domingo, 15 de febrero de 2009

EN LA PLAZA MAYOR

La palabra de cada día. 2008. Zaguán de estrellas. Agosto

Terminar la tarde, acodado en la mesa de una terraza de la Plaza Mayor saboreando un café y contemplando el lento atardecer, mientras la catedral se agrisa, no está nada mal, para qué engañarse. Quizá suene a afición pequeño burguesa, cuyo aliciente no sea precisamente muy apetecible para otros espíritus más refinados. Cualquiera que los contemple, tan sosegados, tan tranquilos, tan dedicados a dejar que los minutos se deslicen con la parsimonia propia de los que no tienen nada que hacer, no podrá reconocer en él esos afanes suyos supuestamente literarios, rayanos en afanes de carácter supuestamente intelectual. Otros veranos, a estas alturas, estaba embarcado en alguna creación narrativa de teóricos altos vuelos que simplemente sirvió, año tras año, para ocupar espacio en su estantería, para que la sensación de frustración ahondase más en su corazón como una lanza emponzoñada que en vez de ser extraída del organismo, ahonda más en alguna de sus vísceras, produciendo una herida prácticamente incurable. Ya el año pasado, se olvidó de tales ocupaciones. Acababa de concluir otro proyecto que le había llevado todo el curso, con lo que se dedicó a acrecer desmesuradamente las páginas de su diario. Luego dejó que los meses fueran pasando hasta llegar de nuevo a este instante… Sin embargo ahora no sabe bien si es que no quiere afrontar otro proyecto o es que las circunstancias, sobre todo ese alfanje envenenado que se hunde en su ánimo, le impiden acometerlo, tal que si una parálisis le cercenara la capacidad creativa. Prefiere, desde luego, sentir la tibieza de los blancos dedos femeniles sobre sus propios dedos, prefiere atisbar las vidas que se le muestran ante sus ojos intentando hacer pequeñas fichas mentales que abarquen rostros, perfiles, estaturas, complexiones, colores, gestos, miradas, ademanes, por si acaso parte de ese material en algún momento pudiera servir para alguna cosa. Como esa pareja de jovencitos, casi adolescentes, que actúan como dos jóvenes que ya han descubierto sin ningún género de dudas que su vida sólo tendrá sentido si la viven juntos, si son compañeros para siempre. O como esas señoras orondas que recuerdan los veranos antiguos y dichosos de viajes por tierras andaluzas, tan hermosas, o como esos niños que juegan el eterno juego de apretar con un dedo la salida del agua de una fuente para que el líquido describa combas mágicas que empapen el pavimento y a algún viandante osado que se acerque excesivamente, o la mirada extraviada de alguien solitario que deja transcurrir los segundos a la espera de quien no llegará, o el paso dificultoso de un hombre mayor que, a pesar de todo, mira con ternura a la vida, aunque sea evidente que se trata de una de sus últimas miradas, quien sabe si la postrer, que se desliza por la Plaza Mayor durante un atardecer de un verano tibio… Sabe él, de todos modos, que semejante distracción, en el fondo, no es más que una excusa que se ha construido a sí mismo para disculparse, para intentar justificar unas horas que quizá debiera estar invirtiendo en abonar algún proyecto. Pero sentir la placidez de su mirada oscura disfrutando del ocaso, mientras la ciudad escenifica el final de una jornada apacible, no tiene precio, ni posible sustitutivo. Cualquier otra actividad que implique no contar con su presencia, en el fondo, será inútil. Esta tarde, acariciado por los rayos de un sol perezoso, incapaz de zafarse de las veladuras de unas nubecillas impertinentes, siente aquellos viejos sentimientos que le hinchen los latidos llenándolos de sentido. No importa que el resto avance lentamente o no avance… Al final, también está seguro de ello, aparecerá el resquicio, la historia, el camino, quién sabe, incluso el editor que considere que sus palabras, merecen intentar la aventura de ocupar un lugar en medio de las plazas y los escaparates…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay! Amando, de todos estos tipos hay en Euritmia. También creadores con remordimientos de conciencia y personas que se abandonan al tiempo, puede que esperando, ambos, que alguien les toque con la varita mágica.

Amando Carabias dijo...

S.V-B: Efectivamente. Euritmia tiene, entre otros defectos, el que hace que la pereza se haga consustancial a nuestra piel. A veces pienso que estamos rodeados por tanta belleza, que nos sentimos aplastados. Más de una vez he pensado que los euritmitenses miran lo que tienen alrededor y se asustan o se anonadan.
Cuando abandonan la ciudad, y viven un tiempo fuera, sin embargo, son capaces de extraer lo que llevan dentro...