sábado, 21 de febrero de 2009

SUITES 1 y 2 PARA VIOLONCHELO DE JOHANN SEBASTIAN BACH



Los problemas que acechan allá en el horizonte,
no importan, pues semejan nubes del gris ocaso,
¿o son temibles monstruos que despedazan almas?
Intuyo que mi espíritu se torna lapislázuli:
frío sueño de duro azul cobalto.
Silenciosos, mis ojos desentrañan el leve crepitar de la madera,
y el declinar lluvioso de la tarde, y el dolor sin final por tanta ausencia.
Se me han quedado las palabras muertas, prendidas en mitad de la garganta.
Un eclipse lunar borra la noche. Sensación honda, helada, dolorida...
El tictac del reloj se desmorona... Sólo el abismo negro nos rodea...
Serenidad que sufre silenciosa.
Puedo, quizá, decir bellas palabras, pero serían oquedades yertas.
No tengo explicación para el dolor, para cualquier dolor: ni el de la especie,
ni el de tu ausencia que me embarga flébil.
Si no mi boca, sí mis versos gritan que una helada serpiente repta dentro
de mis entrañas lóbregas... Y lo demás es farsa.
Pues mi sonrisa torpe es pozo amargo. Mi corazón ahíto disimula:
su fortaleza, mero aguante triste; su solidez heroica, quietud ciega;
su salud pétrea, indolencia mustia; y su arrojo, feroz carrera a nada..
Corre el tiempo frenético. Las prisas nos enredan,
como murciélagos, en los latidos. Alrededor estruendo y confusión,
bullicio, cláxones, ceguera, arritmia,
el autobús escapa con mi ausencia. Siento que la ciudad fagocita mi espíritu.
Antes de que la noche nos envuelva en su manto,
mil fogonazos cegarán mis ojos, aturdirán mis pensamientos llenos
de ansiedades y prisas y empujones y frenazos e insultos y miradas
que siempre miran más allá, más lejos: evitando observar a este presente...
Agobio, prisas, cláxones, bullicio.
Se ovilla el mundo inerme, girola indiferente
del vacío ruidoso y de la nada yerta.
En el alma se cuela la tristeza, cual líquido por leves intersticios.
Mi melancólico mirar recorre todo cuanto me hiere en la retina:
aristas geométricas, oscuros cielos plúmbeos,
tremendos huracanes, devastadoras lluvias,
sucesos trágicos, violentas muertes, injusticias, oprobio, hambre, miedo...
Mas si vuelvo mis ojos donde suena mi propio corazón, y miro adentro,
otearé el peor de los paisajes:
el azul opalino lo rodea, un frío azul cobalto que me hiere
cual gélido cuchillo, cual vendaval continuo
de alfileres traslúcidos, escarcha congelada,
ilimitados páramos o desiertos oscuros,
esqueletos marchitos de mil troncos quemados
por la helada asesina, inmóvil agua podre...
Eterna noche, eterno helor viscoso muerto...
Fantasmagórico, espectral silencio...
La verdadera entrada del infierno: muerte, desolación, vacío, nada.
Paseo solitario y silencioso en mitad de este bosque plateado,
para que la tristeza que me invade, y me corroe, y me destroza, salga
de estas entrañas mías doloridas, veloz cual ciervo por la fiera herido.
Me asomo, mientras, al recuerdo y veo aquellos ojos nuestros contemplando
enamorados, enlazados, uno, aquel aurífero descendimiento,
sobre el espejo de oro de las hojas, en el instante previo de su lento
deliquio, vuelo yerto de los sueños, y la ilusión vestía luminosos
rebrillos de oro a nuestras dos miradas enamoradas, enlazadas, una.
La soledad, ahora, me acompaña en el paseo sosegado, lento
por este bosque, recordado apenas, y no entiendo por qué aquel halo tenue
deshizo para siempre su destino, para siempre rompió su paso muelle, y
mi amor hirió de muerte para siempre.
Difuminando el orto desde oriente, hacia mí, llegan fuertes ilusiones,
que cabalgan a grupas de invisibles, alados, transparentes unicornios,
cristalinas criaturas delicadas. Me acarician rosados dedos tibios,
calman la fiebre ardiente que me aturde, a mi sien palpitante acude amable
el leve soplo fresco de la brisa. Aunque la intensidad de los colores
no sea viva, nítida, vibrante, como en el mediodía luminoso,
es suficiente el tono de esperanza que susurra al fondo, desde lejos.
Aunque viva con este sufrimiento, aunque una cierta angustia me acompañe,
que, al menos, los demás, en mi mirada, vean que el horizonte resplandece.
Que los demás columbren el futuro luminoso a través de mi pupila.


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Este poema, forma parte de la tercera versión (¿definitiva?) del poemario inédito Eterna luz sonora, inspirado en la música de Johann Sebastian Bach.

2 comentarios:

Beatriz Ruiz dijo...

Te encontré amigo... vendré por aquí a leer tus estupendísimos escritos, claro que sí...

Mira tú que fotografía más bella y luminosa has puesto!!!...

Saludos para todos... SI A LA PAZ... SIEMPRE!!!...

Amando Carabias dijo...

¡¡¡Bienvenida, Beatriz!!!
No te preocupes por nada. Todo el que entra en este espacio es bien recibido, siempre y cuando llegue con respeto. Procuraré que siempre esté todo limpio y dispuesto. Gracias por tu visita...
Ahora que dices de la foto... Esta de hoy la hizo Marián en ... Tenerife... Voilá!!! No me extraña que te parezca hermosa y luminosa.