* * *
Cada diez minutos Gilberto actualizaba la página de la edición digital del Diario de Euritmia. Cada diez minutos se sorprendía, porque no saltara en su pantalla la página correspondiente al nuevo día. Es como si se hubiera atascado la edición. Las mismas noticias de la víspera que ya eran humo en el recuerdo de los posibles lectores. Además de los miembros del equipo del periódico, seguramente no hubiera ningún habitante de Euritmia tan interesado en esa nueva edición. Podía intuir que las amenazas y el chantaje habían surtido efecto, pero podía intuir lo contrario. No se fiaba mucho del viejo director, y suponía que acabaría enterándose de todo. Había escuchado muchas historias sobre él. No se fiaba nada.
Tampoco le tranquilizaba la ausencia de noticias de Lauro desde la casa del redactor del periódico.
Tampoco le tranquilizaba la ausencia de noticias de Lauro desde la casa del redactor del periódico.
Sus ojos parecían presenciar un extraño partido de tenis pues no dejaban de viajar desde la pantalla del ordenador al móvil que descansaba un poco más allá. No le podía fallar al Diputado. No tendría más oportunidades. Sólo quedaban dos semanas. Y el tema estaría resuelto, salvo que los del periódico levantaran la liebre, si lo hacían, por mucho que cumplieran con las amenazas toda la operación de vendría abajo.
Si decían lo que sabían (y lo sabían casi todo según pudo comprobar aquella noche) era imposible que alguien no siguiera la pista de la noticia: la oposición, la fiscalía, la policía…
Fue una suerte que coincidiera en aquella cafetería con aquel par de hombres. Sólo él pudo entender el contenido de sus frases que para otros pasaron desapercibidas. Sólo él comprendió en su verdadera magnitud la cara de sorpresa que transformaba la expresión del redactor de cultura del diario y que se veía en las manos con aquella bomba de relojería.
Cuando volvió a refrescar su ordenador la sonrisa que le dejaba al aire una dentadura mellada y amarillenta, no fue sólo por aquel recuerdo, sino porque, efectivamente sus amenazas habían sido eficaces.
¿Llamaría a Lauro para que dejara en paz al periodista y a su novia, al menos por aquella noche?
Si decían lo que sabían (y lo sabían casi todo según pudo comprobar aquella noche) era imposible que alguien no siguiera la pista de la noticia: la oposición, la fiscalía, la policía…
Fue una suerte que coincidiera en aquella cafetería con aquel par de hombres. Sólo él pudo entender el contenido de sus frases que para otros pasaron desapercibidas. Sólo él comprendió en su verdadera magnitud la cara de sorpresa que transformaba la expresión del redactor de cultura del diario y que se veía en las manos con aquella bomba de relojería.
Cuando volvió a refrescar su ordenador la sonrisa que le dejaba al aire una dentadura mellada y amarillenta, no fue sólo por aquel recuerdo, sino porque, efectivamente sus amenazas habían sido eficaces.
¿Llamaría a Lauro para que dejara en paz al periodista y a su novia, al menos por aquella noche?