miércoles, 3 de diciembre de 2008

LA SOMBRA (Capítulo Primero)

La sombra de un hombre parece que me persigue desde hace unos días. Siento el leve eco de sus pasos en el asfalto a primera hora de la mañana, al mediodía, cuando salgo por la tarde, al anochecer.
El primer día, mejor dicho, el primer día que me di cuenta de su presencia, porque pueden haber pasado muchos días, semanas o meses desde que me acecha sin yo enterarme (soy tan distraído), no le di la mayor importancia, porque, al fin y al cabo, es posible que muchas personas tengamos que cruzar las mismas calles a las mismas horas para ir o volver hacia algún lugar o desde ese lugar. Pero cada vez que giraba la cabeza, sólo percibía cómo la sombra se paraba como si realmente su única realidad fuera esa, la de ser sombra, la de no pertenecer a ningún cuerpo. Incluso al mediodía, cuando se supone que las sombras, todas las sombras, se toman un pequeño descanso, se encogen sobre sí mismas, y descansan un rato, allí estaba, huyendo, pero a la vez perfectamente presente. No obstante, yo estaba seguro de que era la sombra de un cuerpo, y si se me apura un poco más, aseguraría firmemente que era la sombra de un cuerpo masculino. Sinceramente, al respecto no tengo ni un solo dato o prueba que confirme mi aseveración, pero, en ciertas cuestiones, las intuiciones o las corazonadas son tan de fiar como las mismas demostraciones geométricas.
El caso es que desde que me di cuenta de la persecución de la sombra del cuerpo, probablemente masculino, cada paseo (y en este término incluyo todas las veces que tengo que camino por la calle, independientemente de que sea por distracción o por cuestión laboral) es un pequeño suplicio, una enorme descarga de adrenalina por todo mi organismo, y la sensación terrible de que la angustia se va a adueñar de todos los sentimientos. Cualquiera que me vea por la calle pensará que estoy chiflado, pues casi nunca camino con la parsimonia adecuada, sino que parece que disputo sin cesar algún tipo de competición, eso sí sin contrincante, o que llego tarde a alguna cita inaplazable o que huyo del cobrador del frac. Pero no lo puedo evitar, es algo que me saca de quicio. Como siga así, voy a tener que contratar a un detective o ir al médico de cabecera. Lo más probable es que me diagnostique de alucinaciones y me recete un montón de pastillas que me mantendrán completamente dormido. También podría intentar ir a la policía a denunciar el hecho. Pero ¿qué les diría: señor agente, barrunto que una sombra me persigue? Y lo peor del asunto, lo que es de más difícil explicación, ¿por qué me persegue alguien, aunque sólo sea una sombra?
También podría ser, y no lo descarto en absoluto, que se trate de una sombra que necesita de un cuerpo al que acompañar pues el suyo se ha negado a soportarla más. Quizá sea una sombra juguetona o molesta…
Lo más sensato será esperar, e investigar por mi cuenta.Seguiré informando.

1 comentario:

S.C. dijo...

Mola.
Yo tuve una temporada que creía que estaba condenado a ver al mismo tío, todos los días de mi vida. Le veía yendo a currar, por la noche, haciendo la compra, los fines de semana, en Segovia y fuera de Segovia. Acojonante.

Y lo más cojonudo es que no le he vuelto a ver. Dónde se habrá metido.