domingo, 16 de agosto de 2009

LANA, LA PERRILLA


La palabra de cada día 2005.
El camino que serpea.
Abril.

Lana, la perrilla pastor alemán de los vecinos del tercero, crece muy deprisa. Su historia es como un relato de Dickens, o de Chejov. Yo diría que del inglés.
Por lo que me contó Mª José fue su hijo Javier el que volviendo a casa, un anochecer de los más fríos del mes de febrero —por tanto un día muy, muy frío—, oyó un gemido que procedía del interior de un contenedor de basura. Como si el lugar destinado a nuestros desperdicios, que no deja de ser el cementerio doméstico de nuestra vida, se hubiera convertido, además, en un campo de concentración. Vaya usted a saber lo que se le pasó por la mente al chaval, el caso es que abrió la tapa verde del contenedor y allí descubrió una especie de negra bola palpitante que gemía. Sin pensarlo, la recogió y la subió a su casa. En la casa de Mª José, tienen otra perra —Indiana, un chucho de raza indescifrable, pero pacífico como una torta de nata— y una gata. Por lo que se ve, les van las hembras, quizá para compensar que ella tuvo dos hijos. El caso es que se quedaron con ella. Mª José la está criando, como se crían a los bebés, y los resultados en forma de crecimiento, ladridos de felicidad y continuos brincos alegres y vitales saltan a la vista. Los desvelos de mi vecina dan sus frutos. Quizá, con el tiempo Lana se haga buena amiga del perro, también pastor alemán, que tienen los búlgaros que viven en el bajo.

Pero eso es otra historia que quizá corresponda a otro género literario…

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizás, al leer la reflexión que expones sobre la nueva vida del alegre perro, todos nos podemos ver reflejados en algún momento de nuestra vida, la oscuridad de ese contenedor de basura, es fiel reflejo de la cruda realidad que nos sumerge este dificil mundo que se nos presenta a diario.

Suerte el tener algún vecino cerca que nos abra esa tapadera a la alegría y nos haga la vida un poco más fácil.

Quien lo tenga, que le de gracias a la vida.

Alena.Collar. dijo...

Yo recogí a mi perro de ANAA, la residencia de animales oficial, en Madrid.
Iba buscando un perro tranquilo, había visto ya cuatro o cinco, sin que hubiera ese "chispazo" que yo buscaba, cuando lo ví a él.
Estaba echadito, recostado, y claro, no me di cuenta; pregunté por "ese tan bonito, blanco", y cuando me estaba diciendo la cuidadora lo que le pasaba, "es cojito", ya venía él con sus tres patitas, moviendo el rabo.
Me echó la pata y me lamió.
-Es que es cojo...
-Yo también.

Nos miramos, y fue amor a primera vista.
Sus ojitos me pidieron :

Llévame contigo...seré muy bueno.

Me lo traje, claro. Cuando estaba firmando la adopción, me contó Irene la cuidadora, que no me lo había querido decir, pero ya no ofrecía al perro, porque dos veces le contestaron:
-No, este no, que es cojo.

Y las dos veces pasó dos días sin querer comer, echadito en su cuna, triste.

Ahora tiene una camita calentita en invierno, y yo tengo un Amigo estupendo.

Un perro recogido es cien veces más agradecido que uno que se compra. Si recoges un perro abandonado, lo salvas de la tristeza.
Perdón por la extensión.

Gaspard dijo...

Piden tan poco y dan tanto. Que se lo pregunten a Ana Sergeyevna y Gurov.
Anoche, volviendo en coche, vi a la altura de la playa de Bidart un collie en el borde de la carretera, con cara aterrorizada. Supongo que lo abandonarían, y si otro coche o una moto no se lo ha llevado por delante a estas horas, tiene suerte.

Isolda Wagner dijo...

Que la naturaleza es sabia, todos lo sabeis. Un día os dije que hablaría de los perros y gatos que han habitado esta casa.
Hoy es un buen día y va por tí Alena,
Sucedió una noche. Desde el salón, nos parecía oír algo en la puerta. Al rato una especie de arañazo y por fin un maullido latsimero y potente. Al abrir, me encuentro con la mamá gata, llevando en su boca el gatito recién necido (probablemente, tenía ya una semana) que entra como Pedro por su casa y me coloca delicadamente al pequeñín en un rincón de la alfombra de la entrada Yo, sin dar crédito aún, veo como la gata emprende camino de vuelta y se marcha por donde había venido.
Mis hijas cogen al gatito y ven que le falta una patita; yo tiro escaleras abajo, para averiguar dónde está la madre. La encuentro cerca de la casa con cuatro más de la camada, ávidos por mamar y ella me mira tranquila como diciéndome: ¿lo entiendes ahora? -no puedo con todos, el pequeñin necesita de tus cuidados-
Así que subo a casa con la lágrima a punto de caer y les cuento lo que he visto.
Nos ocupamos de la intendencia, le preparamos un biberón y a dormir felices y emocionados.
A la mañana siguiente, a la hora que sonaba el despertador, mamá gata maúlla en la puerta, abrimos y como en la noche anterior, se dirije derechita a por el minino y se lo lleva nuevamente colgado del pescuezo.
Pues aunque os parezca un cuento, lo repitió día tras día, a la hora exacta, hasta que consideró que el gatito estaba en condiciones de competir con sus hermanos frente a la vida.
De perros, hablo otro día.
Besos ronroneantes para todos.

Flamenco Rojo dijo...

Entrañables las historias que contáis. En esta época del año se ven desasiados animales domésticos abandonados por dueños desaprensivos e insensibles.

Un abrazo.

Ferran dijo...

Caramba, Isolda, "Sucedió una noche"...La gata debía de ser C. Gable...Una historia emocionante que demuestra la extraña inteligencia o la intelgencia normalísima de los animales. ¡Pues claro que venía a darte la gatita para que la alimentaras y se la llevaba al día siguiente...! Es lo lógico ¿no?

Yo recogí a una perra abandonada en la puerta del Instituto donde daba clases por entonces. La vi, primero, bien, al lado de una lobaza mansísima pero con buena presencia. Luego, el conserje me llevó a mirarla: estaba con una pata rota, temblando, sin aceptar la comida que le daban unos alumnos. La metí en un cuarto hasta que dio la hora de salir y la llevé a casa en brazos desde donde me dejó una compañera. Cuando nos acercábamos a casa, dejó de temblar y me lamió la mejilla, cuidadosamente. Cuando Carmen abrió la puerta, la perra la miró, expectante. Carmen estaba viendo visiones, me soltó: "On vas amb això?"...Y se ablandó enseguida, como buena dueña de perros de toda la vida. La llevamos a la cocina´, se hinchó a comer y a beber y se quedó dormida. Yo volví al Instituto por la tarde. Carmen estaba en el salón, leyendo, y oyó ese típico ruido de pisadas de perro. Dolça (ya se llamaba así) se tumbó a su lado y volvió a dormirse y Carmen se sentó en el suelo, para que notara el contacto tranquilizador de un cuerpo humano. pasó once años con nosotros, incluyendo la agonía de una noche de espanto, presa de un coma diabético, antes de que pudiéramos sacrificarla. Se pasó la noche despidiéndose de todos los rincones de la casa, pidiéndome que la subiera a los sofás, quedándose agotada en la terraza. No lo sabíamos, pero estaba ciega y los riñones se le habían parado. Creo que no ha pasado ni un solo día, desde aquel abril de 1992, sin que nos hayamos acordado de ella. Dejamos de ser una familia para volver a ser una pareja.

catherine dijo...

Mi hijo queria amaestrar un perro para busquedas en avalanchas. Ya teniamos un viejo bastardo encontrado por un cartel en la carneceria(!), en casa desde 13 anos. Un dia mi hijo volvio con un pastor aleman de seis meses: "me lo ofrecieron amigos de Ugur,un turco que conoci en Les Deux Alpes, que hace kebabs. Se llama Sultan". El secreto es que este magnifico perro tenia el problema de muchos pastores alemanes en la cadera, asi que no podia obtener su calificacion en busquedas, que asi no tenia ninguna valor comercial. Sus maestros anteriores no le habian vacunado, no se podia acariciarle. Habia destruido un sofa, las paredes, las puertas. Tenian miedo de él, no le cuidaban mucho y no le habian ensenado nada. El veterinario a quien le conduje le vacuno y me dijo de acariciarle y de cesar cuando se volvia con la boca llena de dientes y de volver a consultarle dentro de quince dias; con seis meses ya es dificil cambiar el comportamiento de un perro. También mi hijo le condujo a clases de adriestamiento para que obedezca, porque son perros con mucha fuerza.
El cuento de Sultan acaba bien. Adooora caricias, puede vivir en un piso o una casa, dormir todo el dia o ir a trabajar con su maestro en una obra en la montana, quedarse conmigo, con mi hijo o con mi hermana. Para resumir, se adapta a todo y es un buen companero para todos.
El cuento del gatito de Isolda es increible y encantador. Mi vecino da de comer a un gato de tres patas que vive en el bosque desde hace anos y a muchos otros. Un gatito negro suyo viene a visitarnos màs y màs ahora que Sultan se fue de vacaciones antes de nosotros.
Qué cada uno que lo necesita encuentra a quien le ayuda! y hablo aun màs de los humanos que de los animales.
Un beso para el escribidor viajero
que nos cuenta historias de animales tan bonitas.

Amando Carabias dijo...

Amigos ¡qué historias!
Me quedo con todas, en serio, en el corazón y en la mente, están llenas de ternura y de emoción y demuestran una sensibilidad especial, pero sobre todo, a mi modo de ver, un gran amor a la vida, a no cerrarse a ella.
Y vienen a demostrar, además, que en esta vida todos tenemos un hueco, los altos y los bajos, los guapos y los feos, los gordos y los flacos, los sanos y los enfermos... Y cuando encontramos ese sitio, o algún corazón nos prepara su acomdo, llegamos a algo parecido a la felicidad o algo que se le asemeja.

Ferran dijo...

Anna Sergueievna...deberíamos pensar en esos personajes literarios que quizás han sido nuestro primer, segundo, tercer o cuartos amores... La dama del perrito, en mi caso, no. La primera fue Axínia, de EL DON APACIBLE. La última, Marie Arnoux (Madame Bovary me cae fatal). Oscar Wilde dijo que uno de las grandes tragedias de su vida era la muerte de un personaje literario (no recuerdo cuál). Quizás a los quince o dieciséis, leyendo a Shólojov (por cierto, lo han reeditado en DeBolsillo), una de las grandes tragedias de mi vida fue la muerte de una campesina cosaca, como a los veinte fue el amor imposible de un joven de provincias en el París de 1848.

Amando Carabias dijo...

Ferran
A mí me ha pasado lo mismo. Me pasó conmigo mismo en cierta novela, y me pasó con otros. A veces los personajes se tornan tan reales que parecen miembros de tu familia. O de tu corazón.