jueves, 20 de noviembre de 2008

COMO LOS OTROS

La noche de Segovia es una noche fría y despejada, de cielo raso. La temperatura del exterior, según el termómetro del coche que conduce Marián, es de dos grados, sobre cero.
Acabamos de llegar del cine, de la proyección de un film francés, Como los otros, que ha sido la primera de las seis películas que, en principio, veremos de esta nueva edición, la tercera, del MUCES.
La sala del multicenes del Centro Comercial no estaba llena, pero la entrada era buena. Más de media entrada, diría un crítico taurino, rozando los tres cuartos, aseguraría un optimista. He visto, y he saludado antes del comienzo, a Ignacio Sanz (que según nos ha contado El Adelantado en su edición de hoy, ha publicado un nuevo libro, El pinsapo de la Plaza).
En un momento de la película una de las actrices, la que hace de ginecóloga soltera, ha dicho dirigiéndose a uno de los protagonistas, su colega en una consulta, el pediatra Enmanuel (Lambert Wilson): 'Todo se normalizará, Manu. Fíjate en España, un país lleno de beatos, en que los gays ya se pueden casar y adoptar hijos. Pronto todo se arreglará y será normal'. (Se podría reflexionar sobre la opinión que tienen de nosotros en ciertos ambientes europeos, cuando, no hace tantos años, Francia era la meca de la libertad para los españoles, pero no la háré). Y de esto es de lo que parece que trata la película, de la situación complicada en la que viven los homosexuales cuando quieren actuar como los demás, como los otros. La familia de Manu, ya entiende y admite su inclinación, de acuerdo. La sociedad francesa tolera con cierta normalidad que dos hombres o dos mujeres compartan sus vidas, de acuerdo; ir más allá, es un atropello no sólo a la moralidad, también a la razón. Por alguna cuestion que no entiendo, un hombre solo (un soltero, un viudo, un separado...), si cumple el resto de condiciones sociales, laborales y médicas estipuladas por la legislación, puede adoptar a un niño. En caso de ser homosexual, salvo en escasísismos lugares del Planeta, España entre ellos, tal cosa es imposible e impensable.
Sin embargo, me parece que la idea del director y guionista de la película Vicent Garenq no se limita a este problema, que, probablemente, sería suficiente. Va más allá. Mucho más allá: regresa al punto al que se regresa siempre, a ese lugar exacto de la geografía del corazón humano al que denominamos amor para entendernos. (No se trata ahora de entrar en cuestiones más o menos filosóficas sobre su esencia. Además de ser inútil, no nos pondríamos de acuerdo; y, sin embargo, todos sabemos a qué nos referimos).
Una sombra oscura, fría y honda que se cierne sobre los homosexuales cuando se intentan unir ambos términos, es como si en el imaginario colectivo fueran ideas antagónicas, que se repelen.
La pareja que forman Manu (Enmanuel) y el juez o abogado o fiscal Philippe (Pascal Elbé) entra en crisis cuando en el horizonte de Manu aparece la necesidad del hijo. Philippe, huye de tal idea como si se le presentará una condena a cadena perpetua...
No, no temáis no contaré el argumento, por si alguien la quiere ver. Lo que acabo de escribir sobre su trama es poco más que lo que se lee en la sinopsis de la película que aparece publicada, como las del resto de la muestra si clicáis en http://www.muces.es/. Y, sin embargo, aunque la peripecia del relato tiene alguna sorpresa, el grueso de la película es bastante predecible. Pero en este caso es lo de menos, pues no se trata de una película de misterio o de aventuras o de terror, sino de una película de cine europeo, es decir, un film que nos retrata a los europeos de hoy.
París es el decorado inmóvil que se atisba desde el barrio de Belleville, donde se desarrolla la acción. como decorado móvil están los hombres y mujeres que habitan o transitan por ese barrio o pueblecito absorbido por la mega urbe. Un lugar multiracial, multireligioso, pero vivo y dinámico.
Otra de las características que identifica al cine europeo resptecto de las grandes superproducciones norteamericanas que abarrotan (o no tanto) las salas de cine, es el tratamiento que se hace de los personajes, y el trabajo de los actores. Sin buenos actores, sobre todo los que soportan inmensos primeros planos sin que se perciba que tienen la cámara a pocos metros contándoles los poros de la piel, no hay buena película. Nuestro cine se asienta sobre un trípode elemental en el que no puede fallar nada, pues de lo contrario se caería: guión, actor, director. Lo demás elementos de una película (decorados, exteriores, iluminación, sonido, maquillaje, caracterización, y no digamos efectos especiales) con ser importantes, están al servicio de lo otro. El trabajo de los actores protagonistas es impecable. Quizá no sea brillante (a mí me han gustado mucho Lambert Wilson y Piar López de Ayala), pero es más que digno. Y ya que la cito, comentario a parte, es la presencia de Pilar López de Ayala (Fina). La cámara está enamorada de esta mujer, y cuando sonríe se le ilumina a uno el corazón. No es de extrañar que hasta un homosexual dude sobre su propia identidad conviviendo con ella.
Y acaso haya dicho demasiado.

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