martes, 10 de febrero de 2009

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON

Cartel de la película.Copiado de la página web oficial


El domingo por la tarde, Marián y yo estuvimos en el cine. Subimos a la sesión de las cuatro de la tarde, y mientras la lluvia menuda inundaba el parabrisas de su coche, pensaba que era el mismo horario de cuando niño, subía junto con mis hermanos al cine del Colegio Claret a ver alguna de vaqueros o de piratas o de policías...
Es imposible saber si cuando F. Scott Fitzgerald escribió el relato que ha concluido con la espléndida película, había bebido mucha ginebra. Más bien, por lo poquísimo que sé de su biografía creo que no, que todavía no había comenzado con la adicción al alcohol que concluyó en diciembre de 1940, a la edad de cuarenta y cuatro años, tras un infarto. En el mismo año en que escribió este relato breve, 1921, le nació su hija, Frances. Zelda, su esposa, aún no había tenido el primer serio ataque de depresión que concluyó en esquizofrenia de la que nunca se recuperó; ni siquiera conocía a su amante, Sheilah Graham, con quien vivió mientras escribía guiones para Hollywood. En 1920 había publicado su primera novela A este lado del paraíso, que fue un éxito editorial y sin embargo no tenía para vivir, así que se ganaba la vida escribiendo relatos breves para revistas. Eran otros tiempos.
Pero estábamos en 1921. Le iba a nacer un hijo, una hija, y no es de extrañar que este acontecimiento le provocara pesadillas o alguna pregunta inquietante, de esas que en los momentos de angustia nos hacemos los padres, sobre todo primerizos: ¿qué es lo peor que le podría pasar al niño...? Al responder a esta pregunta, quizá brotó el germen de El curioso caso de Benjamin Button. O quizá no, o quizá me lo estoy inventando. Ya sabéis, hasta los escribidores tenemos fantasías.
El curioso caso de Benjamin Button es una apuesta para que nuestro cerebro y nuestra conciencia trabajen a destajo. Desde un planteamiento completamente absurdo y a estas alturas conocido de todos (un bebé (Brad Pitt) nace con aspecto y enfermedades de anciano de ochenta y cinco años, pero a medida que crece rejuvenece), el escritor norteamericano nos obliga a reflexionar sobre el tiempo, sobre su transcurso, sobre lo inevitable de la muerte y sobre la importancia de aprovechar los momentos que nos entrega la vida, pues, como se encargan de repetir varias veces varios personajes, nada es para siempre. Pero nos ofrece un ángulo especial, como si construyera un nuevo lado del poliedro: da igual que el tiempo vaya en una dirección o en otra, la esencia del tiempo es que pasa, y en ese pasar vamos dejando la vida. De algún modo, esta historia es la revisión o relectura del tradicional tema que desde la Antigüedad Clásica obsesiona a la humanidad y que los artistas (ojeadores y cirujanos del alma de sus contemporáneos) expresaron, expresan y expresarán de diversos modos, siendo el más vetusto el que se refleja en el verso de Horacio: Carpe diem quam minimum credula postero. Es decir, ‘Aprovecha el día, no confíes en mañana’. El famoso carpe diem.
Si esta película obtiene los trece óscar para los que ha sido nominada por la Academia de Hollywood, hasta dentro de un par de semanas no lo sabremos. Quizá le ocurra como a nuestra Los girasoles ciegos, que también optaba a trece Goyas y se quedó en dos, si no me equivoco. Quizá fueran tres.
Pero a mi modo de ver, no es el único paralelismo entre ambas películas que nada tienen que ver entre sí. Según mi criterio, otra cosa las emparenta: la solidez de la historia sobre la que se cimenta la obra cinematográfica. Tanto la película española, basada en la colección de relatos breves escrita por Alberto Méndez, cuyo título adoptó la cinta de José Luis Cuerda, como ésta de la que hablo, son tan magníficas películas porque su base es una historia realmente magnífica, escrita por magníficos escritores.
Si no hay historia, no hay película. Para mí es una honda convicción.
No soy crítico de cine, pero creo que esta película merece la pena, aunque sea muy larga (dos horas y tres cuartos), aunque al principio se haga un poco lenta, ya que es de esas películas que necesita algo de tiempo de aclimatación por parte del espectador. El director del film, David Fincher, nos plantea un ritmo diferente, algo más lento de lo que la vida y el cine norteamericano nos tiene acostumbrados. A mí me gustó mucho la fotografía, la iluminación, el montaje, el trabajo de caracterización, no sólo de Brad Pitt, me parece prodigioso. Y, sobre todo, cuando lo único que importa de la película coincide con lo único que importa de verdad en la vida, algo llamado amor, ya no puedes dejar de verla, ya te has quedado pegado al sillón, ya no es que el reloj vaya despacio o deprisa, sino que se detiene en una zona parecida a la eternidad y la emoción te atrapa, te atrapa... y si cuento más, y si no la habéis visto, acabaréis por buscarme para hacerme algo feo.
Cuando el escritor ideó su relato, no podía saber que el 29 de agosto de 2005 un terrible huracán, llamado Katrina, convertiría en trágica la vida en Nueva Orleans. Tal día, horas antes de la inundación de la ciudad, en un hospital, agoniza una mujer que tiene graves problemas respiratorios. Su hija está a su vera y la anciana madre le pide que abra una maleta. Dentro de ella aparecen los recuerdos más importantes de aquella mujer moribunda llamada Daisy (Cate Blanchett), que su hija Caroline (Julia Ormond), va descubriendo poco a poco. Secretos que, perteneciendo a su madre, nunca había visto. Su madre tuvo un pasado secreto que se ha detenido en un voluminoso diario, unas postales, unas cartas, unas fotos... En fin, un pasado muy extraño. Un pasado que arranca antes de que ella misma naciera:
Avanzada la Gran Guerra, un relojero ciego construye un hermoso reloj para la estación de Nueva Orleans. Este hombre, desesperado por la muerte de su hijo en un campo de batalla europeo, construye un hermosísimo reloj, con una particularidad, en vez de avanzar retrocede. La razón que argumenta el día de la inauguración del aparato de precisión que de ese modo podrían conseguir que los hijos muertos en la contienda regresaran con vida, o no llegaran a embarcar en los trenes cuyo destino final sería una guerra. Justo la noche del 11 de noviembre de 1918 cuando finaliza la I Guerra Mundial, en casa del acaudalado Mr. Button, fabricante de botones, nace su hijo, cuyo aspecto es repelente, similar al de un anciano de unos ochenta y cinco años...
El resto os espera en una sala de cine.

11 comentarios:

S.C. dijo...

Hace que no voy al cine...
La última vez creo que vi una de Parchís, también en el cine de los Misioneros, jajajaja.

Hace poco he leído Historias de Pat Hobby, de Scott Fitzgerald, sobre un guionista arruinado y alcohólico de Hollywood.

Anónimo dijo...

Nada es para siempre, y siempre es una palabra muy larga, como dice Petronio.
El dichoso carpe diem lo tenemos siempre presente, ¿sabes por qué? Tenemos una edad muy mala.... Nos damos cuenta que hay cosas insignificantes a las que prestamos demasiada atención diariamente y no nos enteramos de que ya no hay retorno.

Y pasando al cine, no tenía intención de ver esta película, pero creo que me animaré a verla.
No estás nada mal como crítico de cine...
Los girasoles ciegos, un diez la película; un once el libro, maravilloso, de los que dejan rastro en el alma. Y hablando de rastros, Ensayos sobre la ceguera. A ti te lo debo.

Anónimo dijo...

Estimados amigos:

Scott Fitzgerald tiene un breve cuento que os recomiendo: "Exito prematuro". Son unas cinco páginas que relatan su batalla personal con aquel bombazo que fue A ESTE LADO DEL PARAÍSO, que le llevó a que la sociedad americana le preguntara lo que siempre hace (y lo recordaba muy bien Sandra Bullock-Harper Lee en HISTORIA DE UN CRIMEN, donde interpreta a la autora de una única novela, MATAR UN RUISEÑOR): ¿y ahora qué? Qué, después de una obra maestra a los 24 años? Beber mucho, claro, devanarse el alma hasta dar con EL GRAN GATSBY, pero desquiciarse la existencia en una sociedad que no le permitió la parsimonia de otros gigantes, como Faulkner, a quien uno se imagina borracho, pero nunca perdiendo la calma. No he leído el cuento en el que se basa la novela, pero prometo hacerlo. A veces, ya sabéis que las películas, en lugar de estimular la lectura de un libro, lo sustituyen (es lo que me temo que ocurrirá con la increíble VIA REVOLUCIONARIA de Richard Yates: ahora estoy leyendo LAS HERMANAS GRIMES, que también se está llevando al cine; es lo que ocurrirá con EL LECTOR, de Schlink, una novela sobre la ambigüedad moral espléndida e inquietante por su "comprensión" de una nazi).

He visto "La duda", recientemente. ¿la habéis visto? Me quedé un poco cortado, esperaba un choque de caracteres más duro, pero la historia. Ver a Seymour Hoffman y a la gran Streep siempre vale la pena, aunque no creo que éste sea su mejor papel (yo siempre me inclino por LAS HORAS). Os la recomiendo con cierta reticencia, porque las opiniones de mis amigos son variadas y yo no estoy demasiado seguro.

Por cierto, Scott Fitzgerald siempre se quejó del éxito prematuro. Qué pesados estos genios...! ¿Prefieren el fracaso persistente y encanecido? Porque conocemos a aquellos autores que, por casualidad, no tiraron la toalla cuando nadie les hacía caso. Pero estoy seguro de la grandeza de algunos manuscritos que se han quedado en cajones. Conociendo un poco el mundo editorial, aunque sea en el del ensayo académico, que es algo muy concreto, he visto cómo se fabrica el éxito: incluso lo dicen así. "Vamos a hacer un best-seller". Lo juro: el libro en cuestión fue un best-seller, después de reescribirse por expertos o esclavos de la editorial, una de las que domina en España. ¿No os parece un escándalo que Scott Fitzgerald esté prácticamente descatalogado, mientras se publica lo que se publica? Hoy, corrigiendo exámenes (ay....) un alumno escribía que un tal SASTRE dirigió LES TEMPS MODERNES. Sastre...Poniéndole buen humor, que no falte...¿será un nick?

Anónimo dijo...

Ah, perdón, el anterior es de Ferran Gallego. ¿Podéis imaginar que no sé cómo poner mi nombre sin que me pregunten coses que no sé cómo responder?

Anónimo dijo...

¿Alguien podría decirme qué pasos tengo que dar para que aparezca mi nombre? No me entero con el lenguaje informático.

Ferran

Anónimo dijo...

Después de haber escrito tu comentario, pinchas en la opción Nombre/URL. Una vez que has hecho eso, y debajo de esa expresión te aparecen dos rectangulitos: uno pone a su izquierda: nombre: allí lo escribes.
SI además tienes página web rellenas el rectángulo de abajo URL, si no la tienes o no te interesa no hagas nada.
Ya está.

Amando Carabias dijo...

Queridos S.C, S.V-B y Ferran, permitidme, en primer lugar que agradezca a este amigo que haya explicado el proceso a Ferran, pues el caso es que hoy me he demorado en llegar a este lugar, ya que la amistad me ha convocado a otros lugares...
¿S.C, Ferran, quizá os refirais al mismo relato los dos? Si es así es curiosa la coincidencia.

S.C: Ánimo, se pueden sacar un par de horas... al año para ir al cine, sólo hay que proponérselo y salir de casa, claro.

S.V-B: Como siempre muy de acuerdo contigo. Quizá no se entienda tu referencia, hoy a Ensayo sobre la ceguera. Como ya lo he escrito en otras partes hoy: Os recomiendo con efusión la entrada de SARAMAGO en su blog, la que se titula SIGIFREDO. Absolutamente recomendable. A uno como aspirante a escritor, le gustaría llegar a eso. Semejante sensación tiene que ser tan gratificante como la obtención del Nobel.

FERRAN: Espero que este amigo haya resuelto tu problema. En todo caso, con que pongas Ferran debajo del texto que escribes sería suficiente...
Lo que hoy escribes, además de ilustrarnos a todos y abrirnos nuevas perspectivas, me hace reflexionar sobre otra cuestión, algo que es recurrente en mi pensamiento: ¿Por qué no nos conformamos con lo que tenemos? Si por un casual este escritor hubiera fracasado con su primera novela, ¿no habría sido también una buena excusa para caer en la adicción al alcohol? No lo sabremos nunca, claro.
Nunca he estado a favor de la resignación pasiva; pero me parece igual de contraproducente no partir de la realidad que uno tiene, la que sea, para seguir construyendo su propio camino. Unas veces será desde el fracaso (lo más difícil) y otras desde el éxito. A lo que se ve también complicado.

Adrian Dorado dijo...

Hoy ando de trámites en la city, centro, down town, no sé cómo lo llamaís vosotros en las megápolis, en ésta se torna insoportable y la miseria humana tan en medio de las narices...bueno la intención era justificar mi ausencia temprano, no amargarlos, igual allí deben ser las mil y quinientas. Paso a dejar mi presente, no me gusta faltar a las citas del afecto, y a comentarles que estoy leyendo, recién lo empiezo, "Cuentos de Euritmia" de un tío (un Carab...bueno el apellido no me acuerdo pero Armando es el nombre, de eso si que estoy seguro) que parece que se las trae de seductor con sus formas narrativas, igual no me quiero ir mucho de boca no sea que luego se pudra todo, engole la narración, trastabille, tartamudee y entonces, con razón le tenga que dar un palo y me sea imposible porque ya quedé comprometido de antemano. Así que, nada, vamos leyendo bien y disfrutando.
Amando,te daré mi visión, que no es mía sino teoría freudiana, imposible darse por satisfecho con lo que se tiene, en ocidente claro, pues el deseo (o sea lo que no se tiene), parece ser que es el motor de la vida.Y a mayor libido, en la juventud, es cuando mas se desea y en esa dirección corremos. Ahora cuando mengua la energía, y en eso la natura es sabia,vamos aprendiendo de qué va la vida y satisfaciéndonos con lo logrado. De esa manera vamos adquiriendo la paz tan necesaria para no sucumbir con un cuerpo achacoso a las urgencias de deseos juveniles, como esos "pendeviejos" les decimos aquí que, al menor atisbo de vejentud, se separan de su vieja mujer, consiguen una pendeja de 23, se ponen un arito, cortan el pelo a lo Beckham, se compran una moto, una campera de cuero con tachas, estacionan frente a una disco y se toman todos los éxtasis que pueden y luego cuando van a la catrera(cama)con la baby llena de tatuajes, se mueren de un infarto por el esfuerzo sobrehumano.

Respecto de la sociedad norteamericana, habría que observarla como hiperexigente, el made self man es un pobre tipo que ha de dar más de lo suyo en un mundo competitivo al máximo donde el sálvese quien pueda se gritó desde el vamos mismo de su constitución como país. La devoción por la excelencia, el dinero, el consumo...en fin ya sabemos, hace que los individuos sensibles la pasen muy mal y allí las drogas, el alcohol y la insatisfacción proque, además a cada instante se siente que eres absolutamene descartable.
Bueno chau, me voy a dormir, mañana en la misma igual paso
abrazos a todos.

Anónimo dijo...

Querido Adrián:

Lo llamamos, aquí, el centro (es que no somos nada extremistas: cuando gobernaba la UCD un humorista, Forges, dijo que aquí se era de "extremo centro"). Mi amada Barcelona ha ido deteriorando casi todos los espacios de mi recuerdo en ese centro, y me fastidia pasear con el ruido insoportable, con actitudes autoritarias de jóvenes que se creen libertarios, de calcomanías que se creen individuos...Bueno, será que los recuerdos están ahí, sólo, como decía mi querido Gil de Biedma: "para morir conmigo". Y Vázquez Montalbán no dejó de hablar de la ciudad imaginaria que llevamos dentro, como si aplicáramos una especie de cartografía sentimental, un mapa a escala del corazón, sobre los lugares en los que caminamos un poco curiosos por lo nuevo, un poco conscientes de lo viejo.

Lo de Scott Fitzgerald siempre me ha producido el efecto de una lección de vida, cosa que no me pasa prácticamente con ninún otro autor de esa generación. Hemingway decía, con su mala leche, que FSF no tenía ninguna historia que contar, pero que las contaba muy bien. Creo que lo contaba maravillosamente y sí tenía historias: quizás no aventuras inmensas, sino esa imagen de desolación que produce Gatsby contemplando el sueño inalcanzable del pasado en forma de una mujer a la que llega tarde. ¿Recuerdas las páginas finales del narrador de la novela, tan hermosas, tan intensas, cuando compara a quienes llegaron a aquella costa en el siglo XVII con el propio Gatsby, confundidos todos por la naturaleza inmensa y luminosa, por el éxito de engaño? Creo que ahí, FSF reflejó una impresión de pérdida que no dejaba de ser la suya y la de una generación que volvía de la borrachera de los años 20. Pero me interesa, en especial, su propio caso, por lo que tiene de metáfora de una época y de una sociedad.

Gracias al amigo que me ha ayudado con esto.

Un abrazo a todos desde la Barcelona que ha anochecido hace mucho rato. Ahora, sólo se oye pasar de vez en cuando un coche: me gusta el ruido que hace sobre el asfalto, ahora y en las primeras horas de la mañana. Cuando coincide con la inmediatez del sueño o con la duermevela, cuando tratas de recordar esas imágenes que se te van a escapar en cuanto te pongas de pie ante el nuevo día.

Que tengáis, amigos de uno y otro lado del Océano, felices sueños.

Anónimo dijo...

Ah, Amando...¿por qué no nos conformamos? FSF dice en el cuento que nunca fue tan feliz como cuando no tenía ni un centavo, antes de publicar su primera novela. No me lo creo, pero tiene algo de verdad. ¿habría sido feliz no publicando nada, viendo cómo los editores le echaban al foso de los leones como buen cristiano? Otra cosa es saber algo tan difícil como encajar tu vida y el ritmo de LA vida. Yo no he sabido hacerlo: muchos años persiguiendo afirmaciones personales en docena y media de libros (y los que más aprecio son los tres de poemas, no los 14 de historia...), aceptando casi sin darme cuenta la competencia profesional. Muchos años también, con un compromiso social que se fue al cuerno, conociendo a personas maravillosas, manteniéndome ahí por ellas, no por mí. Y no sé si me correspondía hacerlo por mera solidaridad. Porque lo que me apetecía era aceptar mi decepción y mi descreimiento. O confirmar la diferencia entre mis ilusiones intactas y el manoseo de los profesionales. Pero nunca hay que entrar en el juego del arrepentimiento terrible que es mirar hacia atrás con ira. Porque acabas dándole la vuelta al futuro y convirtiéndolo en una parte más del pasado.

Están los placeres, los prohibidos y los autorizados...Leer ese cuento de FSF de nuevo, leer dos libros maravillosos de Richard Yates, a quien en mi ignorancia desconocía. Escuchar, ahora mismo, la rutina de mi compañera antes de acostarnos, cuando nunca, nunca, nunca, es algo monótono. Los mismos gestos pasan a tener siempre la emoción de sentir a alguien al lado como si fuera distinto cada día. Y lo es. En esas cosas, ambas elementales, la literatura y la vida sin separarse, el arte y la vida (eso de lo que hablábamos antes del "corte de la función", querido Adrián). Y escribir algo para ti, para los amigos cómplices, para ella, incluso para publicarlo por un tema que no es la vanidad (al menos la vanidad indigna, tan distinta a la legítima complacencia), sino la posibilidad de que un desconocido comprenda algo de ti, algo de todos, en un poema que es experiencia y no anécdota, que es comunicable porque te trasciende y deja de ser confesión (aquí, como siempre, Gil de Biedma nos lo cuenta muy bien).

De nuevo, las noches felices...

Amando Carabias dijo...

Queridos Ferran y Adrián. Queridos todos aquellos que leeis este cuadernillo que crece como la hierba humilde y fuerte al tiempo, gracias a vosotros.
Aquí ha amanecido ya. El rocío se ha convertido en escarcha, en hielo en algunas zonas umbrías y en los capós de los coches que siguen durmiendo en silencio. La ciudad despierta aterida y el acueducto tenía un contraluz entre huraño y tierno que dotaba a nuestro padre de cierta humanidad.
Vengo aquí, por ver qué ha pasado, y me encuentro con estas colaboraciones tan emotivas, tan sinceras... Y me alegro y me emociona ver que vuestra especialísima sensibilidad enriquece este rincón casi secreto.
Saber que este pedacito de red, también es de vida, y que se une en él estas declaraciones tan íntimas me llena de orgullo.
Gracias a cuantos nos ayudáis a crecer.
Un abrazo.