jueves, 29 de enero de 2009

JOHANN SEBASTIAN BACH


“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”
(La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach).

No es difícil imaginar el cuadro. Allá en Leipzig la noche cerrada. Las débiles llamas de las velas o hachones iluminando la escena. Los hijos más pequeños jugueteando, poco antes de acostarse, los mayores quizá leyendo, Ana Magdalena, su segunda esposa, repasando algo de la ropa de toda la prole (muy numerosa por cierto, pues los hijos del primer matrimonio habido con Bárbara vivían con ellos), tras una agotadora jornada para que aquel hogar funcionara. De vez en cuando, ella alzaría los ojos de la labor y contemplaría la cabeza de su marido (supongo que sin su pelucón blanco, el que aparece en el retrato que ilustra esta entrada, y que hizo que uno de sus hijos le apodara el Viejo Peluca) ocupada en pensamientos que para ella (y para la mayoría de los mortales) eran entelequias inalcanzables.
Allá, en medio de las conversaciones más o menos pausadas de la noche, en las que se comentarían los sucesos de la jornada, él permanecía como ausente, como abandonado, como si hubiera sido abducido por una mente más poderosa que la suya. La música fluía en su cabeza con la misma naturalidad con la que en el resto fluyen otro tipo de ideas.
No me cuesta trabajo imaginármelo siempre en silencio, con el gesto serio, con la mirada como perdida en algún impreciso punto del espacio, o bien fija en el papel pautado, ajeno a toda la bullanga de su alrededor. No me cuesta verle escarbando en lo más hondo de sus ideas para encontrar la nota precisa que cerrase de modo perfecto tal o cual compás, escuchando, de antemano, el resultado en su cabeza. Me es sencillo hacerle visible con papeles a un lado y a otro, manejando textos bíblicos o poemas de piadosos luteranos alemanes que le servían de soporte para crear esas cantatas que al domingo siguiente resonaban como parte de la liturgia dominical de la iglesia de Santo Tomás. Ahí está sintiendo cómo brota de algún lugar recóndito esa melodía que definirá para los siglos la idea de aire, o la ilusión del agua pura y transparente. Ahí le tenéis, más que ausente abandonado, remontando el vuelo sobre todo humano que a su lado respira.
Después de unos doscientos cincuenta y ocho años desde su muerte, aún su música resuena con la misma vitalidad de antaño.
Y tiene la virtud de continuar su tarea creadora o recreadora.
Tal fue su fuerza, que a mí me inspiró un libro entero de poemas. No es que mis versos se puedan acercar siquiera un poco a la música del Maestro de Leipzig, lo que digo es que es tal su potencia generatriz, que a mí me removió la conciencia hasta ese punto. Yo, que siempre había huido de los versos más clásicos, gracias a él, a su música, me adentré en la musicalidad de los endecasílabos.
A modo de ejempolo os dejo estos versos surgidos tras escuchar una de las partes del segundo volumen de El Clave bien temperado:
Sentado, escucho el canto de tus labios, y la primera nota me estremece.
Mejor sonrisa que la tuya, viva, aguja cenital de la mañana,
no hay nada en todo el universo extenso.
Mejor caricia que la tuya, viva, faro brillante en medio de la noche,
no hay nada en todo el universo extenso.
Mejor fragancia que la tuya, viva, dichoso címbalo de los ocasos,
no hay nada en todo el universo extenso.
Afortunado soy, pues si amanece, tú me sonríes con esa sonrisa,
aguja cenital de la mañana.
Afortunado soy, pues en la noche siento tus dulces dedos en mi piel,
faros brillantes de la madrugada.
Afortunado soy, pues en la tarde el fresco aroma que despides siempre,
repiquetea intenso en mi cerebro, dichoso címbalo de mis ocasos.
(Poema VII, número 13 de Eterna Luz sonara.
Poemario inédito inspirado en obras de Johann Sebastian Bach)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo has vuelto a hacer. Sólo te queda entrar un día con Saramago y trinfas.
Mis recuerdos del colegio, cuando en 1º de BUP me quedó la música para septiembre y el exámen consistía en identificar una melodía que la profe te ponía en un disco, me llevan a un Bach aburrido, artificioso y como dicen algunos "compositor de música de misa".
Lo cierto es que pasados los años tuve la ocasión de enarmorarme de la Pasión según San Mateo y ahí empezó una historia "de amor" con Johann Sebastian que no ha perdido ni un ápice de intensidad con los años.

Amando Carabias dijo...

S.V.-B: Lo de Saramago llegará, y creo que no tardaré mucho en escribir algo sobre él. Si entras en su comentario de hoy, dedicado al fotógrafo Gervasio Sánchez, verás que continúa poniendo su sensibilidad (que parece la de un jovencito octogenario) por las causas llamadas imposibles.
La semana pasada algún foro de Internet rozó la cuestión, el silencio que se hizo del discurso del fotógrafo, precisamente por el periódico que organiza el premio.
Respecto de Bach, qué quieres, para mí la música cambió desde que tuve la opción de adentrarme en la suya. Es cierto lo que dices. La Pasión según San Mateo, y no soy original, es una catedral de la música. Esta obra, de hecho, fue mi ambientación musical básica cuando escribí "Aquel sábado lluvioso".

Talin: Bienvenido a este lugar. Como tú, don Antonio Machado es uno de mis poetas preferidos. El hecho de que sus pasos cansados hollaran las mismas calles por las que paseo, o que su amor de madurez tuviese como parte de su decorado esta ciudad, lo hace aún más cercano.

Anónimo dijo...

Parece ser y lo comento por que has citado a la bendita peluca del maestro que, dicho sea de paso, es cierto, era mu despistado y que, a causa de ello olvidó sacarsela (la peluca, por cierto no otra cosa. Aunque esa otra parece que al contario de la peluca se la sacaba con cierto hábito, dados los hijos que tuvo...)repito que no se quitó la peluca en una semana lo que motivó que un par de piojos adolescentes, ya sabemos como son de juguetones, imposibiltados de airearse, penetraran en su sesera haciendole experimentar unos extrañísismos contactos neuronales que desembocaron en la creación de los conciertos Brandeburgueses. Así que, ya véis,esos bichos hemófagos nos han proporcionado, ininitencionalmente por cierto, unas de las piezas bonitas, del maestro de marras.
saludos muy buenas sus narrativs.

Iojan y Sebastian.

Anónimo dijo...

Como curiosidad os comento que hay otro Sebastian Bach sonando en equipos de audio, emisoras de radio y algunos escenarios, pero Amando, en ambientes muy distintos al de tu Johan Sebastian Bach, se trata de Sebastian Philip Bierk, que nació en Bahamas y se crió en Canadá; este músico utiliza unos instrumentos y un estilo muy diferente, ya que es rochero.
En cuanto al parecido con Johan, además de haber adoptado el "Bach" como nombre, también tiene larga cabellera, eso sí, el rockero no la tiene de quita y pon y la lleva suelta para agitarla en sus conciertos.