miércoles, 24 de diciembre de 2008

NOCHEBUENA DE 2008

Perdonad la extensión de este texto lírico y melancólico, pero ya sabéis que la nochebuena es un momento muy especial para mí. Además, mañana os prometo que descanso. Un abrazo a todos y feliz Navidad, desde la Pola de Siero. Asturias. España
Se dice, y el calendario que pende de un azulejo color caramelo de esta casa que me acoge a cuatrocientos kilómetros al norte de mi propio hogar no me dejará mentir, que hoy es nochebuena… Seamos precisos, albea el día de nochebuena de 2008, miércoles, víspera de Navidad.
Nochebuena… Al pronunciarla, la palabra se llena de infancia dichosa, de malas panderetas de plástico, de alharacas, de saltos, de gritos, de firmes deseos de copos de nieve, de sueños; en fin, de ese tiempo perdido que, según Proust, hay que buscar… Nochebuena… Palabra que suena a aromas de vaharadas de carnes asadas que tenían la virtud de curvar los labios en sonrisas de felicidad, sonrisas anticipadoras de la dicha del instante de la cena, acaso el momento más feliz del año…
Nochebuena… Estábamos, por fin juntos. Eran extrañas, noticiables realmente, las comidas en las que hubiera cinco servicios sobre la mesa: al mediodía había cuatro platos, cuatro cucharas, cuatro tenedores, cuatro cuchillos; por la noche era aún peor, pues la resta avanzaba con determinación, no era infrecuente que sólo hubiera dos, o que hubiera un triste desfile solitario de vajilla y cubiertos, un desfile raudo, una especie de desbandada, como si desde el puesto de guardia hubiera sonado el toque de rebato y tuviéramos que asistir a la batalla inminente… Nochebuena… No apreciábamos del todo que hubiera tanto plato y tanto cubierto y tanto vaso y el mantel bordado sobre la mesa extendida (en realidad dos mesas abrazadas por el inmaculado mantel de hilo). Acaso lo sentíamos como algo bueno, pero no percibíamos que fuera sustancia imprescindible de la felicidad. Aspirábamos, quizá, a palabras más grandilocuentes, rodeadas de un aura dorada y eterna. Quizá, sin haberlo hecho, habíamos leído demasiado a Baudelaire, esa pasión suya por la eterna sublimidad, y no lo habíamos hecho con Proust, ni intuíamos siquiera la potencia retroactiva del sabor a amanecer somnoliento de las magdalenas… Pensábamos, con la escasa sabiduría que otorgan los pocos años, que la felicidad estaba en otros lugares, desconocidos y exóticos, y en otros instantes, futuros, por supuesto. Quizá, sospecho ahora, hoy que es nochebuena, y escribo esto, y no sé ni por qué lo escribo ni sé lo que es, sospecho, digo, que envidiábamos otras vidas, elevando al cuadrado nuestro falaz espejismo, pues, además de no disfrutar de la que nos correspondía, nos perdíamos en vanos deseos de algo que era imposible, como viajar por la Vía Láctea en una astronave, pongo por caso. No sabíamos que la verdadera felicidad, porque es la única posible para los humanos, al menos durante el curso navegable del río de la vida, consistía en alargar lo máximo que se pudiera, y siempre se podía algo más, acaso hasta rozar el infinito, esos breves instantes de dichas leves, diminutas, inasibles, cual granos de arena: la sonrisa de los padres, las bromas fraternas, el sosiego de una calma que se prolongaba por unas horas, el aroma del asado, el calor de un hogar que se negaba a salir de sus añosas paredes y rebotaba en la transparencia gélida de los cristales de diciembre, acurrucándose en su pulida superficie, llorando vahos blanquizcos, casi translúcidos, cierta conversación sin objeto evidente, como una música cuyo sentido es el de ser música, nada más que eso, ser sonido que se disfruta porque se está bien dentro de él…
Nochebuena… El aroma de aquella carne de cordero asado que habían traído desde el pueblo en exclusiva para nosotros con todo el cariño efusivo y carcajeante de tío Ernesto y que había enrojecido, acaso, algún peldaño de la crujiente escalera vieja de maderas viejas… Nochebuena… La contemplación morosa del escueto nacimiento que hubiera hecho las delicias de un minimalista diseñador neoyorquino de ascendencia japonesa y que poníamos a la entrada, sin adornos, sin luces, sin nada; un nacimiento estilizado, esencial, digamos; un nacimiento que nos hacía añorar el de otros tiempos, más remotos aún, más infantiles, más perdidos en las cárcavas inasibles del tiempo, cuando el belén era la gloria de esos días y la dichosa labor de artista frustrado de padre, el artista que, por disposición de alguna injusticia humana, se perdió para la posteridad, contraviniendo, probablemente, los designios celestiales. (Pero ese es otro tema, ¿o no?)…
Nochebuena… El chisporroteo de la leña en la caldera de la calefacción, a todo trapo, que era constantemente atizada por madre, con determinación de sacerdotisa del templo, y que otorgaba al ambiente del hogar la densidad de un calor que no aplastaba, que más bien esponjaba, como si fueran aladas mariposas que se desplegaran en nuestro interior… Nochebuena… El partido de baloncesto, a última hora de la tarde. (Se me olvidaba el partido de baloncesto, en el que el realmadrid jugaba contra un equipo italiano o ruso o yugoslavo, a veces contra otro español, incluso contra alguno brasileño, qué exotismo, y el realmadrid ganaba o perdía, pero siempre triunfaba, porque si perdía no importaba, aquel día no importaba una derrota)…
Nochebuena… Las breves visitas de quienes, en muchos casos, sólo veíamos aquel día, y que traían dentro de sus ojos las añoranzas de otras jornadas duras y difíciles, en las que la nochebuena era una señal en que la pobreza destacaba más aún, porque los sentimientos tibios y dulces de estas fechas (mazapanes del alma), la limpiaban de miseria y era como si ser pobre brillara en los ojos con más audacia, también con más dolor… Nochebuena… Las botellas de licor que acercábamos al cura que era nuestro vecino y nos daba un poco de turrón (el primer turrón del día) y nos enseñaba esas miniaturas deliciosas que sus prodigiosos dedos alargados construían… Nochebuena… Las escapadas, casi continuas, a la despensa esquilmando poco a poco, con sabiduría de ladrones consumados, la bandeja de los turrones y las peladillas y los polvorones y los mazapanes; pero que, en un milagro extraño, no descendía de nivel… Nochebuena… El olor del asado, encabritando un par de horas antes de lo previsto a los jugos gástricos que podían, si aquello no se remediaba, provocar un estropicio considerable en el estómago; ese olor que era la verdadera guía para que padre, servilleta al hombro, cual fusil de soldado en la batalla, controlara el punto exacto; yo tenía la sensación de que era lo único que necesitaba, el aroma que se desprendía del horno, como si fuera una flor, para saber con precisión de científico la exactitud de la hechura del proceso… Nochebuena… La reposición de las gollerías, tras la marcha de la última visita, como si nuestros padres hubieran calculado las bajas que se iban a producir en el fragor de la batalla y hubieran adiestrado con sapiencia de expertos instructores a muchos más reclutas de los que al principio salieron al teatro de las operaciones; (ciertamente, algún nuevo refuerzo nunca llegó a su puesto teórico, pues feneció en el viaje desde el cuartel de la despensa hasta la línea de las trincheras donde tampoco se el echaba de menos, esa es la verdad)… Nochebuena… El vuelo blanquísimo del mantel bordado por madre sobre las mesas a las que abrazaba y convertía en una sola, y el transporte, en medio de cierto jolgorio, de todo lo necesario… Nochebuena… Esos cinco servicios, por fin, sobre la mesa: todo completo, casi con vocación de restaurante de infinitos tenedores…, incluso el adornado centro para la mesa, en el que destacaba la carmesí vela cúbica que presidía con su tenue luz cimbreante la bendición de los alimentos… Nochebuena… El aroma del asado que llegaba cantarín sobre la cazuela de barro que chisporroteaba como si estuviera riéndose a carcajadas, las carcajadas de tío Ernesto, como sabiendo de su importancia en todo lo que se desarrollaba en aquella vieja casa de alquiler…Nochebuena… No había papanoeles escalando las ventanas de los edificios, ni luces, o al menos muchas luces por la ciudad… Nochebuena… Aunque no lo aprovecháramos, casi seguro que estábamos muy próximos a la felicidad…
Nochebuena… Esta mañana, este amanecer de nochebuena, en esta casa, no tan vieja, pero igual de acogedora, un sencillo piso a más de cuatrocientos kilómetros al norte de mi propio hogar, uno se queda contemplando las paredes de colores cálidos, el suelo de madera tibia, la luz que atraviesa a duras penas estos ventanales y reconoce, sin necesidad de adjetivos que distraigan la verdad desnuda, que no está triste… Nochebuena… No hay ningún adorno en estas paredes. No hay ningún nacimiento, ni siquiera uno minimalista. Nochebuena… Esta noche, cuando sea nochebuena de verdad, en esta casa, me acogerán otras hermosas almas buenas, que me considerarán también su hijo… Nochebuena… Añoraré a mis hijas… Nochebuena… Habrá menos de cinco servicios, dos menos… Nochebuena… El eco de las ausencias se hará un hueco preciso en el recuerdo… Nochebuena… Será hermoso, no lo dudo, pues el rescoldo de las otras nochebuenas, cuando, por fin, una vez al año, había cinco servicios en la mesa engalanada, aún caldea en el corazón y otorga a este día, y sobre todo a su noche, una melodía de nana tranquila que mece los latidos del corazón… Nochebuena… Sería mejor que el calendario que pende del azulejo blanco de la cocina de esta casa sita a cuatrocientos kilómetros al norte de mi hogar, me dejara mentir; pero no lo hará, porque el tiempo, aunque avance y no se detenga, tiene un ritmo circular que, a veces, acucia el ánimo…
Nochebuena… Albea el día de nochebuena de 2008, miércoles, víspera de Navidad…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora no me da tiempo de leer lo que has dejado estos días, estamos a punto de salir a casa de los padres. Sólo quería felicitarte por el relato navideño con que nos obsequias todos los años, es precioso y realmente un canto a la esperanza. ¡Qué poco conocemos a los profetas!
Que pases una feliz Nochebuena.

Anónimo dijo...

Como comentabas al empezar que el texto era largo, lo primero que he hecho ha sido medirlo con el cursor para ver cuánto de razón llevabas, pero no creas que lo es tanto, pues se ha dejado leer hasta el final y es más, supongo que cualquiera que lo lea, lo ampliará con sus propios recuerdos y vivencias como me ha ocurrido a mí.
Que disfruteis de vuestra estancia en Pola, os deseo una feliz Navidad a tí, a Marián y a vuestra familia.

Flamenco Rojo dijo...

Que bueno que he llegado aquí, aunque sea casi un año tarde. Que bonita estampa de Navidad. Confío que la del 2009 la pueda disfrutar en el momento.

Un abrazo,
Pepe Gonce

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo
Y ya ha pasado casi un año. Estamos otra vez aquí, Pepe, y yo sin haber empezado el relato de este año... Ainsss