discurso presenciado y seguido siempre con suma atención por Carioco, su gato de angora, único ser vivo que le hace compañía día y noche. Después del óbito del ex notario, ex vecino, y, sobre todo, ex marido, se precisó, gracias a los resultados de las investigaciones encargadas a Lisardo, que su vecina acudía cada tarde a la cafetería-chocolatería Buen Gusto, un par de calles más abajo. Allí se reunía con un grupo de amigas, también honorables damas euritmitenses, y merendaban su chocolatito con un exquisito bizcocho elaborado en exclusiva por este establecimiento de tanta raigambre en la ciudad. Después de una hora y media, poco más o menos, de avivada tertulia que en ocasiones se acaloraba más de la cuenta, sobre todo cuando se hablaba de la perversión en los comportamientos de jovencitos y jovencitas que no ocultaban las muestras de libinidosa pasión amorosa, acudía a misa de ocho a la parroquia, tras lo cual, reconfortada y satisfecha de su papel en el mundo, regresaba a casa. Instante en que el universo, al menos el que forma parte de la Calle Angosta, debería detenerse, rendir pleitesía, etcétera...
Cuando Conrado, quizá un par de meses después, estuvo completamente seguro de que, a pesar del nuevo estado civil de su vecina, los hábitos de aquella mujer a quien adoraba en silencio permanecían invariables como el ritmo de los segundos, una tarde primaveral esperó acodado en el balcón a que ella regresase de su misa diaria y saludó con gesto cortés y caballeroso.
Este leve ademán se repitió durante unas semanas, hasta que otra tarde, muy próximo ya el verano, el vecino de la viuda se atrevió a hacerse el encontradizo con ella, mientras el viejo reloj de pared de su salón daba seis campanadas. A pesar de los años de vecindad, era la primera vez que se saludaban. Por honestidad con los lectores, habrá que precisar que ni se saludaron, pues el caballero enrojeció como un pimiento morrón y, salvo un inaudible buenas tardes, no acertó a que ningún sonido comprensible hiciera el recorrido habitual desde las cuerdas vocales hasta los labios extrañamente resecos y algo lívidos.
Justo una semana después, es decir el jueves posterior, se produjo otro encuentro: casual para doña Dorotea, no tanto para su vecino que, de más está decirlo, ninguno de los otros seis días de la semana había olvidado su saludo silencioso desde el balcón. Para la ocasión don Conrado había bebido un par de copas de vino moscatel que guardaba en casa como agasajo para cuando sus sobrinos acuden de visita, mayormente durante las fiestas navideñas.
No está muy claro del todo, pero parece ser que las propiedades milagrosas de tal líquido, obraron el prodigio de que don Conrado hilvanara tres frases seguidas, sin caer desmayado sobre el pavimento de la acera.
— Buenas tardes, doña Dorotea. Es un placer volverle a saludar. Mi único deseo es que usted sepa que el momento más maravilloso del día es cuando regresa después de oír misa.
Dorotea Dalmacio, viuda de Isidoro Froilán Garcinuño, y piadosa dama euritmitense donde las hubiera, se ruborizó levemente, como adolescente después de un piropo, y no dijo nada. Inclinó la cabeza, continuó su camino y ocultó una sonrisa y la alocada carrera de su corazón que parecía iba a salírsele del pecho. Aquella tarde estuvo, en la tertulia, silenciosa, y en misa, distraída.
A la mañana siguiente alguien llamó al timbre de don Conrado, pero antes de que éste tuviera tiempo de acercarse siquiera, ya habían colado un sobre lacrado por debajo de la puerta. Cuando lo abrió, impaciente como un niño el día de su cumpleaños, contempló una elegante y esmerada caligrafía que había escrito las siguientes palabras.
“Cuando esta tarde me vea entrar en casa, no se aleje mucho del balcón, aunque le ruego sea discreto en sus gestos. Pero, por Dios se lo pido, no vuelva a dirigirme la palabra en el tiempo que nos quede de vida”.
Desde entonces este es el momento del día que espera Conrado. Según se confiesa a sí mismo, pues ya no acude a don Abundio, es el instante de la jornada que le permite mantenerse con vida.
Cuando ella introduce el llavín en la cerradura de la puerta del portal, gira la cabeza hacia él en un movimiento que siempre le parece grácil y rotundo, similar al de las diosas paganas (es poco dado a la imaginación) y le sonríe dulcemente. Él, a continuación, apaga la luz del salón, pieza de la casa situada en la fachada, y, discretamente oculto tras la blanca galería, espera a que se encienda la lámpara el dormitorio de Dorotea.
Y durante unos minutos, que nunca se molestó ni se molesta en contar, puede decirse que es el hombre más dichoso del planeta.

26 comentarios:

María Eleonor Prado Mödinger dijo...

Narrativa de excepción, los detalles de los amorios sutiles están tan bien perfilados, la elegancia de la pluma sugiere una doble lectura para ensalsar aún más el cuadro romántico de la pieza, pieza (perdonándo la redundancia)única.....me cautivó.

Saludos cariñosos

Amando Carabias dijo...

María Eleonor:
Muchas gracias por tus palabras. Me alegra que te haya gustado.
Un beso.

Alena.Collar dijo...

Tiene una gran delicadeza este escrito. Una tersura y suavidad muy natural.
Discurre de modo que el lector/a visualiza perfectamente la estampa.
Me ha gustado mucho; es atrapar una vida en un relato.

maririu dijo...

-pues, chico, tu relato sabe a vidas apollilladas hasta que se vuelve o promete volverse erótico. Algo de Tristana tiene.
Los euritmenses y su adaptación a "la vida moderna" me asombran a cada vez.

Amando Carabias dijo...

Alena Collar
De alguna es lo que he pretendido. Aunque a veces es complicado (o me es complicado) poner una vida en poco más de un folio no es fácil.

Amando Carabias dijo...

maririu
Es que algunos procesos son un poco más lentos que otros. A pesar de todo en ciertas ciudades pertenecer o no a una determinada generación marca y marca mucho...
Si yo contara...
Euritmia no es Madrid, Barcelona...o París, te lo garantizo.
Seguiremos informando.

María A. dijo...

Ay, ay, ay, que no me da tiempo a leer...Desde Bangkok, aún con el estómago revuelto después de darnos un paseo por las calles donde se ven esas cosas de parte del turismo que aquí viene...
También hemos visto templos budistas, que son interesantes. La gente, muy amable y con la sonrisa permanente...Mañana toca mercado flotante... Abrazos asiáticos.

maririu dijo...

Amando, ¿si contaras o me cuentas?
María A ¿También en Bangkok vas con tus niños?

javier dijo...

Amando eres la leche, como rebuscador de nombres no tienes precio, me gusta cuando los utilizas en tus relatos sobre Euritmia porque además pienso que están en consonancia con el sabor de las calles del Corazón de esta Ciudad, y aunque este tipo de personajes vayan siendo especie en extinción está bien que queden imágenes escritas de ellos.

Isolda Wagner dijo...

Es como retroceder cincuenta años y ver de nuevo las magnífca películas Calle Mayor, o Nunca pasa nada.
Parece imposible redactar en tan pequeño espacio, toda una vida de esos personajes. Los nombres son tan afortunados...imagino al tal Conrado escalando hacia la galería. Y cómo ha de llamarse la autora de sus desvelos?: Dorotea, que acudía a misa de ocho, sin faltar un día.
Doy por hecho, que la narración que nos cuentas, es real o pudo serlo. Cualquiera de nosotros la percibe...
El ex notario, Don Isidoro Froilan, descansó en paz y el bueno de Don Conrado, consiguió los momentos de felicidad que seguramente no se atrevió antes, ni a soñar. ¡Para qué abundar con Don Abundio!

Excelente, Amando, para leerlo en la mesa camilla junto al brasero.

Besos de chocolatito caliente, que siempre sienta bien.

Anónimo dijo...

sí, que es cautivador el texto, y relajante y elegante, debería tomar nota yo..

Amando Carabias dijo...

María A.:
Si es lo que me imagino, además de revolver el estómago, debe producir un hondo dolor en el corazón.
Espero que nos puedas contar algo más agradable en los próximos días.

Amando Carabias dijo...

maririu
Si contara en general. En estas pequeñas ciudades todavía perviven personas que viven de modo similar, se ven curas que, aunque no usen sombrero de teja, llevan manteo, quizá ajado y algo triste.
Sobre otras cuestiones, digamos que son frutos de la imaginación del escribidor.

Amando Carabias dijo...

Javier:
Si piensas un poco, que yo sepa una autoescuela se llama Lisardo, conozco a más de un Conrado, Doroteas no son tan complicadas de encontrar, Froilán se acabará poniendo de moda e Isidoro, aunque es menos frecuente, tampoco es desconocido, por no hablar de Abundio, tan famoso en los chistes como Jaimito.
Muchas veces con los nombres se consigue delimitar muy bien la edad y la posición social de los protagonistas.
Es verdad que son una especie en extinción, pero todavía abundan, como acabo de decir.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
¡Qué buen juego de palabras con tu comentario!
Muchas gracias por tus palabras.
Como te prometí, creo que he cambiado el paso
Esas dos películas que citas, sobre todo Calle Mayor, me encantaron en su moemnto. De alguna manera ha sido volver a los sesenta o a los cincuenta.
Un relato costumbrista si queréis, pero de vez en cuando me gusta volver a este registro en el que no estoy incómdo.

Amando Carabias dijo...

jordim:
No sé si merezco tantos piropos.
Y no estoy seguro de que esos mismos calificativos no se puedan aplicar a tus textos.

catherine dijo...

Elegante, con personajes en vìa de extinciòn, con horarios de merienda y misa estrictos, con pòcimas y jarabes y sus efectos secundarios, con el exvecino-exnotario-exmarido en su mausoleo,etc etc... tu relato me dio una buena risa, por supuesto por todos los etcéteras de la vida en provincia en los años? en qué años, màs o menos pròximos? No logro acabar de reirme.

Amando Carabias dijo...

Catherine
Supongo que después de pasada la risa habrás descubierto que evoco una España aún no extinta del todo, que vivió sus épocas gloriosas allá a finales de los sesenta. De todos modos los personajes, que parece que no existen, se mueven entre nosotros.
(Si se leen entre líneas noticias de estos días, del domingo por ejemplo, uno se da cuenta de que por mucho que se pida la limosna SMS, los tiempos no han cambiado)

Amando Carabias dijo...

Mientras me pongo a la tarea, para la entrada que aparecerá en las próximas horas, quiero dejar constancia aquí, en público, de la maravillosa mañana, a pesar de la pertinaz lluvia, que me han hecho disfrutar Flamenco Rojo y el resto de su familia.

Amando Carabias dijo...

También quiero aprovechar para dejar constancia de que una de las seguidoras de este blog Marian Raméntol Serratosa y habitual comentarista de Pavesas y cenizas ha sido galardonada con el primer premio en el concurso de poesía Vicente Núñez que organiza cada año la Diputación Provincial de Córdoba.
Desde aquí mi más cordial enhorabuena.

Flamenco Rojo dijo...

Ha sido un placer el haberte conocido en persona, así como a Marián, a Susana y a Javier…Por cierto, estos son nombres del siglo XXI…mira que te gusta rebuscar nombres como dice Javier.

Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo
Pues anda que Amando es muy actual... Y bien orgulloso que estoy, eh?
Yo diría que más que nombres del siglo XXI los son del XX. Los del XXI están por ver.
Y ahora analicemos:
salvo Lisardo (por cierto un comentarista de ciertos blogs amigos todavía va a entrar aquí a sacarnos los colores), tampoco son tan raros. Isidoro, patrono de Sevilla, por ejemplo. Froilán nombre del patrón de Lugo y del hijo mayor de la Infanta Elena, Conrado (un profesor de filosofía que todavía me saluda por la calle), Dorotea... Siempre hay una señora Dorotea en todos los sitios, ¿no?

Isolda Wagner dijo...

Una vez os dije que tenía muchos nombres y el último es Dorotea. Llevaré la prueba a Sevilla. ¡a qué no lo imaginabais? Rarezas de familia...
Besos llenos de nombres que os sugieran cosas bonitas.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Si es que nadie me cree, menos mal que siempre hay alguien que viene a confirmar lo que digo..

Fernando dijo...

Tu relato me deja un sabor a ese pasado que puede verse en esos viejos retratos que llegan a nuestras manos dsepués de haberse liquidado la testamentaría de una lejana pariente. Me evoca taqmbién, no sé por qué, la situación de soledad de aquellas señoritas de principio del siglo pasado que se refugiaban en un pobre hostal de algún pueblo de la momtaña para aufrir en silencio sus últimos días para que nadie pudiera enterarse de que habían contraído la tuberculosis.
Tu relato me parece excelente, como observo en todo tu trabajo. Feliz año 2010 para ti y los tuyos. Un cordial saludo.

Amando Carabias dijo...

Fernando:
Agradezco la valoración que realizas de mi trabajo. Este aire de antaño que destila este relato, es el aire que aún se respira en ciertos estratos de ciertas ciudades o pueblos.
También para ti y los tuyos los mejores deseos para este 2010, y que sigamos visitándonos mutuamente en nuestros respectivos rincones.