martes, 30 de diciembre de 2008

HISTORIA DE AMOR

Siempre me gustó la Navidad.
Esta afirmación es algo obvio para cuantos me conocéis desde hace años. Siempre me ha parecido trascendente rastrear por el pasado para encontrar la autenticidad de los sentimientos que impulsaron a los humanos a convertir en universal una celebración como la de estos días.
No se trata de repetir lo que he ido desgranando en fechas pasadas, ahí están mis entradas anteriores para que podais comprobar mis teorías, incluso mis vivencias.
Quizá por ello, hubo un ángel bueno en mi vida que se apiadó de mí y actuó a mi favor, moviendo, como un sesudo y tenaz jugador de ajedrez las piezas que condujeron la partida de mi vida. La que se jugó, por cierto, durante tres días, simplemente, en las navidades de 2006. Es más, hasta sospecho su nombre. Lo dije en su momento.
No relataré los acontecimientos por los cuales Marián acabó convirtiéndose en mi pareja. Escribí un relato pormenorizado sobre el asunto, que la proximidad a los hechos y el pudor me impiden siquiera intentar dar a la luz. De momento, pues, no quiero publicar la historia, quizá con el tiempo. Además, Marián, podría enfadarse muchísimo conmigo si desvelo esos secretos que sólo a nosotros nos corresponden, de momento, pues aún nos emocionan.
Digamos, por resumir mucho, que protagonzamos un cuento de Navidad, una de esas historias edulcoradas que sólo se les ocurren a los guionistas de Hollywood o de Walt Disney. En unos años nadie creerá tal narración, pensarán que soy como ese escritor de origen judío que sobrevió al holocausto y que al escribir sus memorias se inventó su historia de amor. Lo estaba yo leyendo anoche en la sección de Cultura de El País, al mismo tiempo que Marián lo escuchaba en Onda Cero.
Según se ha publicado en la prensa hace poco, un estudio científico asegura que las llamadas comedias románticas pueden hacer mucho daño a la vida de la pareja, puesto que transmiten un mensaje que es imposible que se corresponda con la realidad.
Claro que a mí no me hicieron el estudio, puesto que hubiera sido la excepción que confirma la regla. Porque, si lo hubieran hecho, habrían descubierto que la realidad supera a la ficción. No es necesario que haya mucho ruido, ni siquiera aventuras especiales, ni peripecias que aumenten el valor de los acontecimientos. Se trata 'sólo' de que el corazón abandone su radical latido de roca insensible y se torne en carne humana.
Simplemente quería decir que, al igual que hoy, hace un par de años, Marián volvía a Asturias, para pasar la nochevieja en su casa. Pero no volvía como lo había hecho el día de Navidad, sola y un poco amostazada porque un compañero de oficina no había reparado en ella, a pesar de los meses; al contrario, hace dos años volvía con la promesa de un romance recién estrenado, de un horizonte infinito y luminoso, de una ilusión que la sabiduría del ángel de la Navidad había sabido hacer crecer en nuestros corazones, sobre todo en el mío, que estaba, como casi siempre, más despistado que un rinocerente en Los Campos Elíseos.
Ayer hizo dos años del comienzo de una nueva vida para mí, y a la tenacidad de Marián y al trabajo de aquel ángel se lo debo.
Ayer no hice esta mención porque unas bombas asesinas arrojadas sobre Gaza, convertían este recuerdo en ñoñería. Quizá hoy lo siga siendo, pues siguen las bombas y los tanques con su sinfonía de la destrucción, pero creo que algunas cosas, aunque sean evidentes, conviene que se digan y que se sepan.
Desde hace tres, estoy seguro de que si la Navidad me cambió la vida, es porque siempre he creído en la existencia del espíritu de la Navidad, del Portal de Belén, de los pastorcillos, de los Reyes Magos, de Santa Claus, incluso de Herodes, el cruel genocida de niños inocentes. Es la época del año en que los corazones se revisten con la ilusión y la inocencia de la niñez, al menos durante algunas horas. Y sólo así engalanados, somos capaces de descubrir en el corazón un latido que alienta por encima (o por debajo, no lo sé aún) de la rutina que nos asfixia, un latido que nos empuja hacia la esencia de lo verdaderamente humano que reside, siempre, en el otro, en las virtudes del otro, en la entrega al otro.
A veces el estruendo de las explosiones y de los profesionales de hacer ruido nos confunden. Lo verdaderamente humano no son las bombas, ni los cadáveres mutilados por las guerras. Lo verdaderamente humano, en todo caso, son las manos que empuñan una camilla o sonríen como ella me sonrió aquella tarde, es decir aquellos que sabiendo a ciencia cierta que el mundo es un valle de lágrimas, no desconocen tampoco que la entrega sin límites es la única forma de esquivar el podrido final que aparentemente nos espera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder macho que para la intriga eres genial, ni Hitcock te tien tan en vilo para no decirte que como fué la estampada de uno cn el otro.
Bueno, pero me has creado la necesidad y ahora que he reñido con la señora que hacía que le arrastrara el ala, pues me haré católico e iré ensayando para l apróxima navidad, tengo un año de ejercicio crees que me alcanzaá con lo blasfemo que he sido.
Y claro con la promesa esa del ángel y las mil delicias de la entrega me has dejado boquiabierto, estupefacto y anonadado. Ojalá me tocara a mí.
Es que nunca sale un tiro parar el lado de la justicia conmigo?
Bravo colega que lo has narrado muy bien! y si encima es verdad lo vivido pues ¡Qué envidia!

Abrazo

Tu lector sudamericano

Anónimo dijo...

Gracias anónimo lector del hemisferio donde el verano se ha instalado, para vuestra alegría.
No sólo fue verdad, sino que fue y es maravilloso.
Respecto de lo otro, también estoy convencido de otra cosa: las religiones tal y como las entendemos tienen poco que ver con el espíritu. Las iglesias, como los gobiernos, como las academias, como cualquier organización, para persistir tienen que castrar la libertad.
Los ángeles, incluso los anónimos, pasan de todo eso.

arquitecturach dijo...

felicidades!!!!!!!!!, pero na pareja que lee el pais y escucha onda cero??? demasiado eclecticismo jajajjajaja

Anónimo dijo...

Pura casualidad. A un sector de este binomio le encanta la radio, pero no el deporte, y a esas horas en la SER (je, je), daban deportes, creo.
De todos modos conviene escuchar más de una voz, por si acaso.