jueves, 5 de marzo de 2009

EL PARO.

Ya sabéis que los números se me amontonan en la cabeza como un cargamento de deshechos radioactivos: uno nunca sabe qué hacer con ellos, y en cuanto superan una cierta cantidad me es difícil, no sólo operar, sino imaginármelos siquiera, digamos que me aplastan irremediablemente.
Tres millones cuatrocientas ochenta y un mil ochocientas cincuenta y nueve personas registradas en las oficinas del paro son muchas. A una magnitud de este calibre es a la que me refería, una cantidad que no concibo porque no sé calcular, porque no sé medirla, porque no la puedo imaginar.
Pero en este caso no es cifra, sino que se trata de personas en situación dramática o abocadas a estarlo, así que tendría que hacer el esfuerzo de poner rostros, miradas, manos, biografías, lágrimas y pesadillas detrás de semejante guarismo. Por ello lo he escrito con letras, con todas sus letras.
Probemos nuevamente.
¿Es lo mismo leer tres millones cuatrocientas ochenta y un mil ochocientas cincuenta y nueve personas, que 3.481.859?
A mí no me parece igual.
De todos modos, ya que pertenezco al conjunto de los humanos que se manejan mejor en las aproximaciones de las humanidades que en las precisiones científicas, y por no escribir ese pedazo de número, lo redondearé del siguiente modo: casi tres millones y medio de personas. ¿Hoy habrá que quitar el casi?
Bien.
Pues casi tres millones y medio de trabajadoras y trabajadores que laborean en España engrosan la tremenda fila de los que no tienen modo de ganarse la vida. Según escuché antesdeayer, de ellas, casi un millón ya no tiene derecho al correspondiente subsidio por desempleo.
El panorama pues no es precisamente para que repiquen las campanas a gloria.
Casi tres millones y medio de personas son demasiados sufrimientos o preocupaciones, o sufrimientos y preocupaciones, atormentando mentes y corazones. Es posible que no todos ellos se sientan así de mal. Los habrá muy jóvenes que consideran, con acierto, que el tiempo juega a su favor y que escampará cualquier día. Los habrá mayores que quizá se encojan de hombros después de haber realizado un razonamiento similar a éste: 'Esto ha sido como adelantar unos pocos años la jubilación'. Los habrá que puedan admitir que su trabajo no era imprescindible para la familia y que mientras alguien trabaje en casa se podrá vivir (o sobrevivir) en tanto que amaine. Los habrá que estén acostumbrados a semejante situación. Pero la mayoría, estoy seguro, no pertenecen a ninguno de estos grupos. La mayoría tendrá la espalda del alma arrumbada por el peso de una situación cuya mezcla de impotencia e injusticia, culpa y desesperación hará de sus días y sus noches una pesadilla interminable.
Es fácil ser dramáticos en semejante situación, así que procuraré no serlo. Es muy sencillo arrojar piedras al gobernante, cuando todos los que estamos en nuestro sano juicio sabemos que el verdadero culpable de este estropicio no está allí, sino en otras partes. Ese Gobierno, en medio de un griterío inexplicable y ensordecedor, se ha convertido en el mayor empresario para ver si con su tarea emprendedora puede reactivar la rueca detenida que no parece poder arrancar.
He visto reportajes, por ejemplo, en los que se observa el retorno a los pueblos como una solución: la vida en la gran ciudad es carísima y sin sueldo resulta imposible; pero en un pueblo, si, además se trabaja la tierra, todo es más llevadero. Además allí, probablemente, uno se despojará de lo superfluo sin mucha dificultad.
Los sesudos economistas hablan de flexibilización laboral, reactivación del consumo, inversiones millonarias en I+D+i, inyecciones, también millonarias, para los bancos (esto es lo que menos entiendo, porque, además de ser en buena parte los culpables de la que cae, se llevan premio, mientras que las víctimas son, además, castigadas con sus nuevas exigencias), y otras lindezas que me resultan realidades tan herméticas como algunos oscuros versos inextricables.
Sin embargo la buena gente que sufre en sus carnes esta lacra sabe que es la hora de agarrarse a un clavo ardiendo: aceptar cualquier empleo (el que hace unos meses se rechazaba por indigno), agruparse en torno al calorcillo de la familia..., en fin, regresar a lo que no hace tanto era nuestro modo de vida. Acaso los que disfrutamos de la estabilidad laboral no debiéramos tener el mismo miedo, pero es inevitable pensarse las cosas no una, ni dos, ni tres veces, porque Don Miedo es el novio de esta fea señora llamada Crisis, su perverso amante revestido con una polvorienta grisalla que todo lo enloda. Comienzan a llovernos en los oídos lacerantes historias. Incluso es probable que no las tengamos lejos. Y no queremos ser los siguientes, y si acaso lo fuéramos, mejor tener dos que no uno.
La mayoría sabemos o recordamos bien lo que es vivir en épocas de estrechez. Sabemos también que de ellas se sale. Por lo tanto recordamos el trabajo que cuesta dar portazo a la sala de las pesadillas. Pero entre nosotros hay muchos que sólo han vivido siempre en la abundancia. Ellos quizá sean los que peor lo pasen, aunque espero equivocarme. Con todo el corazón espero equivocarme. Al menos son jóvenes, es decir, tienen toda la vida por delante y el vigor indemne.
Pero estoy convencido que más pronto que tarde volverá la buena racha.
Lo importante, me parece, es que ahora aprovechemos el momento de oscuridad para más tarde no caer en los mismos errores que nos han traído hasta aquí. Seamos creativos y críticos y autocríticos, aprovechemos estos tiempos duros para salir renovados, para salir convencidos de que hay palabras mucho menos frágiles que economía, aunque la apariencia sea la contraria.
Y son cosas muy simples, me parece.

4 comentarios:

S.C. dijo...

Inyecciones a los bancos. Alucinante.
Joder, cómo se está demostrando quién gobierna de verdad.

Anónimo dijo...

Descuida Amando, que quienes deberían de haber puesto remedio a todo esto hace ya muchos meses o no haber permitido que esto llegara a pasar, no son persons que se hagan las reflexiones que haces hoy en el blog, y serán capaces de olvidar todo lo que pasa a nuestro alrededor y pensar que no va con ellos. Volverán a caer en la misma piedra y nosotros a dejarnos engañar de nuevo. Nunca aprendemos de los errores generales, ni siquiera de los pequeños y nuestros.
Como bien dices, los que vivimos de la administración esperamos no tener problemas, aunque seguro que algo nos tocará por algún lado. Pero tenemos hijos que estudian y puede que no vean un futuro muy halagüeño a corto plazo. Ni siquiera nosotros podremos darles todo aquello que, de haber seguido la economía por los derroteros que "tenía" que haber ido, hubiera sido lo lógico y natural.
Aún así, si nos miramos el ombligo, veremos que siempre hay alguien que sufre y se preocupa más que nosotros.

Adrian Dorado dijo...

Lo terrible es que nosotros que tomamos conciencia y somos sensibles al respecto (hay otros que lo saben pero no les importan los dramas que encierra)poco es lo que podemos hacer. Miren una mejor distribución de los haberes de un país siempre se puede hacer, bien se puede articular que los poderosos, los ricos de verdad, que paren de aumentar sus dividendos (ellos pase lo que pase siguen amasando)y redistribuir eo entre los desocupados. La pérdida del trabajo es una desaparición social que engendra todo tipo de desgarros psícológicos en los que lo padecen y en el grupo familiar.
Aquí es costrumbre vivir con índices muy altos, como los de uds., y más aún, de desocupados.
Cuanto antes se tomen medidas para detener ee desastre que luego tiene una inercia propia por el círculo vicioso de la falta de consumo, mejor y que se aprenda a compartir lo que se tiene, demuestra el grado de evolución del ser humano. Me temo y no de pesimista sino de realista que pocos son los que aún teniendo ingresos siderales quieran repartir algo con los desocupados...ojalá podamos salir de esto cuanto antes...claro nuestra maldita ventaja es que son males que conocemos desde hace bastante...pues me cáche en eso.

inspiremos amigos

Amando Carabias dijo...

SC: Sí, algunas veces es como si no quisiéramos reconocer dónde está la verdad.
S.V.-B: Precisamente a la generación de nuestros hijos es a la que me refería cuando decía que los hay que sólo conocen la abundancia. Una cosa se me ha quedado en el tintero al escribir la entrada: ¿lo hemos hecho bien como padres? Cuando todo va bien parece una pregunta abusurda, pero ahora que las cosas no van tan bien quizá sea la prueba del nueve.
A lo peor esta crisis es la que juzga nuestra tarea. Ojalá no. Eso significará que la crisis no es tan larga o que no lo hemos hecho tan mal.
Adrián: Lo de siempre. En situaciones como esta palabras como solidaridad no se nos caen de la boca. ¿Pero qué otra cosa está a nuestro alcance? Tú mismo lo dices.
A lo mejor conseguir de cada uno que la palabra democracia no signifique sólamente echar una papeleta en una urna transparente cada cierto tiempo, sino un compromiso social y colectivo diario.
Y es verdad, qué triste es saber que nuestra ventaja es saber que este mal es un viejo conocido. Tan viejo que hasta en la biblia ya se habla de emigraciones de pueblos enteros por hambre y sed.