jueves, 27 de noviembre de 2008

EL CERVANTES

Se sabe desde hace media hora, más o menos: Juan Marsé ha sido galardonado con el Premio Cervantes de 2008. La verdad es que el Nobel de Literatura en español, es el máximo galardón al que puede aspirar un escritor en nuestra lengua. Por ello, es decir por la importancia y repercusión que tiene, se supone que quien lo obtiene, además de cierta edad, tiene una extensa obra de calidad contrastada a lo largo de mucho tiempo.
Se barajaba una quiniela con tres nombres: Ana María Matute, José Manuel Caballero Bonald y Juan Goytisolo. Este último, en los últimos días, perdió casi todas las posibilidades al haber obtenido el Nacional de las Letras Españolas, o el que sea o como se diga. Además de estos, ubicados en escalón inferior, se hablaba de Javier Marías, Mario Benedetti, Luis Goytisolo. Pero, a pesar de haber figurado durante muchos años en las listas, nunca aparecía entre los favoritos quien finalmente lo ha conseguido...
Mi aproximación a Marsé se produjo a través del cine, pues lo primero que conocí de su obra fue la deplorable adaptación de su novela que obtuvo el Premio Planeta, La muchacha de las bragas de oro, en la que Victoria Abril deslumbró mi adolescencia con su cuerpo de gacela blanca. Muchos años después leí El amante bilingüe y más tarde Últimas tardes con Teresa, la obra que, según los expertos, consagró definitivamente el escritor y en la que esculpe a uno de sus grandes personajes, Pijoaparte. La última novela suya en la que me sumergí fue Rabos de lagartija. Marián me dice que a ella le gustó mucho El embrujo de Shangai, así que espero que un día de estos me lo preste. Ninguno de los dos podemos presumir de haber leído otra de las cumbres de la narrativa de este escritor, Si te dicen que caí, lo que no es como para ir gritándolo, precisamente.
De este barcelonés que siempre escribe en castellano (uno de los motivos que utiliza el jurado al explicar las razones de su decisión), me atrae su vida o, por ser más preciso, la coherencia entre su vida y su literatura. Es un hombre que no desembarca en la literatura desde las aulas. De hecho, y eso lo ha reconocido él mismo, no fue buen estudiante. Apareció en la novela desde la vida, desde la calle. Barcelona, París, trabajos más bien menesterosos, poco intelectuales en todo caso, forjan una personalidad que se transparente en su prosa austera y medida, clara y nítida, en su forma de narrar directa y sólo en apariencia sencilla y sólo realista en superficie. Pero más aún que en las cuestiones formales o estilísticas, su aprendizaje vital traspasa las líneas de sus obras hasta empapar de ética de sus escritos, siempre comprometidos con el mundo de los desheredados, con el mundo de los que vienen de lejos, de los que son el material inservible, el aluvión de una sociedad en constante formación, transformación y deformación. Esta misma mañana he leído unas declaraciones suyas en las que afirmaba que si hoy tuviera que volver a construir a Pijoaparte, este prototipo de joven chulo que desea abandonar la dureza de su vida proletaria ligando con las ricas hijas de los burgueses catalanes, sería un emigrante magrebí, y no el charnego de ascendencia murciana, creo, que imaginó mediada la década de de los sesenta del siglo pasado.
Como ocurre con todos los premios, distinciones, honores, galardones..., que reconocen una amplia trayectoria vital, uno puede estar de acuerdo o no con la concesión del premio, pero no porque quien lo reciba no lo merezca, sino por una cuestión cronológica. A mí, particularmente, me hubiera alegrado más que se lo hubiera llevado la escritora del pelo de nieve.
Ni digo ni pienso que Marsé no se lo merezca. Tampoco diría ni pensaría que no son dignos de él cualquiera de los otros candidatos mentados más arriba, o incluso otros que pudieran citarse.
Lo único que me preocupa es que los ochenta y dos años de Ana María Matute, en teoría, la colocan más cerca de la meta que los setenta y cinco de su paisano y amigo Juan Marsé. Cualquiera diría que si no ha sido este año, podría ser al próximo. Es posible. Sin embargo, hay una norma no escrita en la tradición de este premio, según la cual, el año próximo, 2009, esta corona ha de ir a posarse sobre sienes nacidas al otro lado del Atlántico, ¿Benedetti?.
Dicho esto, espero que no sea muy tarde para que en 2010 se pueda laurear a Ana María Matute que con Olvidado rey Gudú, entre otros, nos hizo soñar y nos hizo sentir un poco más humanos.

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