martes, 13 de octubre de 2009

ELOGIO DE LA PALABRA: EL IDIOMA, TRADICIÓN Y MODERNIDAD

Imagen tomada de Internet. Google Images

¿Con qué herramientas trabaja el escritor?
No me refiero a los trebejos con los que concreta su actividad. No hablo ahora de escritura amanuense o mecanográfica o informática. Pienso en algo más básico y que aúna a cuantos escriben. Me refiero, en fin, a la palabra.
Pudiera ocurrir que ni siquiera sea la palabra la materia prima de esta actividad que nunca nos satisface. Quizá fuera más cabal hablar de ideas, sentimientos, psicologías, argumentos, pero emprenderíamos un viaje demasiado largo y abisal, porque se reflexionaría, no sobre la tarea específica del escritor, sino sobre la de todo creador. Al fin y al cabo, los artistas plasman con los útiles propios de su arte las convicciones, dudas, sueños, deseos, frustraciones…, la vida que le circunda o la que bulle en su entraña más inaccesible. Quedémonos, por hoy al menos, en que la palabra es materia prima con que el escritor laborea el surco cotidiano de una tarea cuyo fruto pocas veces está en sus manos.
Uno no se imagina a ningún profesional inexperto en las destrezas básicas del manejo de los adminículos de su actividad. Se me ocurren multitud de ejemplos que nos ruborizarían. Supongamos un taxista ignorante del código de la circulación o de la misión de los pedales del freno, el embrague y el acelerador; pensemos en un fontanero que desconozca el funcionamiento del soplete o el uso de la estopa; imaginemos un albañil que escrute la llana o la plomada como si debiera activar el panel de control de una nave espacial; o un cirujano que temblase a la hora de tomar el bisturí en la mano…
En pura consecuencia, lo mínimo exigible a un escritor es que conozca las palabras de su idioma con cierta profundidad y amplitud. Un escritor (como cualquier profesional en el desempeño de su oficio) no debe limitar el uso del idioma al habitual manejo cotidiano. Bajo mi humilde percepción, el registro idiomático de quien utiliza las palabras como si fueran arcilla con la que el alfarero moldea sus piezas, ha de ser más variado y amplio que el del común de los hablantes.
Una de las críticas que más me sorprenden cuando la escucho o la leo (no pocas veces) es que tal o cual escritor utilizan un lenguaje rebuscado y difícil para los lectores.

Es verdad que el abuso de términos cuyo conocimiento es infrecuente o ha caído en desgracia genera la huida masiva de los lectores. También es cierto que, probablemente, el consejo más sabio sobre el método para escribir, lo dio Miguel de Cervantes cuando en el prólogo de la primera parte del Quijote sentenció: “Escribe como hablas”. Y ya metidos en la harina de dichos, sentencias, refranes y consejas, podríamos traer a colación el famosísimo aserto de Baltasar Gracián: Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Aun suscribiendo lo anterior, siempre me ha parecido que en el quehacer del escritor debería existir una faceta, no pequeña, que tiene que ver con la conservación del tesoro transmitido por nuestros predecesores.
El idioma (no sólo el léxico) es un monumento similar al legado arquitectónico, pictórico, escultórico o musical que nos enorgullece y al que defendemos incluso con leyes penales que castigan a quienes atentan contra el patrimonio histórico-artístico, cualquiera que sea su índole.
El idioma también es una criatura viva y esta circunstancia pareciera que lo transforma en menos venerable que nuestros monumentos, cuadros, esculturas… Que se sepa, al menos yo lo ignoro, ninguna normativa penaliza su mal uso. Lo que vulgarmente se califica como dar patadas al diccionario, a veces parece chistoso, si se me apura se enarbola como seña de contemporaneidad.
Pero más que el uso indebido, me preocupa el desuso, el empobrecimiento, lo paupérrimo de la expresión escrita.
Desde aquí defiendo la excarcelación de centenares de palabras. No cometieron delito, ¿por qué, entonces, se les priva de libertad? Sería menester una vastísima ley de amnistía para palabras enclaustradas en un eremitorio que les fuerza al mayor suplicio para las voces: el silencio. Si pudieran ellas por sus medios, saldrían ufanas de las páginas de los diccionarios donde permanecen hacinadas e inactivas para incrementar el vigor de nuestra musculatura idiomática.
Es verdad que en estos umbríos vasares de palabras aparece con relativa frecuencia la abreviatura ‘desus.’, es decir, desusado. Tanto no reclamo, pues con tal reivindicación es como si pretendiera que el retrato del tatarabuelo bajase del lienzo para ver a nuestro lado el último partido de fútbol. Pero sin llegar a tales extremos (aunque, ¿por qué no en los casos en que se den circunstancias favorables?), creo que es misión del quehacer del escritor resucitar palabras que quizá nunca se debieron perder.
Es malo para la comprensión lectora abrir muchas veces esos museos de palabras durante la lectura del mismo libro. Probablemente sea una razón suficiente para que ese volumen no se acabe nunca. Pero también es perverso, e igual de contraproducente, pensar que, porque el diccionario se consulte de vez en cuando, el escritor que nos obliga a semejante esfuerzo es artificioso, rebuscado e ilegible, y no se pondere, en cambio, su afán por incrementar la riqueza de un vocabulario tan exuberante como el nuestro, o lo que es lo mismo, la búsqueda de precisión en la expresión de las ideas.

19 comentarios:

Chapuza dijo...

Estoy muy de acuerdo con lo que dices, Amando, creo que hay que rescatar las palabras antes de que se hundan en el abismo del desuso. Y estoy aún más de acuerdo con lo que aclaras al final de tu texto: en aras de la precisión, porque ese debe ser el objetivo fundamental.

Por otro lado, si el escritor quiere conectar con su época, no debe cerrarse a la evolución. Mientras la lengua en el medio rural suele estancarse, en el medio urbano reacciona rápidamente ante los cambios sociales. Surgen dialectos tribales que a veces pueden molestar, pero que también contribuyen a renovar el idioma.

Saludos.

Amando Carabias dijo...

Chapuza:
Sin embargo, hay que tener una cierta paciencia con estos 'dialectos tribales', como bien los defines. Algunas veces (muchas diría yo), más que servir para la renovación del idioma, son una especie de disfraz o uniforme con los que se revisten estas 'tribus urbanas' que simplemente sirven para identificarse como miembros del mismo clan. Así, más que renovar lo que hacen es complicar la comunicación. Muchas veces estos vocablos desaparecen por sí solos. Únicamente en función de la importancia y duración de estos grupos algunas, varias o muchas de sus palabras que nacieron de una jerga pasan al caudal común. Y la historia del idioma deja muestras de ello constantemente. Algunas veces uno se sorprende del modo en que nacieron algunos términos que hoy son de uso más o menos habitual.
Con esta matización estoy en general de acuerdo con lo que dices, ya que a la postre la lengua es un modo de reflejar la vida y, en parte, la tarea del escritor es esa.

Saludos.

Flamenco Rojo dijo...

Todos los elogios del mundo para la palabra, vale… ¿y para los silencios? A veces un silencio dice más que mil palabras, o incluso una caricia, una melodía, un aroma, una mirada…Tenemos los seres hubanos infinidad de formas para expresarnos y el problema es que la mayoría las usamos de la peor manera…yo el primero.

Buen día tengan vuestras mercedes.

Amando Carabias dijo...

Pepe Gonce:
El problema es que para escribir sobre el silencio (pues de escritores hablamos), también son necesarias las palabras.
En la vida cotidiana los silencios se interpretan con más o menos facilidad, en función de la cercanía muchas veces. Y es verdad que en la vida cotidiana muchas veces una imagen vale más que mil palabras... Casi siempre.

Anónimo dijo...

Tu vocabulario es rico. Sabes explotar esa materia prima. A veces me sonrojo porque soy consciente de que dejo perder -olvidar- palabras. Hablar varios idiomas, es mi caso, no puede ser escusa. Quizás la pereza de no levantarse a consultar el diccionario. Leer sin la atención necesaria. Escribir precipitadamente.
Esto lo padece fundamentalmente el lenguaje verbal que se reduce a cuatro frases.

Amando Carabias dijo...

Neuroscopetrix:
Sabes que en el fondo envidio la posibilidad de hablar varios idiomas...
Y respecto de los diccionarios
ni siquiera hace falta levantarse, al menos para una consulta puntual. Si es algo un poco más complejo, quizá, pero bueno...
http://rae.es es el diccionario online de la Real Academia, y hay otros.

Anónimo dijo...

Me gusta para consultas puntuales. Pero preferiría usar más a menudo el impreso ¿Conoces el juego del diccionario?

Anónimo dijo...

http://neuroscopetrix.blogspot.com/2009/10/el-juego-del-diccionario.html

Marian Raméntol dijo...

Mucha razón llevas, Amando, la palabra, su textura, y la sagacidad del escritor para moldearla, no deberían caer en desuso,si no al contrario, fomentarse, aunque ello conlleve por parte del lector,un pequeño esfuerzo semántico.

Un abrazo
Marian

Amando Carabias dijo...

Neuroscopetrix
Pues no, no conocía el juego y me parece atractivo.
Si alguien quiere más información aquí se puede leer esa entrada tan sugestiva.
CAZCALEAR

Amando Carabias dijo...

Marian Ramentol:
Sólo a una poeta como tú se le puede ocurrir hablar de las texturas de las palabras. Eso es algo fundamental para el escritor, sobre todo cuando de poesía se trata. El cuenco en el que se guardan los significados de las ideas, o sea las palabras, también tienen su peso, su densidad, su longitud, su hondura, su anchura... En fin ese tacto que a veces es rugoso y otras es satinado.
Me parece que uno de los problemas es la prisa. Tenemos excesiva prisa por acabar todo, incluso lo que no hemos empezado.

María A. dijo...

Elogio de la palabra… Los que nos dedicamos a este oficio de enseñar y aprender, ¿qué haríamos sin ella? ¿Cómo podríamos sobrevivir? Es verdad que eso que llaman Nuevas Tecnologías, y de las que tanto se abusa ahora en las aulas, se han convertido en un buen instrumento de ayuda en nuestra tarea cotidiana. También en una enorme barrera… Pero siguen siendo las palabras, habladas o escritas, también gestuales, nuestras grandes aliadas y amigas imprescindibles. Y en el medio en el que yo me encuentro, con mi alumnado que, mayoritariamente es de lengua materna no española, esto adquiere una dimensión aún mayor. Un centro español en el extranjero, tiene como primer objetivo la difusión de nuestra lengua y cultura. Es verdad que tenemos otras metas, no menos importantes: preparar a estos chicos/as para el ejercicio de una profesión, que también es fundamental, aquí. Pero estamos bajo el paragüas de la difusión del español y lo español… Y nuestros chicos/as vienen por las dos cosas: aprender el español y cualificarse profesionalmente. ¿Qué saben de español? Poco, muy poco… El 40 % apenas son capaces de comprender una frase, o de balbucear unas palabras… Y todo lo explicamos en español… Por la responsabilidad que tengo, en las 6 semanas de clase que llevamos, he dedicado muchas horas diarias a atender sus angustias, calmar sus ansiedades y animarles a continuar en el empeño. “Profe, es que yo no puedo seguir la clase, yo abandono” “Jefa, esto es mucho más difícil de lo que yo imaginaba” me balbucean en medio español, árabe, francés, reiteradamente… Y yo, que no soy profesora de Lengua, ni especialista en Filología alguna, ahí estoy, “inventando” las mil y una razones por las que merece la pena intentarlo. Organizando actividades complementarias para ayudarles a superar esa cima que consideran más elevada que el Everest. Todo nos vale: teatro –ayer empezamos-; talleres de apoyo lingüístico –han comenzado esta tarde-. Taller de redacción, ya en marcha. Rap y música moderna –empezamos mañana-… El próximo trimestre serán los talleres de lectura y de poesía… Esto para todo el centro. En las clases de profe: de 16 alumnos/as de un grupo, 4 no hablaban ni entendían casi nada. Lo que más resultado me da al inicio: el juego de las palabras y sus significados. Es un juego medio inventado. Pronuncio reiteradamente, repiten. Hacemos escenificaciones, mimo, lenguaje gestual… “Ah, si la célula es “jalauaahi”… Y así vamos. Los ojos, siempre miro sus ojos… se iluminan cuando descubren el significado de las palabras. Y las repiten…. Y ¡se sienten tan contentos! Aouicha, hoy ya no llora porque no es capaz de comunicarse en español, como hacía los primeros días… ya sonríe y levanta la mano reiteradamente para decirnos en “su español” qué significa o qué ha entendido de lo que acabamos de explicar…
Pero no estamos solos, tenemos nuestros grandes cómplices y aliados: los diccionarios. Son mis cómplices, ahora… Más tarde serán los libros… las palabras… Hacia el mes de mayo, tengo que explicar uno de los temas más bonitos y complicados para mí: el relacionado con la asistencia al paciente terminal y los cuidados post-mortem. Yo no sé cómo explicarlo si no es con el maravilloso cuento de Delibes: “La mortaja”. Lleva muchos años siendo mi ayudante de clase.
¿Qué podría yo hacer sin las palabras? Nada. Como para ti, escribidor, son mi instrumento de trabajo. El que más amo y procuro cuidar. “no se escribe abuja… es aguja…” Eso lo he dicho tantas veces en mi querida Andalucía…. Aquí mi pelea es con los artículos: “¿Cómo que almohada, profe? Al es el artículo, por tanto debería decirse Mohada”. Tienen algo de razón, su razón….
Cuando llegue Junio, sé que la mayoría habrán conseguido lo que pretendían en septiembre, estoy segura...
Ay, perdón por el rollo, pero es que esto forma parte de mi trabajo. ¿Trabajo? Eso dicen…Abrazos africanos.

Amando Carabias dijo...

María A.:
¿Y ahora qué digo yo?
Quizá, como decía Pepe esta mañana, silencio, mucho silencio y meditación, para que lo que has contado brille con luz propia.
Con gente como tú nuestra lengua también está en buenas manos.

Flamenco Rojo dijo...

María A. Tus alumnos como terminan ¿hablando castellano o andalú? o ¿una mezcla de los dos?

Un abrazo trianero.

javier dijo...

Amando, ya sabes, porque en más de una ocasión te lo comenté, que solía leer tus cuentos de Navidad y tus libros con un diccionario al lado, sobre todo para saber el significado de muchos de los adjetivos que empleabas en las descripciones de personajes, situaciones, paisajes,... A mi nunca me ha desagradado tener que tirar de diccionario. La palabra cazcalear, que antes has mencionado en uno de tus comentarios y que tan buen juego dió en una entrada de hace unos meses, yo no la habría conocido y mucho menos la habría utilizado si tu no la sacas en aquella ocasión. Cuantas palabras se habrán perdido y cuantas se perderán por no darles la oportunidad o no considerar quienes teneis conocimiento de ellas de que es el momento de saltar del banquillo al campo a batallar con los lectores.

Amando Carabias dijo...

Pepe Gonce
Yo diría que en entusiasmo.

Amando Carabias dijo...

Javier
Muy buena la comparación. Si es que tienes razón, hay que dar juego a la cantera, que para eso la tenemos, y dejarnos de tanto contratar a jugadores extranjeros, salvo aquellos que realmente vayan a aportarnos algo.
¿De qué hablábamos...?
;)

María A. dijo...

Amando, Pepe Gonce, ¿Cómo os lo explico? Hoy, una habla en algecireño, que es como el habla de Cádiz, pero menos inteligible. Otra, malagueño puro. El resto: tres en perfecto castellano, castellano, como si fueran habitantes de Euritmia,vamos... Otra, en madrileño castizo, que para eso vivió 3 años en Madrid. Eso sí, con algo de cheli...ya le he dicho que no somos "tronco" o "tronca"...y que no se dice "guay"...Los demás, COMO PUEDEN, pero ya van soltándose... Eso sí, pronunciar la P, ni al final del proceso... "La bena que me da brofe, que acabe el curso" Y la E la confunden con la I... Los artículos definidos les dan muchos problemas.
No, el acento andaluz no suelen pillarlo, es curioso... Eso sí, a final de curso siempre me sorprenden imitando mi LL,castellana,dicendo "La lluvia en Sevilla es una maravilla, castellana". Y algunos cursos, castellano,no no lo hablan, pero podrían pasar un examen de gallego...por los profesores que les dan clase. Y alguno hay que habla catalán...Multilingüismo,vamos. Abrazos africanos.

Amando Carabias dijo...

María A.:
O sea que a Forges lo entenderán de fábula... Quiero decir a su Mariano con unas copitas.