viernes, 9 de enero de 2009

CUENTA ATRÁS CRUEL EN LA HORA DEL ÁNGELUS


La idea que ha movido esta entrada no es mía. Está tomada de una parte de la entrada titulada Menos tres correspondiente al día 8 de enero del blog de literazurda, que, como sabéis, pues es público, es uno de los paisajes que frecuento. Desde aquí agradezco a Mariano Zurdo la idea. La imagen es la viñeta de El Roto publicada por El País en su edición digital de ayer, jueves ocho de enero. ¿Por qué seguir con la cuestión?. Es lo único que nos queda a quienes todavía nos duele la muerte tan injustificada. Siento ser tan reiterativo, pero si no puedo hacer más (además de alguna firma en algunas partes, a la que también os animo si tenéis ocasión), seguiré con lo mío. Para mí es un deber de conciencia.

Doce del mediodía en Gaza. El sonido del estruendo de las bombas, de las ráfagas de las ametralladoras, los disparos de los blindados callan, de pronto. Ensordece este silencio repentino, ensordecen los alaridos de los niños, de las mujeres, hasta el crepitar de las llamas ensordece...
Llega la hora del ángelus.
El ejército israelí, bendecido por los rabinos que contemplan su pirotécnico espectáculo de muerte, ha decidido que es la hora de permitir que alguien pueda prestar la ayuda humanitaria. Ellos son el pueblo de Yahvé y se toman prerrogativas divinas, deciden la hora de la vida, deciden la hora de la muerte.
Un regalo, pensaron los corazones ingenuos de los occidentales que estamos acostumbrados a las películas que nos venden en EEUU y a los matices de lo políticamente correcto, a esos matices que cada jornada la prensa difunde. Repito, por si alguno os habéis saltado las otras tres o cuatro entradas que hablan de esta cuestión: la actuación de Hammás es deleznable, repugnante y casi seguro que cómplice de lo que está sucediendo, pero allá, en Gaza, los muertos son palestinos, son siempre palestinos. Y hasta las estadísticas oficiales ya indican que casi la cuarta parte de los muertos (de los heridos y mutilados no hablamos) son inocentes: niños, civiles, mujeres...
Esta medida tan generosa, sin embargo, es la peor de las trampas.
No hizo falta mucho. Ya el primer día en que se implantó esta tregua demostró su auténtica perfidia, el veneno que lleva, ese efecto retardado que la hace una de las crueldades más atroces que se le puede ocurrir a mente humana. Similar a las atrocidades que los nazis cometieron con los judíos.
Durante tres horas, los pobres niños y sus madres y los padres desesperados porque no pueden hacer nada con sus fuertes brazos desarmados, corren a buscar comida, corren a buscar agua, corren a buscar a algún familiar, quizá remuevan cascotes de las ruinas de una escuela que servía de refugio, que estaba controlada por la ONU, que estaba perfectamente señalizada, quizá ayuden a morir a algún cuerpo moribundo, quizá retiren algún cadáver, quizá busquen una salida desesperada que les permita huir del infierno. (No saben, pobrecillos, que, como mucho, lograrán salir del centro del infierno; del infierno no se sale).
Es la hora del ángelus.
No hay ataques militares durante tres horas. Ciento ochenta minutos... El primer minuto es para comprobar que la ausencia de explosiones no se debe a una sordera repentina. Ciento setenta y nueve... '¿Estamos todos los de esta casa?' Rápida mirada. 'Sí, aquí estamos todos'. Ciento setenta y ocho...
Ciento setenta y uno... Ciento setenta... Ciento sesenta y nueve... Infernal descuento.
Cuenta atrás cruel en la hora del ángelus.
Un padre y sus tres hijos han salido a alguna parte. Se subieron al coche.
(Este pobre escribidor castellano no puede saber dónde fueron, ni a qué fueron, no puede saber de sus ocultas intenciones. En realidad no sabe nada.)
Ciento cincuenta y uno... Ciento cincuenta... Ciento cuarenta y nueve...
Tienen tiempo. El silencio se hace más denso aún que el estallido y las deflagraciones de las bombas. En el asiento de atrás los niños no hablan. Acaso lo mirarán todo con el terror de los ojos muy abiertos, esos ojos que hemos visto en estos días. Ese terror que está abonando su odio de adultos, si es que llegan a adultos. Cosa cada día más difícil.
¿Para qué inventar una historia? El padre cuenta con tiempo suficiente. Va, vuelve. Tres horas. Ciento ochenta minutos.
Ciento uno... Cien... Noventa y nueve...
Alguien empieza a mirar preocupada la posición del sol, quizá no tenga reloj. Los nervios le atenazan el estómago. Sé que me lo estoy inventando. Sé que no puedo estar seguro. Pero es que otra opción sería mucho peor aún. Muchísimo peor. Por ejemplo: El padre salió con sus hijos, porque no tenía con quién dejarlos ya, porque, si esto era así, a lo mejor los llevaba a un hospital (perdón por la metáfora) para ver a su madre herida (¿o era a una tía porque la madre había muerto?)... Mejor no seguiré con las posibilidades que se me ocurren en este instante. Pensemos que el padre les ha acercado al mar para que lo contemplen, acaso por primera vez, por si acaso no tiene tiempo de enseñárselo, para que sus hondas pupilas infantiles puedan tener la caricia de la vida y del horizonte y él pueda, al mismo tiempo, contemplar su mirada dulcificada por unos minutos. 'No te preocupes', le habría dicho a la esposa, 'Son tres horas, tengo tiempo. Voy y vuelvo... Que por si acaso, Alá no lo quiera, vean el mar' (¿Os gusta más este argumento...? ¿Qué más da? Dejemos los argumentos literarios. Limitémonos a los hechos objetivos. Se han ido el padre y los tres hijos, y alguien, pasados los primeros noventa minutos, empieza a impacientarse). Es el primer día de la tregua, y quizá haya alivio en su mirada, porque piense que si los hebreos han parado tres horas, ciento ochenta minutos, puede que en pocos días dejen de arrojar bombas con desesperación.
Cincuenta y uno... Cincuenta... Cuarenta y nueve...
'Sólo nos queda la vida. ¿Qué más nos pueden quitar?' Quizá este sea su pensamiento, ahora que toma el volante y regresa a su casa. (Aunque parezca imposible en Gaza hay casas que se mantienen en pie). Ella (seguimos con la ficción) lo ve acercarse. A lo mejor piensa en la misericordia de Alá.
Pero la precisión de los relojes del ejercito israelí no entiende ciertas palabras...
Tres... Dos... Uno...

¿Sabéis el final de la historia, no es cierto?

1 comentario:

Adrian Dorado dijo...

¡UG!

Ufffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffff