miércoles, 29 de abril de 2009

FILANDÓN (A la memoria de Antonio Pereira)

Antonio Pereira en una foto reciente.
El Norte de Castilla Edición Digital
El pasado sábado 25 de abril en León, ha muerto de un paro cardiaco Antonio Pereira uno de los mejores cuentistas de España, un maestro del relato breve (oral o escrito). Unos días antes, el domingo 19 de abril, su amigo el gallego, leonés de adopción, José María Merino leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de La Lengua Española. El nuevo académico había sido propuesto, entre otros, por otro leonés, Luis Mateo Díez... El mismo José María Merino repitió protagonismo el día 22 al recibir la medalla de oro de las letras de Castilla y León.
No es raro, pues, que dadas tantas coincidencias, mi memoria haya desempolvado un pedacito del diario de 2006...
El trozo que extraigo se desarrolla durante finales del mes de septiembre de aquel año. Era sábado. El penúltimo sábado del mes. Se celebraba la primera edición del Hay Festival en Segovia... Estaba nublado, pero mi corazón latía cubierto por la ilusión...
La palabra de cada día.
El Jardín de la memoria.
Año 2006
El sábado por la mañana, subí a San Juan de los Caballeros, donde me pasé el día como quien dice, pues los cuatro actos a los que acudí se celebraban allí. Sin embargo, no subí por la Calle San Juan, como dicta la lógica, sino que lo hice la Calle Real por dos motivos. Acercarme a la taquilla del teatro Juan Bravo y allí adquirir una localidad para el acto de Ian Gibson que se me había pasado, pues no recordé que la intervención del hispanista irlandés sería acerca de su biografía sobre don Antonio Machado. De todos modos, tal cosa era una excusa, pues supuse que a esas horas, casi el mediodía, la taquilla presentaría una buena cola y ya barruntaba a aquellas horas que me haría con la localidad por la tarde, una vez que hubiera comenzado el primer acto vespertino.
¿A quién engañaré? La verdadera razón por la que subí por la calle Real era que tenía la sospecha de que por ese camino me encontraría con Luis Mateo Díez, a quien iba a ver, junto con otros tres escritores, para el acto titulado Filandón.
Si veinticuatro horas antes había tenido suerte con Félix Grande, por qué no con el leonés.
De nuevo lo novelesco se produjo.
A la altura del Hotel Sirenas, donde se hospedaban, supongo, vi al escritor admirado. Acompañaba, o más bien servía de bastón, a un anciano que supuse sería uno de los contertulios que compartirían ágape de palabras más adelante; pero como no le conocía dejé que siguiera su camino.
(Y en este gesto de indiferencia, mostré, una vez más, mi absoluta incultura, mi ausencia total de preparación...).
Me interesaba Luis Mateo y a él me dirigí. Le estreché la mano y me presenté.
(Mi mano estaba helada, la suya cálida).
Es más delgado aún de la idea que dan sus fotografías de las solapas de sus libros. Tenemos la misma altura, más o menos. Tal y como siempre me ha parecido en sus libros, sus ojos son muy penetrantes, además son muy luminosos y vivos. Su cabello blanco, su perilla blanca. No sé, creo que encarnaría a las mil maravillas un don Quijote. Desde luego la caracterización la tiene hecha y no es necesario que se prepare físicamente. Por mí ni la voz. Es tan honda y tan intensa esa voz.
Le expliqué mi admiración por su obra y le dije que ya le había enviado un libro, incluso una carta. Y me confesó la verdad. Con una claridad y una contundencia que agradezco, porque a uno le confirma las sospechas y lo previene para ciertas veleidades. Dado el volumen de la correspondencia que recibe y el número de libros que le envían, es imposible que lea todo lo que cae en sus manos. Lo dijo de otro modo, ‘Es tal la avalancha que me declaro insolvente’.
Como siempre, su uso del idioma, incluso en la conversación más coloquial, me dejó pasmado. Insolvente no sería la palabra que yo utilizaría para eso, aunque quizá la empiece a utilizar. Como hice con Félix Grande, no quise ser pesado y le dejé ahí. Supongo que, a pesar de que nos volvimos a topar en la entrada al acto (justo en el centro del crucero de la iglesia, también es casualidad) y allí nos reconocimos mutuamente y nos saludamos con una sonrisa afable y sincera (sus ojos son muy expresivos, volví a confirmarlo), seré un rostro que ya se le habrá olvidado. Y si, como me dijo, tiene por ahí mi libro, Cuentos de Euritmia, por ahí lo seguirá teniendo. No seré nadie en su memoria.
Lo cual, dicho sea de paso, es lo normal. Otra cosa hubiera sido un milagro, aunque sólo sea porque su actividad para la escritura la tiene que compartir con la de funcionario del Ayuntamiento de Madrid.
El Filandón es, o era, una costumbre desarrollada en el Noroeste español, por la zona de la montaña leonesa, en aquella parte que es una especie de escaprado cruce de caminos entre León, Galicia y Asturias.
Cuando la eterna noche inverniza se aposentaba sobre los pueblos, las gentes se reunían alrededor de la lumbre y se contaban historias, se decían poemas, dejaban que la realidad viajara hacia la ficción o la ficción se acercara hasta la realidad. Algunas veces la realidad parecía más ficción que la propia ficción, como sucedió con aquella historia del lobo.
El sábado por la mañana (a pesar de la incongruencia del horario) disfrutamos de una sesión de cuentos llevada por cuatro escritores leoneses de pro: Luis Mateo, Antonio Pereira, Juan Pedro Aparicio y José María Merino.
En esta sesión hemos disfrutado de la literatura en vivo. Quizá haya sido el evento más literario de todos los que he asistido, pues no se ha hablado de literatura, sino que se ha hecho literatura. Como cuando los toreros se pican en los quites, así los escritores nos han inundado con sus cuentos o minicuentos, ha sido una especie de orgía de breves historias en las que el ingenio era lo más destacable. Uno sabía que la sorpresa saltaría al final, en la última frase. Allí seríamos testigos de un salto mortal o de un triple salto mortal, ¿quién lo sabía?, que nos situaría en un lugar inimaginable sólo un par de minutos antes. Normalmente, supongo que buscado a propósito, dichas conclusiones han provocado la hilaridad o la sonrisa y los aplausos de la concurrencia. Quiero decir que se ha tratado de un acto de tono festivo, sin melancolías. Muy vital, muy directo. Cargado de esa misma fuerza que tienen los antiguos relatos orales... El público no ha intervenido, salvo una tímida pregunta. Por unanimidad hemos preferido que siguieran contándonos sus cuentos.
Un Filandón en toda regla, aunque haya sido bien de mañana.
*
Abril de 2009...
No han pasado ni tres años y ya nos queda tan lejos aquella hora. La cachaba parda donde se apoyaba, ya no siente el temblor de aquellos dedos. A pesar de la fama de los otros, recuerdo que las intervenciones de Pereira fueron las más celebradas de todas. También recuerdo que más de uno de sus microrrelatos lo tenía escrito en una hoja cuadriculada tamaño folio que había arrancado a un cuaderno de estudiante de bachillerato. Y recuerdo que el tono de su voz era determinante para que el sentido del cuentecillo quedara grabado en el alma de los asistentes, que disfrutábamos como niños pequeños...
Quizá esta costumbre de la zona de la montaña leonesa, que hoy ya no me es absolutamente desconocida, sea una cantera inimitable de escritores de raza. La rotundidad de aquella geografía, haber nacido en lugares que hoy reposan bajo las aguas (esta idea me la comentó Alena Collar, no es mía), vivir aislados del mundo durante la mitad del año, todos los años, obliga, supongo, a que la fantasía y una cierta forma de narrar aniden algunos hombres de esta parte del mundo...
De aquel cuarteto, hoy hay dos académicos de la lengua, un ganador del Premio Nadal y ex-director del Instituto Cervantes en Londres, y un cadáver que estará haciendo reír a los viejos amigos del Bierzo que le hacían un hueco para cuando llegara al Filandón eterno.

6 comentarios:

Adrian Dorado dijo...

Buen relato Amando y mi pésame por tu sentimiento.

Abrazos

Maria Sangüesa dijo...

Gracias, Amando, por la espléndida semblanza que haces de Pereira. Sus cuentos, hace años, me enseñaron mucho a la hora de comenzar a escribir los míos. Su técnica en la narrativa breve era impecable. Qué suerte que le llegaste a conocer en persona. Nombras a Félix Grande, que fue muy amigo y gran compañero literario de aquel a quien siempre consideraré mi maestro, José Alberto Santiago, un gran poeta argentino que emprendió ese camino sin retorno cinco años antes que Pereira. Un beso.

Amando Carabias dijo...

SDRIAN: Las condolencias debieran ser mutuas, pero la distancia y la imposibilidad de alcanzar a todo y a todos impide que algunas cosas importantes de allá, lleguen acá y viceversa. Pereira no era un autor de masas. Sólo fue algo más conocido al final de su vida, cuando ya ni siquiera escríbía o escribía poco; eso sí miraba al mundo desde una distancia socarrona e inteligente, que hacía reflexionar con una sonrisa en los labios.
Te hubiera gustado.

Amando Carabias dijo...

MARIA: Decir que lo conocí personalemente es un poco exagerado...
Respecto de Félix Grande puedo decir que es una grandísima persona, un solidario de la cabeza a los pies, y que gracias a él estuve a punto... Bueno, mejor callarse, que ciertos recuerdos no son recomendables.
Con él he hablado varias veces y se emociona tanto como yo con Bach. Pero su pasión es el flamenco...

Flamenco Rojo dijo...

Estimado Amando, leo tu relato y siento pena. Mientras mi pequeña Carmen escucha unas sevillanas en la Tv regional "Canal Sur" y se arranca a bailarlas. ¿Que te puedo decir?

Amando Carabias dijo...

PEPE: Que la voz de los poetas y de los escritores perdura en las palabras escritas. Y que el bueno de Pereira estará protagonizando su Filandon de eternidad en el Parnaso. Allí se sentarán todos a escucharle divertidos y sonrientes. Cuentos sobre ángeles que quieren ser humanos para gozar de la tierra, y que cuando llegan a ella sólo quieren volver al cielo.